“Morir
con dignidad: ¿decidir la muerte o acompañar la vida?”
La verdadera dignidad no está en elegir cuándo morir, sino en ser
amados hasta el
final.”
La ley
de eutanasia introduce un debate y una reflexión sobre la vida y la dignidad
humana.
Es un debate
profundo que no puede reducirse a la
oposición entre “conservadores” y “progresistas”. Lo que está en juego es el
modo en que entendemos la vida humana, la dignidad y el sufrimiento.
Quienes
apoyan la eutanasia suelen apelar a la autonomía individual: cada persona debería tener el derecho de
decidir cuándo y cómo quiere morir. También plantean que permitir un “muerte
asistida” evita sufrimientos innecesarios y constituye un acto de compasión.
Estas razones tienen fuerza en un contexto donde la enfermedad grave y el dolor
generan temor y vulnerabilidad. Sin embrago desde una perspectiva cristiana – y
también desde una reflexión ética más amplia – siento necesario cuestionar si
realmente la eutanasia es una respuesta humanizadora.
En
primer lugar, la vida humana posee un
valor intrínseco que no depende de su estado de salud, de su productividad o de
su calidad percibida. La tradición cristiana sostiene que la vida es un don
de Dios (yo creo en ese don) y por lo tanto no somos dueños absolutos de ella.
Pero
incluso sin apelar a la fe, podemos reconocer que aceptar la eutanasia implica
abrir la puerta a que la sociedad considere algunas vidas “menos valiosas” que
otras (que ya ocurre en otros ámbitos). Lo que comienza como una decisión
individual puede transformarse en una presión social para quienes se sienten
carga para su familia o el sistema de salud.
En
segundo lugar, el sufrimiento aunque doloroso, no justifica eliminar a la persona que lo padece. La respuesta
ética y humana debería ser siempre aliviar el dolor, no eliminar al doliente.
Aquí entran en juego los cuidados paliativos, que en muchos casos logran
controlar el sufrimiento físico y ofrecer
un acompañamiento integral. En Uruguay, creo, que todavía hay mucho por
avanzar en ese campo: el acceso a los cuidados paliativos. Por lo que sé sigue
siendo desigual y limitado (no puedo profundizar en ese campo, hoy).
Pero me
pregunto: ¿no sería más justo y solidario garantizar ese derecho a todos antes
de legislar sobre la eutanasia?
En
tercer lugar, pienso que la eutanasia redefine la relación médico-paci ente. La
medicina ha nacido para cuidar y preservar la vida. Autorizar al médico a
provocar la muerte altera de raíz esa vocación y puede erosionar la confianza
de los pacientes, sobre todo de los más frágiles.
Desde
mi fe, igualmente, creo y afirmo que la dignidad de la persona se mantiene
intacta hasta el último momento de su existencia.
La
muerte nunca será una “solución”, porque la vida humana no es un problema a
resolver, sino un misterio a cuidar. La verdadera medida de una sociedad
compasiva y justa será que nadie enfrente solo el dolor y el sufrimiento, donde
la vida sea valorada siempre, también en la fragilidad.
La
auténtica compasión no elimina al que sufre, sino que lo abraza en su dolor,
Madilene,
setiembre de 2025.
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