que el Reino de Dios ya está en medio de ustedes.”
Lc.17, 21
Hemos celebrado un nuevo Pentecostés, también la fiesta de la Trinidad… Pronto entraremos litúrgicamente en el tiempo ordinario que viviremos con la luz del Espíritu, que ilumina sin encandilar, que respeta la libertad. ¿Y para qué nos faculta esa luz interior que nos regalan el Padre y el Hijo?
El Espíritu nos permite ver la realidad con los ojos del Hijo, que es lo mismo que decir verla con los ojos del Padre. ¿Y qué podemos ver desde ellos? Pues: el reino de Dios presente en medio nuestro, en la cotidianidad, que incluye prosa y poesía, al decir del centenario pensador francés Edgar Morin. El Espíritu nos ilumina para leer la buena noticia que está presente, aconteciendo en las búsquedas, en los recorridos personales y comunitarios, en el mundo secular, allí donde la humanidad late -resiste y madura- en medio en situaciones concretas y complejas.
Este artículo tendrá “de todo, como en botica”, como el salpicón de una murga uruguaya o cual pinceladas impresionistas para que el lector sonría y una los trazos junto a otros colores de su propia contemplación. Y, una vez más, me propongo apostar a la esperanza, sin desconocer el tiempo de oscuridad y barbarie que transitamos en este 2025. ¿Acaso no era un tiempo oscuro el que le tocó a Jesús? Sin embargo Él veía el reino presente en lo pequeño y lo proclamaba agradecido.
Recientemente falleció el monje Mamerto Menapace, y han vuelto a circular muchos escritos suyos, también entrevistas. Un texto muy conocido en la década del ´80 decía: “no tenemos en nuestras manos la solución para los problemas del mundo, pero frente a los problemas del mundo tenemos nuestras manos…” Y nos invitaba a sembrar, “que la primavera nos encuentre sembrando”.
Nuestra vida trascurre generalmente entre siembras y cosechas, entre silencios, trabajos, apuestas cotidianas y algunas fiestas, momentos especiales que cambian el ritmo; prosa y poesía, siendo diferentes, se suceden, se alimentan, se entretejen incluso. En un mismo día tenemos prosa -exigencias rutinarias, horarios, trabajos, apuros- y poesía hecha de risas, de ternura, de levantar la mirada para contemplar el cielo, de encuentros que recrean, de celebraciones, litúrgicas o no. Poder leer la prosa y la poesía de la vida desde el Evangelio es fruto del Espíritu Santo, ese “reparador de sueños” (invito oír la canción en esta clave: https://youtu.be/4alU9ABXg8Q)
Abro la botica de pequeñas historias. Hace unos días una señora intentó venderme “una torta frita”. No le compré ni supe su nombre, pero me quedé aspirando el perfume de Cristo tras escucharla: “gracias a Dios tengo trabajo de lunes a viernes, pero…” Los fines de semana arma ese puesto de tortas fritas y la ganancia la guarda para las vacaciones de su hijo “las merece, estudia y es muy bueno”. El chico, que luego vi ayudarla a desarmar y guardar todo, tendría diez u once años. ¡La mamá ahorraba “la ganancia”, sin duda muy exigua, para esas vacaciones!, pregunté -“¿se van en julio?”, -“¡Noooo, ahorro para poder ir el próximo turismo!” Creo que reconocería a esa mujer si la viera otra vez por la luz de su rostro, por el entusiasmo con que contaba su proyecto a largo plazo: ¡abril del 2026! Vive y trabaja desde él, o mejor dicho, desde el amor por su hijo.
