Pascua patagónica: paso de la muerte a la vida
La primavera en la meseta patagónica se siente como una fuerte renovación de la vida que es un misterio de lo que baja de arriba y de lo que se anima de abajo a subir. El hielo tiene que derretirse y penetrar la tierra; o todavía no llovió lo suficiente y tiene que caer aún otra lluvia; o es importante que el sol brille de arriba hacia abajo hasta que se termine de derretir el hielo.
Y lo de abajo es importante. Todo viene muy despacito. Todo se va insinuando muy lentamente. El viento sopla y vuelve a secar lo que llovió, o el poquito de agua que salió del hielo, y hay peligro de que los brotecitos se vuelvan a secar. Uno va sintiendo todo eso y llega un momento en que hace fuerza para que venga el sol y la lluvia de arriba hacia abajo y para que lo que viene de abajo hacia arriba no se canse de ir saliendo. Allí la primavera es mucho más lenta y más trabajosa. Acá viene como regalada y no nos damos cuenta.
Es importante el hecho de que haya que bajarse, agacharse, y reconocer que hay momentos en que tenemos que tocar fondo. Todo método pastoral tiene un techo o tiene un fondo y hay que animarse a reconocerlo para renovarse. Es bueno seguir hasta el fondo de nuestras pastorales y es bueno también reconocer los límites. Si uno empieza a planear y no querer bajar hasta el fondo, de repente se pierde lo nuevo.
Y hablando de la Patagonia, del bajar y subir, les cuento esto que sigue......
Antes de que empiece la primavera, en el momento de la nieve, hay hambre, no sólo en la gente, sino también en los animales. Salvo los gatos: en la nieve se atontan los pajaritos y los gatos los cazan más fácilmente. Pero a los perros les pasa como a las personas o aún peor.
Frente a mi parroquia había un perro ladrón, que venía a robar porque pasaba hambre y mucho más cuando había nieve. Un perro grande. Yo le tenía bronca porque me desparramaba la basura. Nos teníamos bronca mutuamente. Él me veía y escapaba porque sabía que me hacía lío.
Un día yo estaba rezando; la camioneta no estaba; el garaje estaba cerrado, y en eso sentí unos ladridos que salían de adentro del garaje. Estaba rezando el rosario. Era el único momento que tenía, porque sabía que al rato me iban a venir a jorobar. Me dije: «Yo estoy rezando en paz». Pero al rezar pensé en la Virgen. Y me vino a la mente qué me diría la Virgen acerca del perro, porque me di cuenta que el que ladraba era él, que estaba encerrado y quería que lo sacara. Ya no pude seguir rezando el rosario y me fui a buscar la llave. Llegué, abrí, pero no vi al perro. Después de unos momentos me di cuenta.
Había un foso para arreglar la camioneta. Se había caído adentro… Cuando los ojos se me acostumbraron a la oscuridad, me acerqué un poco más y allá abajo, en la otra punta del foso, vi que me miraba con ojos de bronca, de pedido de clemencia, ojos de perro con angustia. Las tres cosas estaban mezcladas: la bronca, la angustia y el pedido de ayuda.
Puse una escalera y bajé del lado opuesto a donde él estaba. Y me quedé sin saber qué hacer. Tuve la misma sensación que sentí con Jorgito cuando me agaché y no sabía qué hacer, o en la cocina de la india cuando ella no hablaba.
El foso era un charco lleno de barro por el hielo derretido; estaba hecho una porquería. Caminé en el barro. Di un paso, después otro... y el perro se acercó. Me quedé quieto, quieto, y él me lamió la mano. Entonces me animé.
Lo alcé —era grandote—, lo puse arriba, y salió corriendo. Me dejó todo embarrado.
A partir de ahí yo comía un bife y ya no tiraba el hueso en la basura: lo ponía aparte. Y el perro ya no me ladraba cuando pasaba por la casa de él.
Algo nuevo había pasado. Para ello necesitamos los dos encontrarnos en lo más abajo.
Parece que es importante, en la vida, el admitir que a veces uno tiene que encontrarse y bajar hasta el fondo, desde ahí se puede subir.
Jesús va hasta el infierno. No sólo va a una muerte infamante, o va hasta el sepulcro; la primera devoción cristiana dice que va hasta el infierno. Baja justamente para romper, para sacar de la soledad a cada uno. El infierno es soledad, el infierno en sí es incomunicación.
Jesús no resucita antes de haber ido hasta el infierno, hasta la soledad de cada uno, de cada mujer, de cada hombre. Lo está haciendo en la historia. Lo sigue haciendo. La resurrección de Él es un acontecimiento de convocatoria, de pueblo. Bajar hasta el fondo tiene relación con animarnos a llegar a las últimas posibilidades de soledad que tienen aquellos con los que nos encontramos y que tenemos nosotros mismos.
Y una expresión es esa vida que se renueva porque se anima a bajar hasta lo último y desde allí a subir.
Hasta hoy no había comprendido el significado de esa frase tantas veces repetida al rezar el Credo: "...descendió a los infiernos..." Hoy se me hizo la luz con este relato.
ResponderEliminarMe hizo revivir el momento en que salí de mi propio infierno para renacer como Nicodemo, como los protagonistas del cuento, como los brotes que abren dolorosamente la corteza de la tierra patagónica.
Gracias, Silvia y Eduardo, por recordarme que cuando algo en la vida se nos hace incomprensible, es desde allí que debemos contemplarlo todo.