Tacurú: proyecto educativo de acompañamiento laboral "El barrido como salida al mundo"
Unos 500 jóvenes cada día salen de sus barrios carenciados y van a
barrer a otras zonas de la ciudad. Para muchos es su primera experiencia
laboral y también la primera vez que pisan Pocitos o Carrasco. La
experiencia suscita distintas reflexiones y aprendizajes.
PAULA BARQUET25 jul 2015
Se encuentran 6:15 AM en Bernardo Poncini y Aparicio
Saravia, en la Casa Tacurú. Vienen de 40 semanas, Marconi, Unidad
Casavalle, Las sendas, Gruta de Lourdes, Cerrito de la Victoria, La
Teja, Colón.
Por cada 10 jóvenes que llegan ese día hay uno que no
lo logró porque no pudo con el madrugón, no encontró con quién dejar a
sus hijos, se complicó la noche en el barrio o llovió y se le mojaron
los championes. A su vez, por cada 10 que logran sostener el trabajo
durante todo el tiempo que dura el convenio con la Intendencia de
Montevideo —entre un año y dos—, hay otros 10 que abandonan en el
camino.
Cada día los camiones de Tacurú levantan a 500 jóvenes
de entre 18 y 29 años de zonas marginales de Montevideo y los llevan a
barrer a distintos puntos de la ciudad. Calculan que la experiencia, que
se repite todos los años desde 1992, ya la han vivido unos 15.000. Para
la mayoría es su primer trabajo y la primera vez que pisan barrios como
Pocitos, Carrasco, Parque Rodó o Malvín. Algunos nunca habían visto la
playa hasta entonces.
En la amplia zona de acción de Tacurú —calculan que
nuclea a unas 60 mil personas— hay una calle que se presenta como un
límite inquebrantable: Propios. Hacia el norte están ellos y hacia la
costa, los otros. Se da, entonces, un fenómeno de "segregación
residencial" para ambos lados, dice Alejandro López, que integra el
consejo directivo de la ONG hace 20 años. Muchas veces son los jóvenes
de Tacurú los que se animan a cruzar esa frontera y desafiar su
"destino".
La vivencia es "buenísima", continúa López. Tacurú no
los rescata del entorno de pobreza y bajo nivel educativo del que
provienen, pero sí los fortalece. "Esos chiquilines rompen con la
frontera del barrio y pueden vivir a través del trabajo la experiencia
de conectarse con lo que es la ciudad, que es una ciudad para todos",
dice.
—Y el hecho de limpiar en zonas de alto nivel adquisitivo, ¿les hace sentir resentimiento?
—No lo sé, pero no lo dudo.
Toda gente.
Jimena y Laura, de 19 y 20 años, barren sus últimas
cuadras en una preciosa zona de la calle Prudencio Vázquez y Vega, en
Pocitos. Jimena viene de Unidad Casavalle y Laura de Lavalleja, a pocas
cuadras de la Casa Tacurú.
Sus vidas están increíblemente emparentadas: las dos
dejaron los estudios por complicaciones familiares (aunque a ninguna le
gustaban los libros), las dos quedaron embarazadas de sus novios y las
dos fueron abandonadas, una cuando aún tenía panza y la otra un año
después.
Tacurú las cruzó y ahora, más que compañeras, son
amigas. Dicen que cuando se cuentan sus cosas y descargan sus rabias
contra los padres ausentes, barren más rápido.
—¿Cómo es la gente de este barrio?
—Jimena: La gente es atrevida. Tira mugre donde ya barriste y te dice ¿para qué estás vos, conchuda?
Entre las dos explican que "las señoras" son las más
ofensivas y a veces desconfiadas. Las mayores suelen negarles un vaso
de agua, algo que vale como indicador de amabilidad. Muchos se creen que
porque pagan "los impuestos" tienen derecho a exigirles a ellas que les
den bolsas o que les barran la vereda (algo que no está entre sus
tareas; a ellas les corresponde solo la calle). También hay quienes se
acercan a conversar e incluso quienes ofrecen posteriores salidas
laborales.
—Laura: Hay gente atrevida pero también hay gente bien, que te dice buen día, niña, ¿precisás algo?
Dice, y agrega que quienes viven en Pocitos,
Carrasco o Casavalle, "es toda gente". Jimena no está tan convencida.
Para ella, en barrios acomodados hay varios que las discriminan o les
"toman el pelo" solo por "ser de Tacurú".
A unas cuadras de allí barre Javier, de 21 años, que
tiene otra mirada. Para él, que no conocía Pocitos por dentro hasta
hace unos meses, ese es "un barrio de gente trabajadora" y de muchas
personas jubiladas que con frecuencia agradecen el trabajo. Los que "te
miran de arriba a abajo" son, según él, solo unos pocos.
Lo que sí le llama la atención a Javier es la mugre
de Pocitos. Siendo que "se supone que hay gente de plata", no parece
lógico "para uno, que viene de barrio carenciado".