Otra mini historia de reino entre nosotros si la contemplamos con los ojos de Dios: Ana y Nacho dejaron por una semana sus respectivas familias y trabajos, para volar doce horas, cambiar de continente y visitar tan sólo siete días a un entrañable amigo, internado con un cáncer recién descubierto, pero avanzado y terminal. Se habían conocido y compartido mucho en grupos juveniles de una parroquia en Madrid ¡cuatro décadas atrás! y visto por última vez hacía nueve años, pero el cariño estaba intacto. Nacho es médico, Ana esposa de otro médico, no recuerdo su trabajo, sí que es madre de jóvenes para quienes cocinó mucho antes de viajar. No hicieron más paseos que ir al sanatorio a acompañar al amigo enfermo algunas horas a lo largo de esos siete días. Entran en esta historia de reino otros amigos que los animaron a venir y recibieron en sus casas.
Solemos viajar por placer o por trabajo, este viaje realizado por puro cariño, gratitud y fidelidad acrisolada en la distancia, se me figura aquel perfume de nardos vertido por una mujer en la cabeza de Jesús previo a su muerte y que invadió toda la casa. Para ser honesta, Nacho y Ana no fueron los únicos que viajaron para despedirse de aquel enfermo tan querible y tan querido, otros varios lo hicieron por tierra durante veinte horas, lo vieron y regresaron un día después a su país. ¡Así es el amor, generoso, sin cálculo, desmedido; un amor tal sabe a reino y es sacramento de Dios!
También contemplé recientemente otros signos que leí como reino incoado. Mercedes cumplía cincuenta años y su compañero quiso regalarle una fiesta sorpresa a la que pudieran ir a saludarla todos los que quisieran y… muchos quisieron… Recicladores de basura, sacerdotes, un Ministro -el jefe de Mercedes-, muchos amigos de distintos grupos y barrios a los ella pertenece o acompaña. No imaginen la torre de Bebel ni el “Cambalache” del tango, la reunión se asemejaba a las bodas de Caná a la que llegan Jesús y sus amigos autoinvitados, o esa casa acogedora de Marta y María en Betania. Encuentros, risas, abrazos, todos esperábamos ansiosos la llegada y la sorpresa de esa amiga tan querida, de esa mujer tan especial que a tan diversas personas congrega. El lugar estaba decorado con globos, una imagen del Padre Cacho, una mesa con torta y allí también un arreglo floral al que me acerqué atraída y luego admirada al leer la tarjeta y saber el origen.
Volví a impregnarme del perfume de nardos derramado, esta vez el perfume llegó en rosas rojas e ilusiones blancas del arreglo floral tan bello como costoso. Precisamente regalado por gente de un barrio humilde que es conocido por las crónicas policiales; mal conocido si no se ve germinar ahí el reino de Dios, y vaya si germina. El mejor regalo, ese “derroche”, provenía de allí. Hubo otra desmesura en la que reparé: directo del aeropuerto llegó a la fiesta una amiga, era viernes a la noche, Cecilia retornó el domingo, a las cuarenta y ocho horas, había dejado en Santiago de Chile a su pequeña de cinco años. Sólo el amor gratuito da lugar a estos gestos-signos.
Este año he tenido la alegría de celebrar varios cumpleaños de cincuenta y uno de sesenta en fiestas muy sentidas, en que se reúnen los afectos y se da gracias por la vida, tal como ha sido, no siempre “lineal y feliz”. La vida real cargada de pérdidas, límites, claroscuros, recorridos sinuosos, búsquedas, rebeldías y aceptaciones… merece ser celebrada. Algunos cumpleaños son claves, porque ya se ha vivido suficiente tiempo, para contemplar a distancia el conjunto y ver que “todo vale la pena, si el alma no es pequeña”, como sentencia el poeta. Se me ocurre la imagen de un tren haciendo una curva, desde una ventanilla podemos ver el recorrido, los vagones: nuestra historia.
El Reino de Dios se ve -con la ayuda del Espíritu- en estos signos: en el trabajo extra de una madre para regalarle vacaciones a su hijo, en la presencia de los amigos, ya sea junto al lecho de un enfermo para despedirlo, como en una fiesta para celebrar la vida compartida. También en regalos generosos y desmesurados, con la sola medida del amor que se quiere expresar. ¡Tanto amó Dios al mundo..! Roa Ramos.-