Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca
denunciaremos bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de
pensamiento y criterio de actuación la secreta convicción de que lo importante
y decisivo no es lo que uno es, sino lo que uno tiene. Se ha dicho que el
dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización» (Miguel Delibes). Y de
hecho son mayoría los que le rinden su ser y le sacrifican toda su vida.
John K. Galbraith,
el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su
obra La sociedad opulenta: el
dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder
que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden
comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico
gracias a su riqueza».
Cuántas personas, sin atreverse a confesarlo,
saben que en su vida, en un grado u otro, lo decisivo, lo importante y
definitivo, es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un
prestigio económico.
Aquí está sin duda una de las quiebras más
graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho en buena parte
materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia
o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.
Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero
se puede montar un piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se
puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se pueden
adquirir nuevas relaciones, pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero
se puede comprar placer, pero no felicidad. Pero los creyentes hemos de
recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta
de nuestro corazón a Dios.
No estamos acostumbrados los cristianos a la
imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes. Y, sin embargo, esa es la
reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no
saben buscar otra cosa que no sea su propio negocio.
El templo deja de ser lugar de encuentro con el
Padre cuando nuestra vida es un mercado donde solo se rinde culto al dinero. Y
no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones
con los demás están mediatizadas solo por intereses de dinero. Imposible
entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios cuando uno solo vive
buscando bienestar. No se puede servir a Dios y al Dinero.
José Antonio Pagola
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