CUALQUIERA DE ESTOS ENCABEZADOS LE VA BIEN, 2, DOS HISTORIAS UN MISMO FINAL... creo les gustará....
Queridas amigas/os: colegas ,mi nieta Lucía me mandó este
artículo que me pareció interesante reenviárselos.Esta experiencia de los niños
de Rivera me recuerda que por el año 1971 trabajando en la escuela de
Villa García ,con Martínez Matonte dedirector,qué
épocas !, vine con un grupo de 3er año al zoológico, en un ómnibus
que envió primaria .Una vez terminada la visita planificada y ya arriba del bus
le pido al conductor si puede llevarnos hasta la playa Malvín pues los niños
nunca habían visto el mar .Accedió a mi solicitud y
hacia allá nos dirigimos .No puedo describir con palabras la alegría y emoción
en las caritas de esos niños.Cuando
.bajamos, no le daban las manos para tirar arena hacia arriba y corrían
hacia el agua apenas sacado los zapatos.Por supuesto que los vaqueros aunque
algo remangados terminaron empapados. Siempre me pregunto qué
habría pasado si alguna autoridad de primaria se hubiera enterado de esta escapada. Sin ningún
reproche a mi conciencia me queda en el corazón la alegría de mis alumnos
......
Con mucho cariño les mando un apretado abrazo
.Cristina
Les comunico que no sé por cuanto tiempo, estamos
en San José de Carrasco, pues no se ha desocupado el piso en Malvín donde nos
instalaremos definitivamente. San José de Carrasco, calle Buschental
entre Gestido y Sevilla frente al Colegio Cuaraí Tel 2682
6944 .-
...
http://www.elpais.com.uy/suplemento/ds/el-primer-chapuzon/sds_692892_130203.html
Mirta Cardozo es la directora de la escuela y uno de los ocho adultos (tres maestros y cinco padres) de esta expedición de un día a través del programa Saque al Mar. Cuenta que de los 36 niños, de entre 5 y 13 años, solo cinco ya conocían la costa sur. Dice con orgullo que dirige una institución inclusiva, con aulas para niños ciegos y sordos. En la delegación hay una chica de 12 años con un grado leve de Síndrome de Down; ella viaja con su madre, pero se la ve muy integrada al grupo, y luego no habrá quien la saque del agua hasta el final."¡El mar!", "¡Es bien mais grande de lo pensaba!", "¡Mirá esas olas!", "¡Cara, no termina más!", "¡Mirá el Titanic (por un yate)!", "¡Qué lagoa bem grande!". La emoción también está en los ojos grandes como platos, en las bocas muy abiertas y las caras encendidas. También está en los miedos que se disipan: para ellos, subir por primera vez a las aerosillas del Cerro San Antonio -segunda escala del día, tras la reserva Pan de Azúcar- es toda una aventura; pero el terror del ascenso se disuelve mientras crece la panorámica de la bahía.
El primer chapuzón
La
emocionante experiencia de un grupo de escolares de Rivera durante su primer
viaje al mar.
LEONEL GARCÍA
La carrera de las caritas más
felices que jamás haya visto la Parada 12 de la Mansa comienza a las 16.25
horas. El guía Fernando Giordano marca la largada y la expectativa, alimentada
por varios días de espera y los 572 kilómetros que separan a Rivera de Punta del
Este, estalla en una ruidosa estampida infantil por la arena que se detiene en
la primera rompiente de las olas. "El agua solo hasta la rodilla. El que no
cumple, no entra", había observado la maestra Sandra Coitiño. Pero el frenazo no
responde tanto a la advertencia sino al temor a lo nunca visto: esa lagoa tan
inmensa a la que llaman mar, aunque en rigoraún sea el Río de la Plata. Pero en
algunos niños la valentía surge rápida y espontáneamente. Minutos después, ¿solo
hasta la rodilla? Ja.
Es difícil describir la alegría
y la expectativa de Douglas, Ana Laura, Bruno, Melissa, Daniel, Florencia,
Ximena, Matías y de todos los 36 chicos de distintos grados de la escuela 1 de
la ciudad de Rivera, que llegaron a la otra punta del país para conocer el mar.
Puede apelarse a la ansiedad de los días previos, a las dificultades para dormir
en el viaje pese a partir a la una de la madrugada, o a las naricitas pegadas a
las ventanillas, cuando el inmenso azul se presentó a sus ojos, y a su asombro
en portuñol, transitando la rambla de Piriápolis, poco después de las ocho de la
mañana.
