Natividad
del Señor – B (Lucas 2,1-14)
.
EN UN PESEBRE
Según el relato de
Lucas, es el mensaje del ángel a los pastores el que nos ofrece las claves para
leer desde la fe el misterio que se encierra en un niño nacido en extrañas
circunstancias en las afueras de Belén.
Es de noche. Una
claridad desconocida ilumina las tinieblas que cubren Belén. La luz no
desciende sobre el lugar donde se encuentra el niño, sino que envuelve a los
pastores que escuchan el mensaje. El niño queda oculto en la oscuridad, en un
lugar desconocido. Es necesario hacer un esfuerzo para descubrirlo.
Estas son las
primeras palabras que hemos de escuchar: «No temáis. Os anuncio una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo». Es algo muy grande lo que
ha sucedido. Todos tenemos motivo para alegrarnos. Ese niño no es de María y
José. Nos ha nacido a todos. No es solo de unos privilegiados. Es para toda la
gente.
Los cristianos no
hemos de acaparar estas fiestas. Jesús es de quienes lo siguen con fe y de
quienes lo han olvidado, de quienes confían en Dios y de los que dudan de todo.
Nadie está solo frente a sus miedos. Nadie está solo en su soledad. Hay Alguien
que piensa en nosotros.
Así lo proclama el
mensajero: «Os ha nacido hoy un Salvador: el Mesías, el Señor». No
es el hijo del emperador Augusto, dominador del mundo, celebrado como salvador
y portador de la paz gracias al poder de sus legiones. El nacimiento de un
poderoso no es buena noticia en un mundo donde los débiles son víctima de toda
clase de abusos.
Este niño nace en un
pueblo sometido al Imperio. No tiene ciudadanía romana. Nadie espera en Roma su
nacimiento. Pero es el Salvador que necesitamos. No estará al servicio de
ningún César. No trabajará para ningún imperio. Es el Hijo de Dios que se hace
hombre. Solo buscará el reino de de su Padre y su justicia. Vivirá para hacer
la vida más humana. En él encontrará este mundo injusto la salvación de Dios.
¿Dónde está este
niño? ¿Cómo lo podemos reconocer? Así dice el mensajero: «Esto os
servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre». El niño ha nacido como un excluido. Sus padres no le han podido
encontrar un lugar acogedor. Su madre le ha dado a luz sin ayuda de nadie. Ella
misma se ha valido como ha podido para envolverlo en pañales y acostarlo en un
pesebre.
En este pesebre
comienza Dios su aventura entre los hombres. No le encontraremos entre los
poderosos, sino en los débiles. No está en lo grande y espectacular, sino en lo
pobre y pequeño. Vayamos a Belén; volvamos a las raíces de nuestra fe.
Busquemos a Dios donde se ha encarnado.
José Antonio Pagola
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