Mensaje
del Papa para la Cuaresma de 2015: Fortalezcan sus corazones
Ciudad
del Vaticano, 27 de enero 2015 (VIS).-Ofrecemos a continiuación el Mensaje
del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015 cuyo título es ''Fortalezcan
sus corazones''. El documento está fechado en el Vaticano el 4 de octubre,
festividad de San Francisco de Asís.
La
Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y
para cada creyente. Pero sobre todo es un ''tiempo de gracia'' . Dios no nos
pide nada que no nos haya dado antes: ''Nosotros amemos a Dios porque él nos
amó primero'' . Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno
de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo
dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente
a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a
gusto, nos olvidamos de los demás
(algo que Dios Padre no hace jamás), no nos
interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen?
Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien
y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de
indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que
podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un
malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando
el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las
preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más
urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización
de la indiferencia.
La
indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para
los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los
profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios
no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo
por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la
muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta
entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la
mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la
celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la
caridad . Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la
puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la
mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o
herida.
El
pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser
indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes
para meditar acerca de esta renovación.
1.
''Si un miembro sufre, todos sufren con él'' ? La Iglesia
La
caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la
indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con
su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha
experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su
bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él,
siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo
con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase
los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de
cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede
hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen
?parte? con Él y así pueden servir al hombre.
La
Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a
ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando
recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos
convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para
la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros
corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es
indiferente hacia los demás. ''Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si
un miembro es honrado, todos se alegran con él'' .
La
Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su
vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en
Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se
dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta
participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que
lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos
hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca
podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos
rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
2.
''¿Dónde está tu hermano?'' ? Las parroquias y las comunidades
Lo
que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida
de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la
experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y
comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más
débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un
amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero
olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? .
Para
recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar
los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En
primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la
Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos
que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en
Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.
La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los
sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan,
gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron
definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que
esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con
nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia,
escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor
crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y
gima: ''Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es
seguir trabajando para la Iglesia y para las almas''..
También
nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como
ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su
alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de
fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por
otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la
pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados.
La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí
misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta
misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad
y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La
Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta
los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo
al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos
recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos
hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos
hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la
Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a
ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3.
''Fortalezcan sus corazones'' ? La persona creyente
También
como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de
noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al
mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos
hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En
primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial.
No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24
horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia ?también a
nivel diocesano?, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta
necesidad de la oración.
En
segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las
personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de
caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés
por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra
participación en la misma humanidad.
Y,
en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión,
porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi
dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de
Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las
infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir
a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar
al mundo y a nosotros mismos.
Para
superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir
a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del
corazón, como dijo Benedicto XVI . Tener un corazón misericordioso no
significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un
corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón
que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que
nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que
conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por
esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta
Cuaresma: ?Fac cor nostrum secundum Cor tuum?: ?Haz nuestro corazón semejante
al tuyo?. De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante
y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de
la globalización de la indiferencia.
Con
este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad
eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que
recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
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