domingo, 17 de febrero de 2013

VIAJE HACIA EL MAR o EL PRIMER CHAPUZÓN

HISTORIA SENCILLAS    EL VIAJE HACIA EL MAR    EL PRIMER CHAPUZÓN

CUALQUIERA DE ESTOS ENCABEZADOS  LE VA BIEN, 2, DOS HISTORIAS UN MISMO FINAL...    creo les gustará....


Queridas amigas/os: colegas ,mi nieta Lucía  me mandó este artículo que me pareció interesante reenviárselos.Esta experiencia de los niños de Rivera me recuerda que por el año 1971 trabajando en la escuela de Villa García ,con Martínez Matonte dedirector,qué épocas !, vine con un grupo de 3er año al zoológico, en un ómnibus que envió primaria .Una vez terminada la visita planificada y ya arriba del bus le pido al conductor si puede llevarnos hasta la playa Malvín pues los niños nunca habían visto el mar .Accedió a mi solicitud y hacia allá nos dirigimos .No puedo describir con palabras la alegría y emoción  en las caritas de esos niños.Cuando
.bajamos, no le daban las manos para tirar arena hacia arriba y corrían hacia el agua apenas sacado los zapatos.Por supuesto que los vaqueros aunque algo remangados terminaron empapadosSiempre me pregunto qué habría  pasado si alguna autoridad de primaria se hubiera enterado de esta escapada.     Sin ningún reproche a mi conciencia  me queda en el corazón la alegría de mis alumnos ......
 
          Con mucho cariño les mando un apretado abrazo .Cristina
 
 Les comunico que no sé por cuanto tiempo, estamos en San José de Carrasco, pues no se ha desocupado el piso en Malvín donde nos instalaremos definitivamente.       San José de Carrasco,  calle Buschental entre Gestido y Sevilla frente al Colegio Cuaraí Tel         2682 6944  .-
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http://www.elpais.com.uy/suplemento/ds/el-primer-chapuzon/sds_692892_130203.html

El primer chapuzón

La emocionante experiencia de un grupo de escolares de Rivera durante su primer viaje al mar.
LEONEL GARCÍA
La carrera de las caritas más felices que jamás haya visto la Parada 12 de la Mansa comienza a las 16.25 horas. El guía Fernando Giordano marca la largada y la expectativa, alimentada por varios días de espera y los 572 kilómetros que separan a Rivera de Punta del Este, estalla en una ruidosa estampida infantil por la arena que se detiene en la primera rompiente de las olas. "El agua solo hasta la rodilla. El que no cumple, no entra", había observado la maestra Sandra Coitiño. Pero el frenazo no responde tanto a la advertencia sino al temor a lo nunca visto: esa lagoa tan inmensa a la que llaman mar, aunque en rigoraún sea el Río de la Plata. Pero en algunos niños la valentía surge rápida y espontáneamente. Minutos después, ¿solo hasta la rodilla? Ja.
Es difícil describir la alegría y la expectativa de Douglas, Ana Laura, Bruno, Melissa, Daniel, Florencia, Ximena, Matías y de todos los 36 chicos de distintos grados de la escuela 1 de la ciudad de Rivera, que llegaron a la otra punta del país para conocer el mar. Puede apelarse a la ansiedad de los días previos, a las dificultades para dormir en el viaje pese a partir a la una de la madrugada, o a las naricitas pegadas a las ventanillas, cuando el inmenso azul se presentó a sus ojos, y a su asombro en portuñol, transitando la rambla de Piriápolis, poco después de las ocho de la mañana.

