Fue
el grito de un hombre que jamás levantó la voz. La renuncia al papado
de Benedicto XVI, anunciada por sorpresa el 11 de febrero de 2013 y
materializada el día 28, situó al Vaticano y a la Iglesia católica en su
conjunto frente a la pregunta más incómoda: ¿por qué?
Joseph Ratzinger, que por entonces tenía 86 años y un aceptable estado
de salud, no se marchaba ni por anciano ni por enfermo –no desde luego
él, que amaba la tradición y que había presenciado en primera fila la
lenta agonía televisada de Juan Pablo II–, sino por una carga aún más
difícil de soportar. Desde hacía al menos tres años, la curia romana se
venía oponiendo, a veces de manera muy violenta, a sus intentos de
limpiar la Iglesia de clérigos pederastas y banqueros corruptos. La
publicación de su correspondencia privada –el llamado caso Vatileaks–,
la detención de su ayudante de cámara por robar y filtrar aquellos
documentos y la expulsión –amparada bajo falsas acusaciones—del hombre
al que había encargado sanear las finanzas del Vaticano resultaron
determinantes. Hasta L’Osservatore Romano, el siempre mesurado diario
oficial de la Santa Sede, había lanzado la voz de alerta: Benedicto XVI
era “un pastor rodeado por lobos”. ··· Ver noticia
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