(20
de marzo de 2018)
Comunidad Ecuménica Horeb
Carlos de Foucauld
San José: santo de los sin nombre, de los
sin-poder y de los obreros
2018-03-19
Junto a los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan)
que representan la inteligencia de la fe, pues son verdaderas teologías acerca
de la figura de Jesús, existe una vasta literatura apócrifa (textos no reconocidos
oficialmente) que llevan también, entre otros, el nombre de evangelio, como el
Evangelio de Pedro, el Evangelio de María Magdalena y la Historia de José, el
Carpintero, que vamos a comentar. No han sido aceptados oficialmente porque no
se encuadraban en la ortodoxia dominante en los siglos II y III cuando surgió
la mayoría de ellos. Obedecen a la lógica del imaginario y llenan el vacío de
informaciones de los evangelios, especialmente acerca de la vida oculta de
Jesús. Pero han sido de gran importancia para el arte, especialmente en el
Renacimiento y en general en la cultura popular. La propia teología hoy, con
nuevas hermenéuticas, los valora.
Este apócrifo, La historia de José, el carpintero (edición
de Vozes 1990), es rico en informaciones sobre Jesús y José. En realidad se
trata de una larga narración que Jesús hace a los apóstoles sobre su padre
José. Jesús la inicia así: «Ahora escuchad: voy a narraros la vida de mi padre
José, el bendito anciano carpintero».
Y Jesús cuenta que José era un carpintero, viudo, con 6 hijos,
cuatro hombres (Santiago, José, Simón y Judas) y dos mujeres (Lisia y Lidia).
«Ese José es mi padre según la carne, con quien se unió, como consorte, mi
madre María».
Narra la perturbación de José al encontrar a María embarazada sin
su participación. Narra también el nacimiento de Jesús en Belén, la huida a
Egipto y la vuelta a Galilea. Termina diciendo: «Mi padre José, el anciano
bendito, siguió ejerciendo la profesión de carpintero y así con el trabajo de
sus manos pudimos mantenernos. Nunca se podrá decir de él que comió su pan sin
trabajar».
Referiéndose a sí mismo, Jesús dice: «Yo por mi parte llamaba a
María ‘mi madre’ y a José ‘mi padre’. Les obedecía en todo lo que me ordenaban
sin permitirme jamás replicarles una palabra. Al contrario, los trataba siempre
con gran cariño».
Continuando, Jesús cuenta que José se casó por primera vez cuando
tenía 40 años. Estuvo casado 49 años hasta la muerte de la esposa. Tenía
entonces por lo tanto 89 años. Estuvo un año viudo. Desde los esponsales con
María hasta el nacimiento de Jesús habrían pasado 3 años. José tendría, pues,
93 años. Estuvo casado con María 18 años. Sumando todo, habría muerto con 111
años.
Después, con detalles, narra que su padre «perdió las ganas de
comer y de beber; sintió que perdía la habilidad para desempeñar su oficio». Al
acercarse la muerte, José se lamenta profiriendo once ayes. En ese momento
Jesús entra en el aposento y se revela como gran consolador. Dice: «Salve,
José, mi querido padre, anciano bondadoso y bendito». A lo que José responde:
«Salve, mil veces, querido hijo. Al oír tu voz, mi alma recobró su
tranquilidad». Enseguida, José recuerda momentos de su vida con María y con
Jesús; hasta recuerda el hecho de «haberle tirado de la oreja y amonestado: ‘se
prudente, hijo mío’» porque en la escuela hacía travesuras y provocaba al
rabino.
Jesús entonces les hace esta confidencia: «Cuando mi padre dijo
estas palabras, no pude contener las lágrimas y empecé a llorar, viendo que la
muerte se iba apoderando de él». «Yo, mis queridos apóstoles, me puse en su
cabecera y mi madre a sus pies… durante mucho tiempo tomé sus manos y sus pies.
Él me miraba, suplicando que no lo abandonásemos. Puse mi mano sobre su pecho y
sentí que su alma ya había subido a su garganta para dejar el cuerpo».
Viendo que la muerte tardaba en llegar, Jesús hizo una oración
fuerte al Padre: «Padre mío misericordioso, Padre de la verdad, ojo que ve y
oído que escucha, escúchame: Soy tu hijo querido; te pido por mi padre José,
obra de tus manos… Sé misericordioso con el alma de mi padre José, cuando vaya
a reposar en tus manos, pues ese es el momento en que más necesita de tu
misericordia». «Después él exhaló el espíritu y yo le besé; me eché sobre el
cuerpo de mi padre José… cerré sus ojos, cerré su boca y me levanté para
contemplarlo». José acababa de fallecer.
En el entierro Jesús hace esta otra confidencia a los apóstoles:
“no me contuve y me eché sobre su cuerpo y lloré largamente”. Termina haciendo
un balance de la vida de su padre José:
“Su vida fue de 111 años. Al cabo de tanto tiempo no tenía ni un
solo diente cariado y su vista no se había debilitado. Toda su apariencia era
semejante a la de un niño. Nunca sufrió una indisposición física. Trabajó
continuamente en su oficio de carpintero hasta el día en que le sobrevino la
enfermedad que lo llevaría a la sepultura”.
Al terminar su relato, Jesús deja el siguiente mandato: “Cuando
seáis revestidos de mi fuerza y recibáis el Espíritu Paráclito y seáis enviados
a predicar el evangelio, predicad también sobre mi querido padre José”. El
libro que escribí sobre San José, tras 20 años de investigación, quiere
responder a este mandato de Jesús.
A decir verdad, José permaneció casi olvidado por la Iglesia
oficial. Pero el pueblo guardó su memoria, poniendo el nombre de José a sus
hijos e hijas, a ciudades, calles y escuelas. Él es el símbolo de los sin
nombre, de los sin poder, de los obreros y de la Iglesia de los anónimos.
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