Desafío permanente: cuidar de sí mismo
2013-08-04
Lectoras, lectores:
Basta por el momento de política. Pensemos un poco en nuestra pobre,
infeliz/feliz existencia.
Al asumir la categoría
“cuidado” en nuestra relación con la Madre Tierra y con todos los seres, el Papa
Francisco reforzó no sólo una virtud sino un verdadero paradigma que representa
una alternativa al paradigma de la modernidad, que es el de la voluntad de
poder, que tantos daños ha producido.
Debemos cuidar de todo,
también de nosotros mismos, pues somos el más próximo de nuestros próximos y,
al mismo tiempo, el más complejo y más indescifrable de los seres.
¿Sabemos quiénes somos?
¿Para qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Reflexionando sobre estas preguntas
ineludibles vale recordar la consideración de Blas Pascal (+1662) tal vez la
más verdadera.
¿Qué
es el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo
delante de la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la
nada de donde proviene y el infinito hacia donde va (Pensées § 72).
Verdaderamente, no
sabemos quiénes somos. Solamente desconfiamos, como diría Guimarães Rosa. En la
medida en que vamos viviendo y sufriendo, vamos descubriendo lentamente quiénes
somos. En último término somos expresiones de aquella Energía de fondo (¿imagen
de Dios?) que sustenta todo y dirige todo.
Junto con lo que de
realmente somos, existe también aquello que potencialmente podemos ser. Lo
potencial pertenece también a lo real, tal vez, a nuestra mejor parte. A partir
de este trasfondo, cabe elaborar claves de lectura que nos orienten en la
búsqueda de aquello que queremos y podemos ser.
En esta búsqueda el cuidado de sí mismo
desempeña una función decisiva. No se trata, primeramente, de un mirar
narcisista sobre el propio yo, que lleva generalmente a no conocerse a sí mismo
sino a identificarse con una imagen proyectada de sí mismo y, por eso, falsa y
alienante.
Michel Foucauld con su
minuciosa investigación Hermenéutica del sujeto (2004) intentó rescatar la
tradición occidental del cuidado del sujeto, especialmente en los sabios del
siglo II/III como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y otros. El gran motto
era el famoso ghôti seautón, conócete a ti mismo. Ese conocimiento no es
algo abstracto, sino muy concreto: reconócete en aquello que eres, procura
profundizar en ti mismo para descubrir tus potencialidades; intenta realizar
aquello que realmente puedes.
En este contexto se
abordaban las distintas virtudes, tan bien discutidas por Sócrates. Él advertía
evitar el peor de los vicios, que para nosotros se ha vuelto común: la hybris.
Hybris es sobrepasar los límites y buscar ser especial, por encima de los
otros. Tal vez el mayor impasse de la cultura occidental, de la cultura
cristiana, especialmente de la cultura estadounidense con su imaginado Destino
Manifiesto (sentirse el nuevo pueblo elegido por Dios) sea la hybris:
el sentimiento de superioridad y de excepcionalidad, imponiendo a los otros
nuestros valores, sancionados por Dios.
Lo primero que hay que afirmar
es que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una sustancia,
constituida de una vez por todas, sino un nudo de relaciones siempre activo que
mediante la cadena de relaciones está construyéndose continuamente, como lo
hace el universo. Todos los seres del universo, según la nueva cosmología, son
portadores de cierta subjetividad porque tienen historia, viven en interacción
e interdependencia de todos con todos, aprenden intercambiando y acumulando
informaciones. Este es un principio cosmológico universal. Pero el ser humano
realiza una modalidad propia de este principio que es el hecho de ser un sujeto
consciente y reflejo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para ser completos,
no sabe que no sabe.
Este nudo de relaciones
se articula a partir de un Centro alrededor del cual organiza las relaciones
con todos los demás. Ese yo profundo nunca está sólo. Su soledad es para la
comunión. Reclama un tú. O mejor, según Martin Buber, es a partir del tú
que el yo despierta y se forma. Del yo y del tú nace el nosotros.
El cuidado de sí mimo
implica, en primerísimo lugar, acogerse a uno mismo, tal como se es, con sus
aptitudes y sus límites. No con amargura, como quien quiere modificar su
situación existencial, sino con jovialidad. Acoger el propio rostro, cabello,
piernas, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, en fin su cuerpo
(véase Corbin y otros, O corpo, 3 vol. 2008). Cuanto más nos aceptemos
menos clínicas de cirugías plásticas existirán. Con las características físicas
que tenemos, debemos elaborar nuestro modo de ser en el mundo.
Nada más ridículo que la
construcción artificial de una belleza moldeada en disonancia con la belleza
interior. Es el intento vano de hacer un “photoshop” de la propia imagen.
El cuidado de sí mismo
exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones. No basta
tener aptitud para la música si no sentimos motivación para ser músicos. De la
misma forma, no nos ayudan las motivaciones para ser músicos si no tenemos
aptitud para ello. Desperdiciamos energías y recogemos frustraciones. Quedamos
siendo mediocres, lo que no engrandece.
Otro componente del
cuidado para consigo mismo es saber y aprender a convivir con la dimensión de
sombra que acompaña a la dimensión de luz. Amamos y odiamos. Estamos hechos con
esas contradicciones. Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens
y demens, gente de inteligencia y junto con ello gente de rudeza. Somos
el encuentro de esas oposiciones.
Cuidar de sí mismo es
poder crear una síntesis donde las contradicciones no se anulan, pero predomina
el lado luminoso.
Cuidar de sí mismo es
amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnerabilidad, poder llorar, saber
perdonarse y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de saltar por encima
y aprender de los errores y contradicciones. Entonces escribimos recto, a pesar
de las líneas torcidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario