ACERCARNOS A LA LUZ
Puede parecer una
observación excesivamente pesimista, pero lo cierto es que las personas somos
capaces de vivir largos años sin tener apenas idea de lo que está sucediendo en
nosotros. Podemos seguir viviendo día tras día sin querer ver qué es lo que en
verdad mueve nuestra vida y quién es el que dentro de nosotros toma realmente
las decisiones.
No es torpeza o falta
de inteligencia. Lo que sucede es que, de manera más o menos consciente,
intuimos que vernos con más luz nos obligaría a cambiar. Una y otra vez parecen
cumplirse en nosotros aquellas palabras de Jesús: «El que obra el mal detesta
la luz y la rehúye, porque tiene miedo a que su conducta quede al descubierto».
Nos asusta vernos tal como somos. Nos sentimos mal cuando la luz penetra en
nuestra vida. Preferimos seguir ciegos, alimentando día a día nuevos engaños e
ilusiones.
Lo más grave es que
puede llegar un momento en el que, estando ciegos, creamos verlo todo con
claridad y realismo. Qué fácil es entonces vivir sin conocerse a sí mismo ni
preguntarse nunca: «¿Quién soy yo?». Creer ingenuamente que yo soy esa imagen
superficial que tengo de mí mismo, fabricada de recuerdos, experiencias, miedos
y deseos.
Qué fácil también
creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de
que el mundo exterior que yo veo es, en buena parte, reflejo del mundo interior
que vivo y de los deseos e intereses que alimento. Qué fácil también
acostumbrarnos a tratar no con personas reales, sino con la imagen o etiqueta
que de ellas me he fabricado yo mismo.
Aquel gran escritor
que fue Hermann Hesse, en su pequeño libro Mi credo, lleno de
sabiduría, escribía: «El hombre al que contemplo con temor, con esperanza, con
codicia, con propósitos, con exigencias, no es un hombre, es solo un turbio
reflejo de mi voluntad».
Probablemente, a la
hora de querer transformar nuestra vida orientando nuestros pasos por caminos
más nobles, lo más decisivo no es el esfuerzo por cambiar. Lo primero es abrir
los ojos. Preguntarme qué ando buscando en la vida. Ser más consciente de los
intereses que mueven mi existencia. Descubrir el motivo último de mi vivir
diario.
Podemos tomarnos un
tiempo para responder a esta pregunta: ¿por qué huyo tanto de mí mismo y de
Dios? ¿Por qué, en definitiva, prefiero vivir engañado sin buscar la luz? Hemos
de escuchar las palabras de Jesús: «Aquel que actúa conforme a la verdad se
acerca a la luz, para que se vea que todo lo que hace está inspirado por Dios».
José Antonio Pagola
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