Susana, de 25 años, hoy trabaja como auxiliar de
cocina en el comedor de la Casa Tacurú. Pero en su larga historia de
trabajos y luchas por salir adelante —el sacerdote director del
movimiento, Ruben Avellaneda, la presenta como una "resiliente"— pasó
unos años como barrendera y le tocó limpiar en distintos barrios. Cuenta
Susana que Carrasco fue el lugar donde se sintió más incómoda porque
ahí sí que las miradas acusadoras eran una constante. Lo "bueno",
recuerda, era lo que recaudaban casa por casa a fin de año.
El asunto no es si te toca barrer en una zona
"linda" o no, sino que "te apropies" de ese sitio que es "tu lugar de
trabajo", dice Hugo, de 32 años, que después de mucho tiempo barriendo
pasó a ser coordinador de un "cantón". La experiencia de este hombre que
formó su familia con el sueldo de barrendero (unos $10 mil hoy) le
permite otras reflexiones.
—Yo aprendí mucho. En el barrio no salís mucho al
exterior. Eso al principio te da temor. Pero después, si te apropiás de
la zona, sentís que sos parte y te dejás de sentir uno de afuera.
Empezás a ver que no es barrer nomás: que es una contribución a la
sociedad.
Para Hugo, no es por barrer en zonas acomodadas que uno se siente "excluido", sino "por la sociedad misma que excluye".
Estas anécdotas y consideraciones suelen volcarse en
los grupos educativos que también forman parte de sus obligaciones.
Allí se conversa sobre distintos temas, desde cuidados de salud hasta
discriminación o religión. Dice Hugo —que como coordinador también
asiste a estos espacios— que se trabaja con cuidado tratando de no
invadir. El foco es darles herramientas y valores para el mañana.
Tienen cinco convenios vigentes y se cayeron dos
El sacerdote Ruben Avellaneda, director de la ONG, no habla en términos de trabajo sino de "proyecto educativo de acompañamiento laboral", porque además de las seis horas de barrido que hacen de lunes a sábado, los jóvenes deben asistir a tres horas semanales para reflexionar y aprender en grupo; por eso no son trabajadores sino "educandos", y sus jefes no son capataces sino "educadores" y "coordinadores". En los hechos, se trata de un trabajo remunerado y el que paga es el Estado. Los salarios llegan a ser de $ 10 mil para los que no faltan.
Los convenios con la intendencia se firman, renuevan
o rescinden cada año. Actualmente hay cinco vigentes con los centros
comunales 13 (que abarca Sayago, Peñarol, Lavalleja, entre otros), 3
(Reducto, Aguada, Jacinto Vera), 15 (Prado, Cerrito, Joanicó), 16
(Arroyo Seco, Bella Vista, Capurro) y 5 (Punta Carretas, Pocitos y
Parque Batlle).
Cuenta Avellaneda que el 30 de junio se cayeron dos
convenios: uno con el comunal 6 (que incluye Malvín Norte, Unión, Villa
Española) y otro con el 8 (Carrasco, La Cruz, Jardines). Eso implicó que
46 jóvenes "se quedaran sin la posibilidad de dar el salto". Antes esa
decisión le cabía a la intendencia a nivel central pero ahora la toman
los alcaldes y concejales de cada municipio. A Avellaneda le explicaron
que los vecinos habían evaluado mal el servicio, lo cual no coincide con
la "muy buena evaluación" que hicieron los coordinadores. Como sea, la
conclusión del director de Tacurú es una: "Estos alcaldes no comprenden
la obra social o les falta información o hay otros motivos. Vamos a
tener que entrar más en diálogo. Está bien que se exija limpieza, pero
también hay que conocer quiénes son, cómo vienen, en qué condiciones.
El 80% de los fondos proviene de la intendencia
Tacurú es una palabra guaraní que refiere al hormiguero que crece hacia arriba ("como mirando al cielo") y cuya estructura no se desploma con facilidad. El movimiento surgió en 1981 por la inquietud de algunos novicios salesianos preocupados por el alto nivel de mendicidad infantil que había entonces. Primero se organizan "oratorios" dirigidos a esos niños y luego se busca una sede donde asentarse.
El presupuesto de Tacurú proviene en un 80% de los convenios que se firman con la Intendencia de Montevideo para el barrido, mantenimiento y limpieza de distintos sitios de la capital. Otro 15% lo aporta el INAU por los centros juveniles, la escuela de oficios y el apoyo pedagógico que también funciona en la Casa Tacurú.
El Ministerio de Turismo y Deportes paga el 5% restante por mantenimiento de las plazas de deportes. En total, los tres organismos aportan entre 12 y 13 millones de pesos mensuales. Se reciben donaciones de empresas y particulares que rondan los 100 mil pesos por mes. Actualmente hay unas 1.450 personas vinculadas a distintos proyectos y 130 funcionarios.
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