Bogotá,
Col., a 20 de abril de 2013
A nuestro hermano
Francisco, Obispo de Roma
Quienes te escribimos esta carta somos acompañantes y asesores de las
Comunidades eclesiales de base de América Latina y el Caribe. Nos hemos reunido
en la ciudad de Bogotá, desde el 16 al 19 de abril, en nuestro encuentro anual
de articulación continental y este año sintiendo una nueva esperanza al saber
que “El Señor te miró con misericordia y te eligió”…
Este espacio de articulación,
comenzado en tu patria, en La Rioja en el año 2001, tiene un especial interés,
a partir del acontecimiento de Aparecida, en relanzar y fortalecer las queridas
comunidades
Junto al Pueblo de Dios que vive en las comunidades, damos testimonio,
de haber recibido con un gozo grande tu elección, y los primeros gestos con los
cuales vas inaugurando el Ministerio que se te ha confiado
Compartimos tu sueño, de una Iglesia pobre y para los pobres. Nos alegró
escuchar tu primer saludo al pueblo de Roma, reconociendo tu primado en la
caridad, para todas las iglesias, impulsando así la rica colegialidad afirmada
en el Concilio Vaticano II, la que añorábamos con dolor y nostalgia.
Es bueno que sepas que, el Pueblo de Dios, descubre en tus gestos de
austeridad, de cercanía sincera con los últimos, de firmeza para no dar espacio
a la corrupción que nos avergüenza, un aire fresco, de esperanza al sentir que
recuperamos para la Iglesia el seguimiento discipular de Jesús de Nazareth.
Sabemos que conoces bien las Comunidades Eclesiales de Base, porque las
defendiste en Aparecida, cuando querían eliminarlas del Documento de los
obispos. Hoy queremos pedirte que desde tu Ministerio, nos ayudes a ser fieles
a Jesús y al proyecto del Reinado de Dios. Queremos servir a los pobres,
alcanzar desde y con ellos, la Vida abundante que Jesús no se cansa de ofrecer
y así honrar la memoria martirial de nuestros/as hermanos/as mayores de esta
iglesia Latinoamericana y del Caribe.
Las comunidades, y nosotros/as, animadores de su camino, te acompañamos
con nuestro cariño y oración la que ponemos en manos de María de
Guadalupe.
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