Mirta Cardozo es la directora de la escuela y uno de los ocho adultos (tres maestros y cinco padres) de esta expedición de un día a través del programa Saque al Mar. Cuenta que de los 36 niños, de entre 5 y 13 años, solo cinco ya conocían la costa sur. Dice con orgullo que dirige una institución inclusiva, con aulas para niños ciegos y sordos. En la delegación hay una chica de 12 años con un grado leve de Síndrome de Down; ella viaja con su madre, pero se la ve muy integrada al grupo, y luego no habrá quien la saque del agua hasta el final."¡El mar!", "¡Es bien mais grande de lo pensaba!", "¡Mirá esas olas!", "¡Cara, no termina más!", "¡Mirá el Titanic (por un yate)!", "¡Qué lagoa bem grande!". La emoción también está en los ojos grandes como platos, en las bocas muy abiertas y las caras encendidas. También está en los miedos que se disipan: para ellos, subir por primera vez a las aerosillas del Cerro San Antonio -segunda escala del día, tras la reserva Pan de Azúcar- es toda una aventura; pero el terror del ascenso se disuelve mientras crece la panorámica de la bahía.
"Esta es una escuela de gente
trabajadora; estamos en el centro (de Rivera) y los papás trabajan ahí. Viene
tanto el hijo de la patrona como el de su empleada", explica Cardozo con el
típico acento de la frontera con Brasil, estirando "v" y "s". "Pero es muy
difícil para muchos, cuyos padres trabajan en esta época, conocer el mar. Si
nadie los trae, no vienen", explica. También influyen los precios del sur:
"¡Asustan! Nosotros estamos acostumbrados a otros valores". Y, ¿qué beneficios
puede tener este viaje? "Los niños vuelven con otra visión del país, otras
referencias, hasta lo `leen` distinto: es ir al otro lado del mapa".
El serpenteante descenso del
ómnibus por el cerro regala nuevas postales marinas. Y todo asombra: el azul
inmenso, las olas, los yates. Hay quien busca el "Cristo Redentor" en la bahía
de Piriápolis. No han entrado todavía al agua y ya no piensan en las piscinas ni
en las aguas dulces del Parque Gran Bretaña o el Valle del Lunarejo, atractivos
riverenses para combatir los 40 grados impiadosos del norte. Los diálogos
infantiles palpitan este mundo nuevo.
-¿Sabés que el agua acá es
salada?
-¿Qué, la revuelven?
SUPERARSE. Saque al Mar nació
en 2009, ideado por el escritor floridense Marciano Durán y coordinado por
Fernando Giordano. Este último, entrenador de tenis de mesa (de ahí el nombre) y
encargado del Centro Braille Municipal de Florida, además de guía y gestor de
los paseos, lo califica como un programa "de inclusión social". Hasta ahora, con
la ayuda de las distintas intendencias y de varios privados "que no quieren ser
nombrados" han logrado que 2.750 chicos de todo el país conozcan el mar. No
todas son escuelas: han traído integrantes de comedores del INDA, CAIF, centros
de discapacitados y asentamientos. En muchas oportunidades los pequeños
excursionistas provienen de contextos muy críticos; en esos casos, la distancia
a la zona turística y costera es mucho mayor a unas cuantas horas de ómnibus y
varios cientos de kilómetros (ver aparte).
-¿Acá ya hay que bajar con
toallas?, pregunta una niña, al pie de las aerosillas.
-No, acá comemos. Eso va a ser
de tardecita, cuando el sol pique menos.
Estos chicos de Rivera -todos
escolarizados, muchos participando del Verano Educativo de Primaria- no
representan esos extremos de vulnerabilidad, dicen sus responsables. Luego de
disfrutar ravioles con tuco en la marisquería al pie de las aerosillas -Lo de
Juan y Cristina, donde almuerzan todas las delegaciones de Saque al Mar-,
algunos le ahorran el trabajo a los mozos, levantando las mesas: lo aprendido en
el comedor escolar está firme.
Según los impulsores del
programa, el beneficio de esta jornada se resume así: los niños descubren a lo
largo de un día de paseos que todos ellos tienen derecho a vivir este tipo de
experiencias y eso los estimula para estudiar, progresar y salir adelante.
Esta tesis es sostenida por
Giordano, apelando al equipo profesional, psicólogos y sociólogos, que colabora
con Saque al Mar: "Un niño se podrá olvidar de muchas cosas en su vida, pero de
este día no". Juan Carlos Hermelo, dueño del restaurante y colaborador del
programa casi desde el inicio, también aporta lo suyo: "Los niños ven que ellos
también tienen derecho a disfrutar esto, pero para eso van a tener que
esforzarse". Finalmente, opina la maestra Sandra Coitiño: "Académicamente, sirve
para trabajar en geografía, ciencias sociales y matemática; también sirve para
el relacionamiento de los chicos; y está el aprendizaje vital. ¿Quién les quita
lo vivido? Y que no te quepa duda que esta experiencia puede impulsarlos a
superarse".
