Los cardenales que se enfrentan al papa destapan un problema de fondo
José M. Castillo, teólogo
.El
goteo de noticias, que nos informan de cardenales de la Iglesia que
muestran su desacuerdo con el papa Francisco, no cesa. Hace sólo unos
días, recordábamos en esta página el caso del cardenal G. L. Müller,
prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy resulta
inevitable hacer mención del cardenal Dominik Duka, arzobispo de Praga,
que parece no estar de acuerdo con “la sensibilidad del Papa Francisco
en temas sociales”, diferente de la que tenemos en Europa en esos
asuntos. Y es que, a juicio del cardenal de Praga, Francisco “viene de
Sudamérica, donde la brecha entre ricos y pobres es mucho mayor, como
resultado de las culturas indias” (sic).
La sucesión de estos desacuerdos cardenalicios con el papa actual es larga. Y empezó pronto. Justamente desde el momento en que Bergoglio, recién nombrado Francisco, salió de la capilla Sixtina y se negó en redondo a subirse al gran coche papal que le esperaba en la puerta para trasladarlo a la basílica de San Pedro. Allí mismo empezó a dar la cara el papa que venía “del fin del mundo”. Por lo visto, algunos de los mismos purpurados,
que le acababan de elegir, y le esperaban ataviados con sus solemnes vestimentas, no estaban preparados para asumir el nuevo estilo de ejercer el poder en la Iglesia, que les esperaba. Y al que se resistieron en seguida. Y lo más feo del asunto es que – según parece – se siguen resistiendo. Con más fuerza cada día. A medida que avanza el papado de Francisco, de forma que el nuevo modo de gobierno de este papa se va definiendo con más claridad y más coherencia.
El problema, que asoma con estos incidentes como puntas de iceberg, es (me parece a mí) más profundo y más grave de lo que posiblemente imaginamos. Porque hay quienes, desde posiciones ideológicas avanzadas y con bastante razón, se lamentan del escaso y tradicional bagaje teológico con el que el P. Bergoglio llegó al papado. Como también abundan los que se quejan de que Francisco no haya tomado ya decisiones de gobierno que tendría que haber tomado, por ejemplo, en la reforma de la Curia, en la puesta al día de la liturgia, en la renovación de la teología, etc, etc. Todo esto, por supuesto, es discutible desde diversos puntos de vista. Pero creo que somos bastantes los que pensamos que en estas cosas hay mucho de verdad.
Sin embargo, lo que yo veo más claro es que el nudo del problema está en otra cosa. Está en la relación de la Iglesia con el Evangelio. La Iglesia no está en el mundo para organizar bien una religión. Una más, entre tantas otras religiones. No. La Iglesia no es eso. Ni está para eso. La Iglesia es la comunidad de los “seguidores de Jesús”. Si no es eso, todo lo demás le sobra, le estorba y le impide cumplir la tarea que le corresponde y la finalidad para la que Dios, encarnado en Jesús, se hizo presente y visible en la historia humana.
Ahora bien, si la Iglesia es la comunidad de los seguidores de Jesús, su razón de ser y su forma de estar presente en la sociedad humana no es otra, no puede ser otra, que hacer presente, visible y comprensible el Evangelio, en la medida en que el Evangelio de Jesús puede ser entendido como un “proyecto de vida”, que nos aporta algo que sea algo importante, para dar sentido a nuestras vidas. Y, sobre todo, para que tengamos algo que, de no existir el Evangelio, no lo podríamos tener.
Pero, ¿es esto lo que hace la Iglesia, con su clero, sus cardenales y el papado romano, tal como venía funcionando, hasta el momento en que este papa Francisco empezó a llamar la atención a tanta gente, a inquietar a los cardenales, a dar esperanza a muchas gentes y a plantearse no pocas preguntas a quienes dicen de él que es “populista”, que “viene de América” o que es el “resultado de las culturas indias”?
En todo caso, hay algo que cada día vemos más claro: ni la tecnología con sus sorprendentes progresos, ni la economía con sus avances y sus crisis, ni la política con sus líderes más competentes, ni las humanidades con sus pensadores más profundos, nadie ni nada es capaz de hacer un mundo más habitable, más igualitario, más justo. ¿No será cierto que nos sobran saberes y poderes, nos sobran religiones y violencias, y nos falta humanidad? ¿No habrá algo de eso en la extraña, discutida y nueva figura de este papa Francisco, que tanto insiste en la necesidad y la actualidad del Evangelio? ¿No será por esto por lo que los cardenales más religiosos andan desconcertados ante un papa que intenta ser más evangélico?
No sé si en esto está el nudo del problema. Lo que nadie me quita de la cabeza es que esta pregunta se tiene que afrontar.
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