Evangelio según san
Marcos 3, 1-6
En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en
la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al
acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía
parálisis: “Levántate y ponte ahí en medio. Y a ellos les preguntó: “¿Qué está
permitido en sábado? ¿Hacer lo bueno o lo malo? , ¿Salvar la vida de un hombre
o dejarlo morir?” Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y
dolido por su obstinación, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”. Lo extendió
y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se
pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Palabra
del Señor
1.
Estamos ante un relato dramático, que empieza
hablando de acecho o espionaje y termina con la patética decisión de matar a
Jesús. Ya al comienzo del capítulo tres de Marcos, la religión se ve asociada
con la violencia mortal. Situarse en la vida con una postura abierta de
libertad ante las observancias rituales de la religión, es un asunto sumamente
peligroso. Y está claro que el Evangelio quiere avisarnos de semejante peligro.
2.
No es exageración nada de lo que se acaba de
indicar. El suceso se inicia indicando que los observantes fariseos “estaban al
acecho”. Esto se dice utilizando el verbo “paratéréo”, que significa
“espiar”. Es el mismo verbo que utiliza el evangelio de Lucas
cuando informa que las autoridades “enviaron espías para atrapar” a Jesús (Lc
20,20; cf. Hech 9, 24; Josefo y Filodemo el Filósofo) (A. Strobel). El
mismo suceso se cierra con la decisión de los fariseos para ir en busca de los
del partido de Herodes, para “acabar con Jesús”. Los observantes religiosos
vieron claramente que tenían que acabar con Jesús.
3.
La conclusión es clara: Jesús y la religión,
entendida como observancia incondicional (y por encima de lo que sea) de normas
y rituales sagrados, son incompatibles. Es más, cuando la religión se entiende
y se vive de esa manera, automáticamente se convierte en un peligro mortal para
todo el que se pone de parte de Jesús. Por eso, al terminar la lectura de este
relato impresionante, es el momento de preguntarse si vivimos, y en qué medida
vivimos, nuestra relación con la religión como una amenaza, un peligro. Jesús
así la vivió hasta el final. ¿Por qué será que nosotros no la solemos vivir
así?
José Ma. Castillo
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