Mis propuestas para resolver la confrontación que estamos viviendo en la Iglesia
Constatamos
1. Es un hecho que el papa Francisco es un personaje controvertido: produce y encuentra, al mismo tiempo, “acogida” y “rechazo”. Acogida que proviene de grandes sectores del “pueblo pobre y humilde”. Y rechazo que viene, en gran medida, de los “representantes del poder”, los gestores del sistema (económico político y los poderes que sustentan y sostienen el mencionado sistema). Por tanto y al mismo tiempo, el papa Francisco es visto (según parece) como “solución” para los indigentes y “amenaza” para los poderosos.
Constatamos
1. Es un hecho que el papa Francisco es un personaje controvertido: produce y encuentra, al mismo tiempo, “acogida” y “rechazo”. Acogida que proviene de grandes sectores del “pueblo pobre y humilde”. Y rechazo que viene, en gran medida, de los “representantes del poder”, los gestores del sistema (económico político y los poderes que sustentan y sostienen el mencionado sistema). Por tanto y al mismo tiempo, el papa Francisco es visto (según parece) como “solución” para los indigentes y “amenaza” para los poderosos.
Si, efectivamente, lo dicho presenta adecuadamente lo que en realidad estamos viviendo, nos encontramos ante un conflicto (el que vive el papa y se vive en la Iglesia) que nos trae a la memoria el “recuerdo peligroso” de lo que fue el gran conflicto que vivió Jesús: acogido por el sufrimiento del pueblo sencillo y odiado (también temido) por la ambición de quienes detentaban el poder. Esto es lo que se produjo en la vida de Jesús. Y esto es lo que estamos viviendo en este momento en la Iglesia.
2. Los medios de comunicación, que “informan” y, al informar, inevitablemente “interpretan” a este personaje, que es el papa actual, un hombre tan discutido, hacen su “interpretación” del Papa, no desde las carencias de quienes lo aceptan, sino desde los intereses de quienes lo rechazan. Incluidos, como protagonistas de este rechazo, no pocos clérigos de todos los niveles, y numerosos laicos con frecuencia vinculados a grupos integristas y conservadores. Y no olvidemos que el “desde dónde” se ve la realidad, es el factor que con más fuerza determina y condiciona “cómo se ve la realidad”. No se ve la vida igual desde un palacio del centro que desde una chabola de la periferia. Ocurre, por tanto, que demasiadas veces no nos damos cuenta de lo que realmente está sucediendo. En todo caso, parece que se puede afirmar que este doble fenómeno (aceptación y rechazo del Papa) está sucediendo más de lo que seguramente sospechamos.
3. No olvidemos que el peligro de desfigurar o deformar la imagen del Papa (y su mensaje) equivale a deformar o desfigurar la realidad de la Iglesia y del Vaticano, como centro del gobierno de la Iglesia. Y desfigurar también la razón de ser del Vaticano como Estado.
4. Pero, sin duda alguna, lo más serio y preocupante, que ha puesto en evidencia el actual papado, es la contradicción en que vive la Iglesia. Se trata de la contradicción que estamos dejando patente quienes no nos cansamos de insistir en la comunión con el Papa y en la obediencia, que le debemos, pero, a la hora de la verdad, comulgamos con el Papa y le obedecemos mientras el papa piensa, habla y actúa como a nosotros nos gusta o nos parece mejor. Es un hecho que la mayor oposición al papa Francisco tiene su origen en sectores del clero – empezando por algunos cardenales – que no están de acuerdo con su forma de pensar, de vivir y de gobernar.
5. Por lo demás, cuando hablamos del papado y la gestión de los asuntos más serios de la Iglesia, es importante tener presente que estamos hablando de un sistema de gobierno, para la necesaria gestión de la Iglesia, que no está debidamente actualizado, en no pocos aspectos de notable influjo. El simple y preocupante hecho de que la Iglesia – como institución religiosa y como Estado – no pueda suscribir (a estas alturas) el “Pacto internacional sobre Derechos Civiles y Políticos”, así como el “Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales” (ambos, firmados en Naciones Unidas en 1966, como puesta en práctica de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, de 10. XII, 1948), es un indicador patente de que esta Iglesia nuestra sigue siendo una institución anticuada y anquilosada en asuntos de una enorme actualidad e importancia. Desplazar y aplicar los derechos de una institución religiosa a los derechos de una institución política desemboca inevitablemente en una situación de ambigüedad, que se traduce en fuente de incesantes malentendidos y contradicciones.
Pedimos
1. El debido replanteamiento y actualización de los dicasterios y Congregaciones de la Santa Sede, que fueron pensados y organizados para otra Iglesia de otros tiempos, en los que los problemas y necesidades de la Iglesia eran situaciones y realidades muy distintas de las situaciones y necesidades que la Iglesia tiene en este momento.
