FASCINADOS POR JESÚS MUERTO Y RESUCITADO
1.EL SÍMBOLO DE LA
SERPIENTE. El libro del Éxodo nos
habla de una peste de víboras que atacan al pueblo elegido. Según una leyenda,
Moisés habría mandado hacer una serpiente de bronce que izó en un mástil. Todo
el que miraba la serpiente se liberaba de los efectos mortales de la picadura
de la víbora. A esto alude el pasaje del evangelista Juan que acabamos de
escuchar. La serpiente era para los pueblos vecinos de Israel el dios de la
salud. De esta forma -afirma Jesús- el Hijo del Hombre tiene que ser elevado en
la cruz para que todo el que viva con la mirada puesta en él, tenga vida
eterna". Quien mire de verdad con mirada fija al Señor Jesús remachado a
la cruz, ése, ciertamente, no morirá a causa de las picaduras de la
mediocridad, del formalismo religioso, del egoísmo, de la comodidad, del
consumo, de la superficialidad, del culto vacío.
Tener la mirada dispersa en muchos santos, en diversos misterios de
Cristo o de María o en diversas prácticas y devociones religiosas, olvidándose
del misterio central de Cristo muerto y resucitado lleva a incurrir en un
cristianismo amorfo e infecundo. Centrar la vivencia cristiana en Jesús muerto
y resucitado forja cristianos recios, entusiastas y comprometidos. No me refiero
a devociones a una u otra imagen de Cristo crucificado, sino a la vivencia de
su misterio pascual. No es cuestión sólo de llevar el crucifijo sobre el pecho,
sino dentro, en el corazón. Creo que en todo hogar cristiano debería haber una
imagen en la sala de estar, con una sentencia bíblica al pie; por ejemplo: “Me
amó y se entregó por mí” (Ga 2,20); y junto a la imagen, una biblia abierta.
2.LA CRUZ, ESCUELA DE CRISTIANOS RECIOS.
Pablo decía rotundamente: "No conozco sino a Cristo y a este crucificado"
(1 Cor 2,2). Por eso era tan intrépida su fe. De la misma forma, quien pone a
Cristo crucificado y glorificado como centro de su fe, ése vivirá un
cristianismo coherente. Le pregunto a un amigo que es pura entrega: “¿Qué es lo
que te sostiene en tantos compromisos y sacrificios que soportas por el bien de
los demás?” Se desabrocha un botón de la
camisa, saca un crucifijo y me dice con toda energía: “Este es el que me da
coraje en la vida”. Digo la mirada puesta en Cristo "crucificado" y
"resucitado"; los dos aspectos son esenciales en la fe. “Si Cristo no
ha resucitado, todo el cristianismo se nos viene abajo, como una tienda de
campaña cuando se rompe el mástil que la sostiene. Por eso, Pablo, que afirma
que no conoce sino a Cristo y a éste, crucificado; exhorta también a Timoteo:
"Acuérdate siempre de Jesucristo resucitado de entre los muertos según el
evangelio que he predicado" (2 Tm 2,8).
Es aleccionador ver qué simplificado y resumido está el mensaje
cristiano en este anuncio de Jesús muerto y resucitado, de donde se sacan todas
las deducciones para la vida del cristiano y de la comunidad. Fue, nada menos,
que Pablo VI quien afirmó rotundamente: "La Iglesia se renovará cuando
se vuelva resueltamente a Jesús muerto y resucitado y fije en él su
mirada". No sólo la Iglesia, cada comunidad y familia cristianas, cada
cristiano. No nos distraigamos del que es el centro de nuestra fe. La devoción, la fascinación y el seguimiento
de Jesús muerto y resucitado ha de ser la devoción común a todos los cristianos,
que por eso llevamos su nombre. Recordemos a Francisco de Asís, que pasa noches
enteras abrazado a la cruz mirando fijamente al Señor crucificado, que se
siente abrasado en su amor y que baja del monte Auvernia gimoteando y
lamentando: "El amor no es amado", "el amor no es
amado", "el amor no es amado"... Hay que pedir la gracia de dejarnos fascinar por él, y poner los
medios para ello.
3.LA CÁTEDRA DE LA CRUZ
a.
Lección de amor. La cruz es la gran cátedra desde donde
Jesús dicta sus lecciones; en primer lugar, su lección magistral: la del amor:
"Esta es mi consigna, esta es mi lección sintetizadora: "Que os améis
unos a otros como yo os he amado" (Jn 13,34). En la cruz nos da la lección
práctica suprema: la entrega de su vida en un martirio atroz. A Jesús le ha
clavado en la cruz su amor, su amor "imprudente" a sus hermanos,
nosotros. “Nadie me quita la vida, la doy yo” (Jn 10,18). El se daba perfecta cuenta de que, con su
audacia profética, su defensa de los débiles y los proscritos, con su lucha por
la libertad y dignidad de los hombres, con su enfrentamiento con los opresores,
estaba provocando su muerte. Lo sabe perfectamente, se lo advierte a sus
discípulos, pero no se detiene, no se desdice, no llega a componendas con sus
adversarios. Es la causa del hombre la que está en juego, nadie le detendrá en
su ministerio profético. Pedro se quiere interponer en el camino, pero él le
aparta resueltamente: "Quítate de mi vista, Satanás; tú piensas como los
hombres, no como Dios" (Mt 16,23). ¡Señor, te has ganado a pulso, bien
ganado, tu martirio!
