sábado, 13 de septiembre de 2025

Reflexión de Madilene DaCosta.- “Morir con dignidad: ¿decidir la muerte o acompañar la vida?”

 

“Morir con dignidad: ¿decidir la muerte o acompañar la vida?”

La verdadera dignidad no está en elegir cuándo morir, sino en ser

 amados hasta el final.”

La ley de eutanasia introduce un debate y una reflexión sobre la vida y la dignidad humana.

Es un debate profundo  que no puede reducirse a la oposición entre “conservadores” y “progresistas”. Lo que está en juego es el modo en que entendemos la vida humana, la dignidad y el sufrimiento.

Quienes apoyan la eutanasia suelen apelar a la autonomía individual:   cada persona debería tener el derecho de decidir cuándo y cómo quiere morir. También plantean que permitir un “muerte asistida” evita sufrimientos innecesarios y constituye un acto de compasión. Estas razones tienen fuerza en un contexto donde la enfermedad grave y el dolor generan temor y vulnerabilidad. Sin embrago desde una perspectiva cristiana – y también desde una reflexión ética más amplia – siento necesario cuestionar si realmente la eutanasia es una respuesta humanizadora.

En primer lugar, la vida humana posee un valor intrínseco que no depende de su estado de salud, de su productividad o de su calidad percibida. La tradición cristiana sostiene que la vida es un don de Dios (yo creo en ese don) y por lo tanto no somos dueños absolutos de ella.

Pero incluso sin apelar a la fe, podemos reconocer que aceptar la eutanasia implica abrir la puerta a que la sociedad considere algunas vidas “menos valiosas” que otras (que ya ocurre en otros ámbitos). Lo que comienza como una decisión individual puede transformarse en una presión social para quienes se sienten carga para su familia o el sistema de salud.

En segundo lugar, el sufrimiento aunque doloroso, no justifica eliminar a la persona que lo padece. La respuesta ética y humana debería ser siempre aliviar el dolor, no eliminar al doliente. Aquí entran en juego los cuidados paliativos, que en muchos casos logran controlar el sufrimiento físico y ofrecer  un acompañamiento integral. En Uruguay, creo, que todavía hay mucho por avanzar en ese campo: el acceso a los cuidados paliativos. Por lo que sé sigue siendo desigual y limitado (no puedo profundizar en ese campo, hoy).

Pero me pregunto: ¿no sería más justo y solidario garantizar ese derecho a todos antes de legislar sobre la eutanasia?

En tercer lugar, pienso que la eutanasia redefine la relación médico-paci ente. La medicina ha nacido para cuidar y preservar la vida. Autorizar al médico a provocar la muerte altera de raíz esa vocación y puede erosionar la confianza de los pacientes, sobre todo de los más frágiles.

Desde mi fe, igualmente, creo y afirmo que la dignidad de la persona se mantiene intacta hasta el último momento de su existencia.

La muerte nunca será una “solución”, porque la vida humana no es un problema a resolver, sino un misterio a cuidar.   La verdadera medida de una sociedad compasiva y justa será que nadie enfrente solo el dolor y el sufrimiento, donde la vida sea valorada siempre, también en la fragilidad.

La auténtica compasión no elimina al que sufre, sino que lo abraza en su dolor,

Madilene, setiembre de 2025.

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