DROGAS y RELIGION, aporte de Arnaldo Zenteno.
DROGAS Y RELIGIÓN
Frei Betto
Participé en São Paulo, en diciembre pasado, en un
simposio sobre el crack, promovido por el Cebrid (Centro Brasileño de
Informaciones sobre Drogas Psicotrópicas).
Históricamente el uso de alucinógenos y otras sustancias
químicas tuvo su origen en rituales religiosos, como todavía sucede hoy con el
guaro, utilizado por los fieles del candomblé.
En
la descripción que hace el evangelista Mateo del nacimiento de Jesús consta que
los reyes magos (¿astrólogos?) llevaron como regalos al Mesías oro, símbolo de
la realeza; incienso, símbolo de la espiritualidad; y mirra, símbolo del
profetismo.
El
incienso, utilizado inicialmente en el antiguo Egipto y extraído del tronco de
árboles aromáticos, es una ‘droga’ que reduce la ansiedad y el apetito. Al
contrario de lo que muchos piensan, no es originario de la India sino de las
montañas del sur de Arabia Saudita, de Somalia y de Etiopía.
La
mirra, originaria del África tropical, es una resina que se obtiene de los
arbustos del género Commifora. Sus efectos analgésicos son parecidos a
los de la morfina. En el evangelio de Marcos aparece, mezclada con vino, cuando
le fue ofrecida a Jesús torturado antes de ser crucificado; dice el texto que él
rechazó tal bebida.
Ahora las sustancias químicas obtenidas de plantas
superaron el ámbito de lo religioso y terapéutico y se volvieron materia
elemental para la dependencia química con sus nefastas consecuencias, como es el
caso de la coca, cuya hoja es mascada por los indígenas andinos para facilitar
la respiración en regiones de oxigenación enrarecida.
Se
da también la producción de drogas sintéticas y el ‘doctor shopping’, el médico
que produce poderosos analgésicos capaces de provocar la muerte de sus
pacientes, como se dio en los casos de Michael Jackson y Whitney
Houston.
La
represión del narcotráfico no arroja resultados satisfactorios. Las familias de
los dependientes, desesperadas, buscan hospitales y terapias ‘milagrosas’. Los
médicos, las medicinas y las terapias pueden, es cierto, ayudar en la
recuperación de alguno dependientes. Pero lo fundamental es el amor de la
familia y de los amigos, lo cual no es nada fácil en esta sociedad consumista,
individualista, en la que el ‘drogado’ representa una amenaza y un
estorbo.
La
religión, adoptada en algunas comunidades terapéuticas, puede favorecer la
recuperación, siempre que infunda en el dependiente un nuevo sentido a su vida.
He ahí, además, lo que evitó que mi generación, la que tenía 20 años en la
década de 1960, entrase de cabeza en las drogas: estábamos enviciados de utopía.
Nuestro ‘viaje’ era derribar la dictadura y cambiar el mundo.
En
la cuestión de las drogas hay que distinguir entre seguridad pública y salud
pública. Soy favorable a la despenalización de los usuarios y a la penalización
de los traficantes. Los usuarios sólo debieran ser alejados de la convivencia
social cuando resultaran una amenaza para la sociedad. En dicho caso debieran
ser orientados a un tratamiento y no al encarcelamiento.
La
religión nos sumerge en un universo onírico, pues nos hace emerger de la
realidad objetiva y nos introduce en la esfera de lo trascendente, imprimiendo
sacralidad a nuestra existencia. Más que un catálogo de creencias, ella nos
permite experimentar a Dios; de ahí su etimología: nos religa con Aquel que nos
creó y nos ama, y en el cual llegaremos a desembocar cuando alcancemos el límite
de esta vida.
Sucede que, gracias al neoliberalismo y su nefasto ‘fin
de la historia’ -una grave ofensa a la esperanza- y a las nuevas tecnologías
electrónicas, a las que traspasamos el universo onírico, ya apenas tenemos
utopías liberadoras ni el idealismo altruista de un mundo mejor. Queremos
mejorar nuestra vida, la de nuestra familia, no la del país y la de la
humanidad.
Ese agujero en el pecho abre, en los jóvenes, el apetito
de las drogas. Todo ‘drogado’ es un místico en potencia, alguien que descubrió
lo que debiera ser obvio para todo: la felicidad está dentro y no fuera de la
persona. El error es buscarla a través de la puerta del absurdo y
no por la del Absoluto.
Un
poco más de espiritualidad cultivada en las familias, sobre todo en niños y
jóvenes, y no tendríamos tanta vulnerabilidad ante la seducción de las
drogas.
El
incienso, finalmente, le hace bien al alma.
(Frei Betto es escritor, autor de “El vencedor”, novela
sobre drogas, entre otros
libros)
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