Por fuera de Saque al Mar, un
razonamiento similar vinculado a experiencias parecidas también lo tiene René
Rey, subdirectora de la Colonia Escolar de Vacaciones de Malvín (ver aparte). A
su vez, Alberto Torelli, coordinador de Turismo Social del Ministerio de
Turismo, cuyas políticas están destinadas a una población de 15 años o más,
sostiene que "ver la grandiosidad del mar tiene un impacto psicológico muy
positivo" para todas las edades.
GORLEREANDO. La siguiente
parada es en Punta del Este. Los cruceros anclados los impactan. Belén (9) se
sorprende de que estos barcos sean "más grandes" que los de San Gregorio de
Polanco. Ya en Gorlero, toca disfrutar de un corto en 6D: una película en 3D de
monstruitos espaciales, con butacas móviles y efectos de viento y burbujas. El
griterío de los niños rinde homenaje a aquellos espectadores de las primeras
proyecciones de Lumière, solo que estos valientes no huyen de la sala ni locos.
"¡Estuvo bem legal, cara!"
Pasadas las 14.30, una banda de
pequeños mochileros copa una poco concurrida y tórrida Gorlero. Estos chicos le
regalan ruido y color a un fin de enero considerado chaucha. A ellos no les
importa: son los paseantes más felices y bulliciosos de la Península. El acarreo
de bolsos es una necesidad: el chofer se retiró a una zona más tranquila para
descansar; le conviene: le esperan siete horas más de viaje a Rivera.
-¿Esta es la playa?, pregunta
un niño, en los muelles del puerto de Punta del Este.
-No, la playa es donde primero
hay arena y luego olas, responde otro, en una definición llena de sabiduría
infantil.
El puerto les regalará un viaje
en lancha y también el momento más tierno del viaje, al encontrarse "una foca";
un lobo marino, en realidad. Pero a esta altura el clamor popular pedía agua a
gritos.
-¡Yo quiero la playa!
-¡Yo quiero el parque
acuático!
-Yo quiero... ¡lo que tenga
arena!
-¡Esa es la playa, cara!
De nuevo en el ómnibus, es hora
de volver a pegarse a las ventanillas, señalar las rocas, las olas, los
cruceros, los surfistas y las sombrillas. Entre las exclamaciones de asombro,
sobresale el silencio absorto de Ana Paula (5), la benjamina del grupo. Cuando
el bus transita por la ciudad, ella no presta atención a esos locales fashion de
marcas carísimas y palabras en inglés; pero cuando el coche toma la rambla, fija
la vista y estira al máximo su cuello, llenándose de todo el mar que pueda; solo
lamenta una cosa: "No puedo ir a lo hondo, soy chiquita". Belén (9), con toda su
experiencia de San Gregorio, no tiene ese miedo: "Con flotador, me animo igual a
ir al medio del agua".
AGUA Y SAL. Todo es
descubrimiento en la playa: que los pies se entierran fácil en la orilla, que
las huellas duran muy poco en la arena, que la piel se arruga tras un rato largo
en el agua, que es imposible cansarse de jugar con las olas, que el mar puede
ser adictivo. "¡El agua empieza bem fría pero después se pone legal!". "¡Cómo
`viene y va` (sic) el agua!". "¡Un pescado!". "¡Una aguaviva!". "¿Qué es un
aguaviva?".
"¡Qué brava que está!", ríen
Ana (11) y sus amigas, para quienes el oleaje orillero de la Mansa alcanza y
sobra para sentirse surfistas. Enfrente está la Isla Gorriti, a su izquierda, la
península, a su derecha, dos grandes cruceros. Pero a ellos les sorprende mucho
más lo salado del agua, de la que fueron involuntarios (o no) catadores.
"¡Es feísima, me tomé como `un
litro de sal`, es un asco!", protesta Bruno (10). Pero, de golpe, aporta desde
el aula un toque de conocimiento: "No debe haber tanta sal, si no todos
estaríamos flotando, nadie se ahogaría". Sus compañeros asienten ese
razonamiento. Es que conviene prestar atención al que sabe.
