Hemos celebrado los 50 años de la muerte del Papa Juan XXIII (1881-1963),
seguramente el Papa más importante del siglo XX. A él se debe la renovación de
la Iglesia católica que intentó definir su lugar dentro del mundo moderno. El 25
de enero de 1959, sin avisar a nadie, declaró ante los cardenales estupefactos
reunidos en la abadía benedictina de San Pablo Extramuros que iba a convocar un
concilio ecuménico. Había hecho por su cuenta un juicio crítico sobre la
situación del mundo y de la Iglesia y había percibido que estábamos ante una
nueva fase histórica: la del mundo moderno, con su ciencia, su técnica, sus
libertades y derechos. La Iglesia tenía que ubicarse positivamente dentro de
esta realidad que surgía. La actitud que había hasta entonces era de
desconfianza y condena. El Papa entendía que este comportamiento llevaba a la
Iglesia al aislamiento y a un estancamiento que le hacía daño y daño a su misión
en el mundo.
Repitió el viejo dicho: vox temporis vox
Dei ("la voz del tiempo es la voz de Dios”). Esto no significa, dijo,
"que todo en el mundo tal como está sea la voz de Dios. Significa que todo porta
un mensaje de Dios, bueno para que lo sigamos, malo para que lo
cambiemos”.
En efecto, el Concilio Vaticano II se realizó en Roma (1962-1965), el Papa
lo abrió, pero murió antes de su finalización (1963). Su espíritu, sin embargo,
marcó todo el evento, con consecuencias hasta nuestros días.
Dos fueron sus lemas principales: aggiornamento y concilio pastoral. Aggiornamento es decir sí a lo nuevo, sí a la
actualización de la Iglesia en su lenguaje, en su estructura y en su forma de
presentarse al mundo. Concilio pastoral quería expresar una relación de apertura
con la gente y con el mundo, de diálogo, de aceptación y de fraternidad. Así que
nada de condena al modernismo y a la "nouvelle
Theologie” como se había hecho furiosamente antes. En lugar de doctrinas,
diálogo, aprendizaje mutuo e intercambio.
Tal vez esta afirmación de Juan XXIII resuma todo su espíritu: "La vida del
cristiano no es una colección de antigüedades. No se trata de visitar un museo o
una academia del pasado. Esto, sin duda puede ser útil —como lo es la visita a
los monumentos antiguos— pero no es suficiente. Se vive para progresar, si bien
sacando provecho de las prácticas y de las experiencias del pasado, para ir
siempre más lejos en el camino que Nuestro Señor nos va mostrando”.
De hecho, el Concilio puso a la Iglesia en el mundo moderno, participando
de sus avatares y sus logros. La Iglesia en América Latina pronto se dio cuenta
de que no solo existía el mundo moderno, sino el submundo del cual poco se había
hablado en el Concilio. En Medellín (1969) y en Puebla (1979) se vio que la
misión de la Iglesia en este submundo hecho de pobreza y opresión debía ser de
promoción de la justicia social y de liberación.
Han pasado ya 50 años desde el Concilio. El mundo y el submundo cambiaron
mucho. Han surgido nuevos desafíos: la globalización económico-financiera y la
consecuente conciencia planetaria, la disolución del imperio soviético, las
nuevas formas de comunicación social (internet, redes sociales y otras) que han
unificado el mundo, la erosión de la biodiversidad, la percepción de los límites
de la Tierra y la posibilidad de exterminio de la especie humana y con ella del
proyecto planetario humano.
Con las categorías del Concilio Vaticano II no podemos atender esta nueva
realidad amenazante. Todo apunta a la necesidad de un nuevo Concilio ecuménico.
Ahora no se trata de convocar solamente a los obispos de la Iglesia Católica.
Ante los peligros que tenemos que enfrentar, todo el Cristianismo, con sus
Iglesias, está siendo desafiado. Precisamos tomar en serio la alianza que el
gran biólogo E. Wilson proponía entre las Iglesias y las religiones y la
tecnociencia, si es que queremos salvar la vida del planeta. (cf. La creación,
Salvemos la vida en la Tierra, 2006). ¿Cómo pueden contribuir estas fuerzas
religiosas a que todavía tengamos futuro? La supervivencia de la vida en la
Tierra es el supuesto de todo. Sin ella, se desvanecen todos los proyectos y
todo pierde sentido. Los cristianos deberán olvidar sus diferencias y polémicas
y unirse para esta misión salvadora.
El Papa Francisco tiene la capacidad de convocar a la totalidad de las
expresiones cristianas, a los hombres y a las mujeres, asesorados por personas
de reconocido saber, incluso no religiosas, para identificar el tipo de
colaboración que podemos ofrecer en la línea de una nueva conciencia de respeto,
de veneración, de cuidado de todos los ecosistemas, de compasión, de
solidaridad, de sobriedad compartida y de responsabilidad sin restricciones,
pues todos somos interdependientes.
Con su forma de ser y de pensar el Papa Francisco despierta en todos
nosotros la razón cordial, sensible y espiritual. Unida a la razón intelectual,
protegeremos y cuidaremos, cuidaremos y amaremos esta única Casa Común que el
universo y Dios nos han legado. Sólo así garantiremos nuestra continuidad sobre
la Tierra.
[Leonardo Boff ha escrito Eclesiogenesis:
la reinvención de la Iglesia, Sal Terrae
2009].
No hay comentarios:
Publicar un comentario