2. Ante todo, debería quedar muy claro que en la Iglesia no exista, ni la gente vea en ella, nada que esté en contra del Evangelio. Hay que decir, con toda claridad y fuerza que la Iglesia no tiene ni autoridad ni poder para hacer nada que esté en contra del Evangelio. Teniendo muy en cuenta que este criterio tendría que aplicarse, ante todo, a las cosas y asuntos más patentes y visibles en la Iglesia. Los representantes de la Iglesia no deben, no pueden, distinguirse por sus privilegios, ostentación, dignidades, todo cuanto representa una diferencia o superioridad sobre los últimos y los más desamparados, se tendría que desterrar. Esto tendría que ser lo más urgente en la Iglesia ahora mismo.
3. Pedimos al Papa que informe a la Iglesia sobre las verdades que el Magisterio de la iglesia ha propuesto – y sigue exigiendo que se acepten – como “verdades de fe divina y católica” (Constitución dogmática “Dei Filius” [Conc. Vaticano I, cap. III): “Deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio” (Denz.-Hün, 3011). Todo lo que no es, con seguridad, una verdad de fe divina y católica, puede ser modificado, interpretado o aplicado según las necesidades de los fieles, y de la humanidad en general, cuando existen razones serias para ello. Por ejemplo, resulta inexplicable el conflicto, que hemos vivido recientemente, por causa de un asunto que no pertenece a la Fe divina y católica, la indisolubilidad del matrimonio y la casuística que ha suscitado.
4. Hay que aplicar la Hermenéutica (la gran scoperta del s. XX), no sólo a la Palabra de Dios (la Biblia), sino también a la palabra de la Iglesia, el Magisterio. Por poner un ejemplo, es evidente que la afirmación del “Credo” de Nicea: “Creo en Dios todopoderoso”, el Pantokrátor, un término que ni aparece en la Biblia, ya que, como es sabido, el “pantokrátor” fue, en la Antigüedad tardía, un título imperial que se entendía como “el amo del mundo”. Semejante Dios, no es el Dios que nos reveló Jesús en el Evangelio.
5. Pedimos que la Iglesia se organice y estructure para responder más a las necesidades (de fe y de vida) de los fieles, que para cumplir con la fidelidad a tradiciones eclesiásticas, muchas de las cuales no responden ya a las necesidades de los creyentes actuales. Por ejemplo, resulta difícil de justificar el mantenimiento de la ley del celibato eclesiástico a costa de dejar a miles de parroquias sin la debida administración de los Sacramentos. En la Iglesia hay ahora mismo cientos (quizá miles) de parroquias que no pueden tener misa todos los domingos.
6. Y pedimos también, como un asunto capital, que en la Iglesia haya más transparencia. Es decir, que ni el Vaticano, ni las diócesis, ni la vida de los “hombres de la religión”, tengan nada que ocultar. Sólo así será posible hablar con libertad, con claridad y sin doble intencionalidad. El día que se pueda lograr este objetivo, la Iglesia podrá tener la credibilidad que no tiene ante importantes sectores de la población.
Nos comprometemos
1. No ocultar o marginar la información religiosa, como asunto de menor importancia o de poco interés. Nunca deberíamos olvidar que religión y política siguen siendo inseparables. Resulta indignante que, en este momento, existan agrupaciones políticas que, obteniendo logros importantes a costa de la religión, ocultan sus profundas vinculaciones con los dignatarios religiosos y sus intereses. Es hora de preguntarse si uno de los motivos que explican los éxitos del Islam, no está en que, en esa confesión religiosa, no se ocultan, sino que están en primera línea las evidentes conexiones que hacen una sola cosa de dos componentes básicos: el hecho religioso y el hecho político. No olvidemos que, en la realidad de la vida, “lo religioso” y “lo político” son dos dimensiones de la vida del ser humano en la sociedad. Dos realidades inseparables, por más que el sujeto no sea consciente de que las vive y están presentes en su intimidad y en su conducta, aunque no pertenezca ni a una religión ni a un partido político.
2. No utilizar la información religiosa para ponerla al servicio de intereses nacionalistas o partidistas. Este punto es particularmente delicado cuando se trata de informar sobre la persona del Papa Francisco. Un hombre cercano a los pobres y comprometido con la dignificación y los derechos de los humildes y marginados, es por eso mismo un hombre expuesto a ser identificado (o en sintonía) con partidos de la izquierda política.
3. Si es que queremos hablar de religión e informar sobre ella, será necesario que, en la medida de lo posible, nos propongamos alcanzar una formación religiosa básica, que nos capacite para entender y poder comunicar debidamente con la debida competencia y exactitud lo que decimos y lo que puede interesar a nuestros lectores.
4. Evitar, en cuanto de nosotros dependa, el silencio, la pasividad o la marginalidad de los dirigentes eclesiásticos, en los asuntos de más actualidad e importancia en la vida pública. Es escandaloso que la Iglesia, para no indisponerse con los poderes de quien recibe importantes ayudas o privilegios, se mantenga al margen de asuntos que afectan a la ética y a la vida pública de forma, a veces, clamorosa. Basta pensar en los escándalos de la corrupción o en la gestión económica que es la causa principal de las escandalosas desigualdades que se dan en el mundo y en no pocos países.
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