¿Cómo voy aprendiendo esta lección suprema del Maestro? ¿En qué medida
me esfuerzo en vivir la vida en la clave de amor, la clave en que la vivió
siempre Jesús, la clave que nos ha propuesto a sus discípulos al darnos
"su" consigna? Amor a él, amor apasionado, enamorado hacia él, y
encarnado en el amor y servicio a los hermanos por los que también él murió.
b."Me amó y se
entregó por mí". Pero ese amor que lleva a Jesús a
arriesgar su vida hasta la muerte no es algo simplemente genérico a la
"humanidad", sino que es un amor que se concreta en mí. Por eso, cada
uno se ha de sentir amado por Jesús hasta la muerte; cada uno de nosotros tiene
el mismo derecho que Pablo a decir: "Me amó y se entregó por mí" (Ga
2,20). ¿Me siento interpelado por su amor martirial que se rompe todo por mí?
Jesús le dijo a santa Teresa desde una imagen del Ecce Homo: “Mira cómo me ha
dejado mi amor por ti”. ¿Así me correspondes tú? Esto mismo nos lo dice a cada
uno de nosotros.
c.
Amor total. Jesús desde la cruz nos dicta la lección
de un amor heroico. "No hay mayor amor que dar la vida por el amigo"
(Jn 15,13) -dice-; y lo lleva a cabo puntualmente. Jesús no da las sobras de su
vida, ni de su tiempo, ni de sus preocupaciones. Está tan martirizado que es
una pura llaga. Él ha dado hasta la última gota de su sangre: “De su costado
salió sangre y agua” (Jn 19,34). Toda la sangre y toda el agua. Y sigue llagado
y dolorido de cuerpo y alma en muchos de sus hermanos. Y nos advierte que no se
ama en serio a los demás dándoles sólo unas monedas, regalándoles unos minutos,
dedicándoles unas palabras de consuelo o dando las sobras de "lo
nuestro". La madre Teresa de Calcuta lo aprendió de él: "Hay que
dar hasta que duela".
d.Amor incondicional
y universal. En la cruz, Jesús nos da la lección
práctica de un amor universal. Muere por todos, se "des-vive" por
todos. No sólo por "los suyos". En su corazón caben todos. El ha
dicho de palabra: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os hacen
mal” (Mt 5,43-48). Pero no lo dice sólo con los labios, sino con las bocas
abiertas de sus heridas. Sus enemigos lo están masacrando, carcajean por su
horrendo martirio, su cuerpo es una pura llaga, con sus huesos al descubierto,
y él, por toda venganza, ora lleno de comprensión: "Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Andrés Torres Queiruga lanzaba
un desafío en un congreso interreligioso: “Si alguien cree en un Dios más
humano que en el que yo creo, que murió por mí perdonando a los verdugos que le
masacraban, que me lo diga que me apunto ahora mismo a él”. Se produjo un
silencio que era palpable con la mano.
Nosotros, por contraposición, sentimos la tentación de "no perdonar
ni una", de pasar de largo no sólo ante el "enemigo", sino ante
quien, simplemente, no nos cae bien, de aquel con el que no simpatizamos.
¿Caemos en ella? ¿Cultivamos el amor universal? ¿Qué significan las pequeñas
zancadillas que, tal vez, nos pongan algunos, las pequeñas injusticias que nos
infieren, los atropellos con que vejan nuestra dignidad y hieren nuestro
orgullo? Y, por otra parte, tal vez, tengamos que decir como el bueno ladrón:
"Y nosotros padecemos con razón" (Lc 23,41), porque también nosotros "hacemos
de las nuestras" (Lc 23,41).
4.LECCIÓN DE ESPERANZA. El Maestro crucificado nos da, además, otra lección
transcendental: es la de la esperanza. Jesús repetía: "El Mesías tiene que
padecer y así entrar en su gloria" (Lc 9,22). Sabía que la cruz era sólo
una cima para remontar el vuelo. Sabía que estaba en buenas manos. Por eso, exclama
al expirar: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (Lc 23,46). Pablo aviva constantemente la esperanza
de los miembros de sus comunidades. A Timoteo le recuerda: "Acuérdate de
Jesucristo resucitado de entre los muertos... Si morimos con él, viviremos con
él; si luchamos con él, reinaremos con él" (2 Tm 2,11). Escribe:
"Sostengo que los sufrimientos de este mundo no son nada en comparación con la futura gloria
que se manifestará en nosotros" (Rm 8,18). Tal vez estamos flagelados por
los problemas de la vida, la enfermedad, Pablo nos alienta: “Que la esperanza
os mantenga alegres” (Rm 12,12) a pesar de todo. Él asegura: “Desbordo de gozo
en todas mis tribulaciones” (2 Cor 7,4).
"Vuestra pena acabará en gloria" (Jn 16,21). Afirma Pablo: la
alegría, a pesar de todas las cruces, ha de ser la tónica de la vida del
cristiano: "Como cristianos, estad siempre alegres; os repito: estad
alegres" (Flp 4,4). Decía una mujer convertida de cristiana
cumplimentera en cristiana ardiente:“Después que me ha manifestado el Señor lo
mucho que me ama y lo mucho que me da, no puedo decirle que no a nada que me
pida”. Esto es lo que hemos de decir todos y cada uno de nosotros.
PARA LA REFLEXIÓN, LA ORACIÓN, EL DIÁLOGO Y EL
COMPROMISO
1º- ¿Qué resonancias, qué sentimientos ha
producido en mí esta reflexión?
2º- ¿Qué es lo que más me ha impactado y
quiero resaltar?
3º- Mi (nuestra) espiritualidad está
centrada de hecho en Jesús muerto y resucitado?
4º- ¿Cuál de estas lecciones del Maestro
debo tomar más en cuenta?
5º- ¿Qué conclusiones para mí (para
nuestra) vida nos sugiere el Espíritu Santo con esta reflexión?
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