“Nos cambió la
vida…” Domingo de la
Ascensión
Cuando era niño,
solía ir a la casa del Maestro del pueblo, y le cebaba mates, mientras él hacía
algo, o simplemente charlaba conmigo…Con el tiempo, llegué a admirarlo: era
bueno, honesto, alegre: no había alguien que llegara al pueblo que él no lo
recibiera e invitara a comer. Ya no vive más, pero su recuerdo quedó grabado en
mí… y en la gente de mi pueblo.
Los Apóstoles
habían convivido con Jesús, habían dejado por él su trabajo y ocupaciones, hasta
lo tomaron como Maestro y junto a El, siguiendo sus mandatos, se embarcaron en
una tarea inusitada: anunciar que el Reino de Dios se había hecho presente, es
decir, que Dios visitaba su pueblo, y que traía una vida nueva, distinta,
entusiasmante…Dios les había cambiado la ruta. Y el llamado de Jesús le dio
nuevo sentido a sus vidas.
Por eso, la muerte
de Jesús fue para ellos una tragedia, que solo la Resurrección les ayudó a
superar. Jesús se les apareció una y otra vez y les confirmó que las Escrituras
tenían razón: que debía padecer y luego resucitar. Que para dar vida, hay que
morir a uno mismo. Que para engendrar algo que valga la pena, hay que dar todo
de sí. Y entonces, el Padre recibe esa oblación y la hace fecunda. NO sólo eso,
escucharon claro su mandato de ser testigos de esta vida
nueva.
Los discípulos, de
ayer y de hoy, no anuncian una doctrina simplemente, no enseñan una serie de
normas morales, sino fundamentalmente, anuncian a Jesús: su manera de vivir, su
camino, su amor. Y lo hacen con sus propias vidas. Vidas que son transformadas
por la propuesta de Jesús, vidas que han tomado un nuevo rumbo, vidas que nunca
olvidan su origen ( “que hacen allí, Galileos…”), pero que toman una dimensión
distinta: el horizonte ahora es mucho más amplio: es el mismo mundo. Vayan por
todas partes…
Que Dios nos
permita hacer experiencia de fe en Jesucristo, es una gracia que nos envuelve, y
nos lanza con nuevos horizontes, no los chiquititos y pequeños de los inicios, o
de cuando balbuceamos el ser cristianos, sino el que vamos madurando, asumiendo
nuevos compromisos que nos embarcan la misma vida. Y esto desde el lugar que nos
toca vivir, como sacerdotes o laicos, ministros o simplemente seguidores de
Jesús en la familia, el trabajo, la sociedad…El corazón se nos va transformando,
y va coloreando las relaciones, los trabajos, la vida
toda.
“¿Qué hacen allí,
mirando el cielo?” Es la tierra, es cada día, es el presente, es lo cotidiano,
es la historia humana, es la creación que los rodea, alimenta, y compromete,
donde tienen que hacer presente mi mensaje. Para esto los elegí (para que vayan
y den fruto…no vuelen).
Ahora es el tiempo
de Uds. Les mostré el camino, con la fuerza que viene de lo alto, la presencia
del Santo Espíritu, decidan los caminos, las maneras, los destinatarios…El no
les faltará. Sean adultos en la fe, no dependientes de los demás, de si me miran
o no me miran, si me tienen en cuenta o no, de que me digan siempre lo que tengo
que hacer. Tienen la fuerza de lo Alto. Y eso les basta. Abran caminos.(Cuando
Francisco salió al balcón apenas elegido miró el mundo con profunda paz: tenia
certeza de la presencia del Espíritu con él).
Si en algo me
marcó el maestro, más fuerte fue lo de Jesús para los Apóstoles, que comenzaron
a recorrer el mundo y el fuego de Jesús llegó hasta nosotros…los apóstoles, como
cada uno de nosotros, sentimos que sigue vivo entre nosotros, que nos alienta
con su Espíritu, que no nos deja solos, y que desata todo lo mejor de nosotros
para la causa del Reino que él trajo. Las periferias esperan, dice el Papa
Francisco: los que están en el borde, aquellos cuya vida peligra, los que no
cuentan, aquellos que viven oscuridades, de violencia, soledad, sin sentido…Para
eso está la Iglesia, para eso estamos
nosotros/as.
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