Mirta Cardozo es la directora de la escuela y uno de los ocho adultos (tres maestros y cinco padres) de esta expedición de un día a través del programa Saque al Mar. Cuenta que de los 36 niños, de entre 5 y 13 años, solo cinco ya conocían la costa sur. Dice con orgullo que dirige una institución inclusiva, con aulas para niños ciegos y sordos. En la delegación hay una chica de 12 años con un grado leve de Síndrome de Down; ella viaja con su madre, pero se la ve muy integrada al grupo, y luego no habrá quien la saque del agua hasta el final."¡El mar!", "¡Es bien mais grande de lo pensaba!", "¡Mirá esas olas!", "¡Cara, no termina más!", "¡Mirá el Titanic (por un yate)!", "¡Qué lagoa bem grande!". La emoción también está en los ojos grandes como platos, en las bocas muy abiertas y las caras encendidas. También está en los miedos que se disipan: para ellos, subir por primera vez a las aerosillas del Cerro San Antonio -segunda escala del día, tras la reserva Pan de Azúcar- es toda una aventura; pero el terror del ascenso se disuelve mientras crece la panorámica de la bahía.
"Esta es una escuela de gente trabajadora; estamos en el centro (de Rivera) y los papás trabajan ahí. Viene tanto el hijo de la patrona como el de su empleada", explica Cardozo con el típico acento de la frontera con Brasil, estirando "v" y "s". "Pero es muy difícil para muchos, cuyos padres trabajan en esta época, conocer el mar. Si nadie los trae, no vienen", explica. También influyen los precios del sur: "¡Asustan! Nosotros estamos acostumbrados a otros valores". Y, ¿qué beneficios puede tener este viaje? "Los niños vuelven con otra visión del país, otras referencias, hasta lo `leen` distinto: es ir al otro lado del mapa".
El serpenteante descenso del ómnibus por el cerro regala nuevas postales marinas. Y todo asombra: el azul inmenso, las olas, los yates. Hay quien busca el "Cristo Redentor" en la bahía de Piriápolis. No han entrado todavía al agua y ya no piensan en las piscinas ni en las aguas dulces del Parque Gran Bretaña o el Valle del Lunarejo, atractivos riverenses para combatir los 40 grados impiadosos del norte. Los diálogos infantiles palpitan este mundo nuevo.
-¿Sabés que el agua acá es salada?
-¿Qué, la revuelven?
SUPERARSE. Saque al Mar nació en 2009, ideado por el escritor floridense Marciano Durán y coordinado por Fernando Giordano. Este último, entrenador de tenis de mesa (de ahí el nombre) y encargado del Centro Braille Municipal de Florida, además de guía y gestor de los paseos, lo califica como un programa "de inclusión social". Hasta ahora, con la ayuda de las distintas intendencias y de varios privados "que no quieren ser nombrados" han logrado que 2.750 chicos de todo el país conozcan el mar. No todas son escuelas: han traído integrantes de comedores del INDA, CAIF, centros de discapacitados y asentamientos. En muchas oportunidades los pequeños excursionistas provienen de contextos muy críticos; en esos casos, la distancia a la zona turística y costera es mucho mayor a unas cuantas horas de ómnibus y varios cientos de kilómetros (ver aparte).
-¿Acá ya hay que bajar con toallas?, pregunta una niña, al pie de las aerosillas.
-No, acá comemos. Eso va a ser de tardecita, cuando el sol pique menos.
Estos chicos de Rivera -todos escolarizados, muchos participando del Verano Educativo de Primaria- no representan esos extremos de vulnerabilidad, dicen sus responsables. Luego de disfrutar ravioles con tuco en la marisquería al pie de las aerosillas -Lo de Juan y Cristina, donde almuerzan todas las delegaciones de Saque al Mar-, algunos le ahorran el trabajo a los mozos, levantando las mesas: lo aprendido en el comedor escolar está firme.
Según los impulsores del programa, el beneficio de esta jornada se resume así: los niños descubren a lo largo de un día de paseos que todos ellos tienen derecho a vivir este tipo de experiencias y eso los estimula para estudiar, progresar y salir adelante.
Esta tesis es sostenida por Giordano, apelando al equipo profesional, psicólogos y sociólogos, que colabora con Saque al Mar: "Un niño se podrá olvidar de muchas cosas en su vida, pero de este día no". Juan Carlos Hermelo, dueño del restaurante y colaborador del programa casi desde el inicio, también aporta lo suyo: "Los niños ven que ellos también tienen derecho a disfrutar esto, pero para eso van a tener que esforzarse". Finalmente, opina la maestra Sandra Coitiño: "Académicamente, sirve para trabajar en geografía, ciencias sociales y matemática; también sirve para el relacionamiento de los chicos; y está el aprendizaje vital. ¿Quién les quita lo vivido? Y que no te quepa duda que esta experiencia puede impulsarlos a superarse".
