NO HACEN LO QUE DICEN.........
Jesús habla con
indignación profética. Su discurso, dirigido a la gente y a sus discípulos, es
una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia
los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en
conductas parecidas.
¿Podremos recordar
hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo
alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para que
obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos
una revisión de nuestra actuación.
«No hacen lo que dicen». Nuestro mayor
pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder, pero
nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Un ejemplo de vida más
evangélica de los dirigentes cambiaría el clima en muchas comunidades
cristianas.
«Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen sobres las espaldas de
los hombres; pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas». Es cierto. Con frecuencia somos exigentes y severos
con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente
sencilla con nuestras exigencias, pero no les facilitamos la acogida del
Evangelio. No somos como Jesús, que se preocupa de hacer ligera su carga, pues
es humilde y de corazón sencillo.
«Todo lo hacen para que los vea la gente». No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes
de nuestra imagen, buscando casi siempre «quedar bien» ante los demás. No
vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro
prestigio personal.
«Les gusta el primer puesto y los primeros asientos […] y que les
saluden por la calle y los llamen maestros». Nos da vergüenza
confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como
un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser
distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?
«No os dejéis llamar maestro […] ni preceptor […] porque uno solo es
vuestro Maestro y vuestro Preceptor: Cristo». El mandato
evangélico no puede ser más claro: renunciad a los títulos para no hacer sombra
a Cristo; orientad la atención de los creyentes solo hacia él. ¿Por qué la
Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y
dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?
«No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre: el del cielo». Para Jesús, el
título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado
por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos?
José Antonio Pagola
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