En tandas de a cinco, Giordano
los lleva al Parque Acuático. Los padres acompañantes entran al mar, para cuidar
a los niños que hace mucho pasaron el límite de la rodilla. A esta altura, los
adultos ya entendieron eso de que es mejor unirse al enemigo cuando no se puede
con él. También sirve para que esta noche estén tan fundidos que duerman más que
en el viaje de ida.
"¡Este es el mejor día de mi
vida!", grita Rocío (10), en un alto de su combate a las olas. Lo mismo repite
Ana Laura (10), peleando contra el pelo empapado que le tapa la mirada luminosa.
"Eso ya hace que este viaje valga la pena... no hay sueldo que te pague esto",
dice Sandra, la maestra. Ella también tiene la vista humedecida, pero todavía no
se había metido en el mar.
Una influencia positiva para la salud mental y física
"Todos los veranos tenemos
niños que no conocen el agua, y quedan totalmente encantados", señala Juana
Blanco, directora de recreación del INAU. Además de convenios con ANEP y el
Ministerio de Turismo (Mintur), el Instituto tiene una casa propia en La
Floresta, Araucaria, que recibe a 800 niños y adolescentes por verano. Alberga a
unos 50 chicos por semana, brinda actividades recreativas y educativas, y la
prioridad estival la tienen los hogares de permanencia.
Y el mar ofrece emociones como
pocos espectáculos de la naturaleza. "Una vez vino llorando de la playa una
señora, una cocinera que vino con una delegación de Paysandú. Pensé que se había
peleado con algún chico; pero no: lloraba porque había visto el mar, ¿te das
cuenta?", dice Javier Milano, director de Araucaria.
Por su parte, Alberto Torelli,
coordinador de Turismo Social del Mintur (que funciona fuera de la alta
temporada y ha incluido a 20 mil beneficiarios en cuatro años) sustenta lo
beneficioso de este impacto: "Conocer el mar es una de las experiencias más
fuertes que se pueden dar en nuestro turismo, por eso descontamos que es una
influencia positiva para la salud mental y física".
CONOCER REALIDADES DISTINTAS
Fernando Giordano espera que
para el último fin de semana de marzo ya sean 3.000 los niños que conocieron la
costa gracias a Saque al Mar. Entre ellos, ya se cuentan unos 200 ciegos.
"Vienen a abrazarse con la brisa, y nosotros les relatamos lo que vemos, como si
fuera un libro hablado".
Las excursiones diarias se
hacen prácticamente todas las semanas, desde Artigas, Florida, Salto o Treinta y
Tres. Pero no solo se apunta al Interior profundo o lejano. Para mañana está
previsto llevar a un grupo de chicos del barrio Kennedy, uno de los más pobres
de Maldonado. Sí, aunque parezca increíble, hay niños que pese a vivir a unas
cuadras del balneario más top de Sudamérica no conocen el mar.
"Es inadmisible que en este
país haya niños que no sepan qué es una cucharita o qué es un raviol, y eso nos
pasó el 7 de enero, con una niña de Nueva Palmira. Saque al Mar contribuye a que
chicos de contextos muy críticos puedan conocer otras realidades, que conozcan
el mar, que le queden grabadas esas vivencias", afirma Giordano.
COLONIAS
LAS GANAS DE PODER SUPERARSE
La primera ocasión frente al
mar puede ser muy fuerte. "Una vez tuvimos que llamar a la emergencia, porque un
chico del norte del país se desmayó de la emoción, al mirar las olas desde la
terraza", recuerda René Rey, subdirectora de la Colonia de Vacaciones de
Primaria de Malvín. "Otra vez vinieron unos 70 chiquitos de un jardín de
infantes de Santiago Vázquez... porque también en Montevideo hay niños que no
conocen el mar... y al llegar se fueron todos al ventanal, y se quedaron largo
rato mirando el Río de la Plata, en silencio. Me acuerdo y se me pone la piel de
gallina", agrega. Muchos chicos tienen cada año ahí o en la Colonia de Primaria
en Piriápolis su primera experiencia marina. Entre ambas, reciben de agosto a
mayo unos 7.500 alumnos. A diferencia de Saque al Mar, aquí los chicos suelen
pasar de lunes a viernes entre paseos y actividades pedagógicas (aunque en
Montevideo y en estas semanas se están haciendo estadías más cortas por el
Verano Educativo); pero el beneficio sigue siendo el mismo: "Supongo que los
inspectores resuelven que acá vengan las escuelas que más precisan esta
experiencia (o sea: de contextos más críticos). Y lo que el niño vive aquí no lo
pierde jamás. Creo que queda un cosquilleo que lo llevará a luchar por
superarse", dice Rey.
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