Por fuera de Saque al Mar, un razonamiento similar vinculado a experiencias parecidas también lo tiene René Rey, subdirectora de la Colonia Escolar de Vacaciones de Malvín (ver aparte). A su vez, Alberto Torelli, coordinador de Turismo Social del Ministerio de Turismo, cuyas políticas están destinadas a una población de 15 años o más, sostiene que "ver la grandiosidad del mar tiene un impacto psicológico muy positivo" para todas las edades.
GORLEREANDO. La siguiente parada es en Punta del Este. Los cruceros anclados los impactan. Belén (9) se sorprende de que estos barcos sean "más grandes" que los de San Gregorio de Polanco. Ya en Gorlero, toca disfrutar de un corto en 6D: una película en 3D de monstruitos espaciales, con butacas móviles y efectos de viento y burbujas. El griterío de los niños rinde homenaje a aquellos espectadores de las primeras proyecciones de Lumière, solo que estos valientes no huyen de la sala ni locos. "¡Estuvo bem legal, cara!"
Pasadas las 14.30, una banda de pequeños mochileros copa una poco concurrida y tórrida Gorlero. Estos chicos le regalan ruido y color a un fin de enero considerado chaucha. A ellos no les importa: son los paseantes más felices y bulliciosos de la Península. El acarreo de bolsos es una necesidad: el chofer se retiró a una zona más tranquila para descansar; le conviene: le esperan siete horas más de viaje a Rivera.
-¿Esta es la playa?, pregunta un niño, en los muelles del puerto de Punta del Este.
-No, la playa es donde primero hay arena y luego olas, responde otro, en una definición llena de sabiduría infantil.
El puerto les regalará un viaje en lancha y también el momento más tierno del viaje, al encontrarse "una foca"; un lobo marino, en realidad. Pero a esta altura el clamor popular pedía agua a gritos.
-¡Yo quiero la playa!
-¡Yo quiero el parque acuático!
-Yo quiero... ¡lo que tenga arena!
-¡Esa es la playa, cara!
De nuevo en el ómnibus, es hora de volver a pegarse a las ventanillas, señalar las rocas, las olas, los cruceros, los surfistas y las sombrillas. Entre las exclamaciones de asombro, sobresale el silencio absorto de Ana Paula (5), la benjamina del grupo. Cuando el bus transita por la ciudad, ella no presta atención a esos locales fashion de marcas carísimas y palabras en inglés; pero cuando el coche toma la rambla, fija la vista y estira al máximo su cuello, llenándose de todo el mar que pueda; solo lamenta una cosa: "No puedo ir a lo hondo, soy chiquita". Belén (9), con toda su experiencia de San Gregorio, no tiene ese miedo: "Con flotador, me animo igual a ir al medio del agua".
AGUA Y SAL. Todo es descubrimiento en la playa: que los pies se entierran fácil en la orilla, que las huellas duran muy poco en la arena, que la piel se arruga tras un rato largo en el agua, que es imposible cansarse de jugar con las olas, que el mar puede ser adictivo. "¡El agua empieza bem fría pero después se pone legal!". "¡Cómo `viene y va` (sic) el agua!". "¡Un pescado!". "¡Una aguaviva!". "¿Qué es un aguaviva?".
"¡Qué brava que está!", ríen Ana (11) y sus amigas, para quienes el oleaje orillero de la Mansa alcanza y sobra para sentirse surfistas. Enfrente está la Isla Gorriti, a su izquierda, la península, a su derecha, dos grandes cruceros. Pero a ellos les sorprende mucho más lo salado del agua, de la que fueron involuntarios (o no) catadores.
"¡Es feísima, me tomé como `un litro de sal`, es un asco!", protesta Bruno (10). Pero, de golpe, aporta desde el aula un toque de conocimiento: "No debe haber tanta sal, si no todos estaríamos flotando, nadie se ahogaría". Sus compañeros asienten ese razonamiento. Es que conviene prestar atención al que sabe.
En tandas de a cinco, Giordano los lleva al Parque Acuático. Los padres acompañantes entran al mar, para cuidar a los niños que hace mucho pasaron el límite de la rodilla. A esta altura, los adultos ya entendieron eso de que es mejor unirse al enemigo cuando no se puede con él. También sirve para que esta noche estén tan fundidos que duerman más que en el viaje de ida.
"¡Este es el mejor día de mi vida!", grita Rocío (10), en un alto de su combate a las olas. Lo mismo repite Ana Laura (10), peleando contra el pelo empapado que le tapa la mirada luminosa. "Eso ya hace que este viaje valga la pena... no hay sueldo que te pague esto", dice Sandra, la maestra. Ella también tiene la vista humedecida, pero todavía no se había metido en el mar.

