Editorial
de Emiliano Cotelo sobre el Plan Ibirapitá
El viernes pasado, 19 de junio, el
Poder Ejecutivo entregó las primeras mil tablets de las 350.000 que el Plan
Ibirapitá prevé distribuir entre aquellos pasivos que ganen hasta $ 24.400 por
mes.
Se puso en marcha de esa manera una
medida que Tabaré Vázquez había anunciado en la noche del 1º de junio del año
pasado, cuando ganó las elecciones internas y quedó confirmado como el
candidato único del Frente Amplio a la Presidencia de la República.
Según explicó Vázquez, su planteo,
algo así como la otra punta del Plan Ceibal, procura “garantizar la inclusión y
la equidad” del sector de la tercera edad que tiene menores recursos.
La idea sorprendió y generó mucha
conversación. Dio para todo tipo de bromas y chistes en las Redes Sociales y
también propició la polémica política: las críticas llegaron desde la
oposición, sí, pero también desde algunos sectores del oficialismo que la
observaron con recelo. Hubo quienes hablaron de demagogia. Y otros, incluyendo
organizaciones de jubilados y pensionistas, cuestionaron el gasto, porque
alegaron que la prioridad debe ser el aumento real del valor de las
pasividades.
Yo analicé con cuidado todos los
argumentos. Y estoy convencido de que el Plan Ibirapitá vale la pena. Por las
razones que ha manejado el gobierno y por algunas otras que quiero comentar.
Veamos.
En primer lugar, porque el Estado se
ocupa de un sector postergado y con dificultades importantes. Segundo, porque
no lo hace por el camino tradicional y obvio del incremento de la mensualidad
(que, por otra parte, se ha ido dando en estos años). Si el costo de una tablet
se volcara a una mejora de la jubilación o la pensión, el ajuste sería mínimo,
de impacto reducido. Las ventajas de este dispositivo son mucho más
significativas que esos pocos pesos.
¿Cuáles son esas ventajas?
Para empezar, la “inclusión” de la
que hablaba Vázquez. En Uruguay, entre los mayores de 65 años sólo el 44%
accede a una computadora; y por supuesto que esa proporción baja si
consideramos a los veteranos de ingresos más bajos. Como se ha destacado, estas
personas con su tableta (y la conexión gratuita a internet, en caso de que no
la tengan por sí mismos) podrán acceder a una comunicación amplísima, que les
permitirá manejar aplicaciones sobre su propia salud, trámites en organismos
públicos, diarios, radios, televisión, mapas, música, libros, películas, etc.
Además por esa vía podrán hablar y/o hacer videoconferencias con familiares y
amigos, de acá y del exterior. Todo esto me parece fundamental. A una edad en
la que muchos uruguayos tienden a ir quedándose solos o metiéndose para
adentro, se les habilita una herramienta que, por el contrario, les abre
decenas de ventanas, al mundo, al país, a sus seres queridos.
Pero también me resulta interesante
que la entrega de la tableta “obligue” a estas personas a esforzarse y
aprender. Aquellos que no manejen la computación, si quieren aprovechar el
potencial de la tablet, deben disponerse a entender sus reglas básicas,
practicarlas y asimilarlas. Este desafío también luce muy saludable, para
enfrentar la inercia y la tendencia a cruzarse de brazos que, sin duda, puede
apoderarse de muchos ancianos, según su personalidad y según como les haya ido
en la vida.
Por último, quiero detenerme en otro
aspecto. Para ese aprendizaje muchos de estos pasivos deberán pasar por los
cursos y el asesoramiento que ofrecerá el Plan Ceibal. Pero otros –también
muchos- contarán con la ayuda de sus nietos, que seguramente son casi expertos
en estas tecnologías. Que se termine dando ese intercambio abuelo-nieto, donde
el niño o adolescente oficia de maestro, es de las consecuencias más potentes
que puede terminar teniendo este plan. Lo digo porque vivimos en una época en
la que no siempre es sencillo el diálogo entre esas dos generaciones, en la que
muchos jóvenes se desentienden de sus mayores y éstos, a su vez, no encuentran
las claves para atraerlos al diálogo. Este pretexto de la tablet puede resultar
muy fructífero y derivar hacia otras posibilidades de enriquecimiento de esa
relación dentro de la familia.
Y
en cuanto a los jubilados que deban recurrir a cursos, me llamó mucho la
atención este detalle que leí el sábado en El Observador: “Tanto la ANEP
(Administración Nacional de Educación Pública) como los colegios privados se
pusieron a disposición para celebrar convenios que permitan a sus docentes y
alumnos ayudar a los ancianos a usar las tabletas”. Que estos veteranos
convertidos en estudiantes de informática dejen algunas veces por semana las
casas o los residenciales donde viven –generalmente aburridos y sin rumbo- para
visitar escuelas o colegios cercanos a efectos de recibir allí un entrenamiento
a cargo de los más chicos puede ser otro sacudón muy provechoso precipitado por
el Plan Ibirapitá. Provechoso para los viejos, para los jovencitos, para los
docentes y para las instituciones de enseñanza.
Es más: Yo tengo la esperanza de que
esa experiencia dé lugar a otras. Por ejemplo, que termine ocurriendo una
especie de “canje”: que a cambio de lo que le enseñan, el jubilado ofrezca dar
(a los chicos o a los docentes) charlas o talleres de algún tema que domine, o
que se integre a una comisión que se ocupa del mantenimiento del local… o que
les cuente a los niños y a sus docentes que en la casa de salud donde él vive
hay una señora que no puede trasladarse pero que fue profesora de guitarra
durante toda su vida y a quien le encantaría recibir botijas para seguir
enseñando.
Por razones que no vienen al caso en
los últimos años he conocido muy de cerca el mundo de los residenciales de
ancianos y sus habitantes. Es cierto, algunas de estas personas están muy
enfermas. Pero otras tienen mucho para dar todavía y, sin embargo, pasan sus
días encerradas y casi aisladas.
Para mí es fundamental que la
sociedad aproveche el conocimiento acumulado por los más viejos y que los
viejos sientan que son útiles y pueden aportar a la sociedad. Yo sé que ha
habido y hay algunos esfuerzos en esa dirección. Pero este es un terreno en el
que todavía hay mucho para seguir trabajando, creando y emprendiendo.
Ojalá el Plan Ibirapitá haga también una contribución en esta
dirección.
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