Una influencia positiva para la salud mental y física

"Todos los veranos tenemos niños que no conocen el agua, y quedan totalmente encantados", señala Juana Blanco, directora de recreación del INAU. Además de convenios con ANEP y el Ministerio de Turismo (Mintur), el Instituto tiene una casa propia en La Floresta, Araucaria, que recibe a 800 niños y adolescentes por verano. Alberga a unos 50 chicos por semana, brinda actividades recreativas y educativas, y la prioridad estival la tienen los hogares de permanencia.
Y el mar ofrece emociones como pocos espectáculos de la naturaleza. "Una vez vino llorando de la playa una señora, una cocinera que vino con una delegación de Paysandú. Pensé que se había peleado con algún chico; pero no: lloraba porque había visto el mar, ¿te das cuenta?", dice Javier Milano, director de Araucaria.
Por su parte, Alberto Torelli, coordinador de Turismo Social del Mintur (que funciona fuera de la alta temporada y ha incluido a 20 mil beneficiarios en cuatro años) sustenta lo beneficioso de este impacto: "Conocer el mar es una de las experiencias más fuertes que se pueden dar en nuestro turismo, por eso descontamos que es una influencia positiva para la salud mental y física".

CONOCER REALIDADES DISTINTAS

Fernando Giordano espera que para el último fin de semana de marzo ya sean 3.000 los niños que conocieron la costa gracias a Saque al Mar. Entre ellos, ya se cuentan unos 200 ciegos. "Vienen a abrazarse con la brisa, y nosotros les relatamos lo que vemos, como si fuera un libro hablado".
Las excursiones diarias se hacen prácticamente todas las semanas, desde Artigas, Florida, Salto o Treinta y Tres. Pero no solo se apunta al Interior profundo o lejano. Para mañana está previsto llevar a un grupo de chicos del barrio Kennedy, uno de los más pobres de Maldonado. Sí, aunque parezca increíble, hay niños que pese a vivir a unas cuadras del balneario más top de Sudamérica no conocen el mar.
"Es inadmisible que en este país haya niños que no sepan qué es una cucharita o qué es un raviol, y eso nos pasó el 7 de enero, con una niña de Nueva Palmira. Saque al Mar contribuye a que chicos de contextos muy críticos puedan conocer otras realidades, que conozcan el mar, que le queden grabadas esas vivencias", afirma Giordano.

COLONIAS

LAS GANAS DE PODER SUPERARSE

La primera ocasión frente al mar puede ser muy fuerte. "Una vez tuvimos que llamar a la emergencia, porque un chico del norte del país se desmayó de la emoción, al mirar las olas desde la terraza", recuerda René Rey, subdirectora de la Colonia de Vacaciones de Primaria de Malvín. "Otra vez vinieron unos 70 chiquitos de un jardín de infantes de Santiago Vázquez... porque también en Montevideo hay niños que no conocen el mar... y al llegar se fueron todos al ventanal, y se quedaron largo rato mirando el Río de la Plata, en silencio. Me acuerdo y se me pone la piel de gallina", agrega. Muchos chicos tienen cada año ahí o en la Colonia de Primaria en Piriápolis su primera experiencia marina. Entre ambas, reciben de agosto a mayo unos 7.500 alumnos. A diferencia de Saque al Mar, aquí los chicos suelen pasar de lunes a viernes entre paseos y actividades pedagógicas (aunque en Montevideo y en estas semanas se están haciendo estadías más cortas por el Verano Educativo); pero el beneficio sigue siendo el mismo: "Supongo que los inspectores resuelven que acá vengan las escuelas que más precisan esta experiencia (o sea: de contextos más críticos). Y lo que el niño vive aquí no lo pierde jamás. Creo que queda un cosquilleo que lo llevará a luchar por superarse", dice Rey.

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