Haití vivió estos días un amotinamiento social producto del alza de los combustibles reclamada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que derivó en una crisis política y en la renuncia del primer ministro Jack Guy Lafontant. Sin haberse recuperado del terremoto de 2010, que destruyó buena parte de las infraestructuras, el país sigue sometido a una elite corrupta y a la crónica inestabilidad política y social.
La nota es de Arnold Antonin, publicada por Nueva Sociedad, julyo-2018.
El viernes 6 de julio se jugaba el partido Brasil-Bélgica en la Copa Mundial. Ya desde la época de Pelé y Diego Maradona los haitianos, a falta de un equipo local que los represente, han adoptado a esos equipos e hinchan como fanáticos «brasileños» o «argentinos» como si fueran nativos de esos países. Por eso el gobierno haitiano, pensando que el equipo de Brasil ganaría el partido, decidió lanzar el decreto del aumento del precio de los combustibles impuesto por el Fondo Monetario
Internacional (FMI) apostando a que la euforia por ese triunfo serviría de distracción para que los haitianos aceptaran ajustes de gran magnitud (38% en la gasolina, 47% en el diésel y 51% en el kerosene).
La combinación de la derrota brasileña y del aumento de precios fue, sin embargo, un coctel explosivo que desencadenó el estallido social más grande que se haya conocido desde hace años. Las causas del amotinamiento social venían acumulándose desde hace tiempo e hicieron que el volcán social explotara en todo el país. Media hora después del final del partido, bandas de jóvenes y motociclistas de barrios marginales tomaron las principales calles, incluso las de zonas secundarias no asfaltadas. Instalaron barricadas de piedras, neumáticos incendiados, automóviles y todo lo que pudieron encontrar a la mano. Luego empezaron los saqueos, la destrucción y el incendio de numerosos comercios, incluyendo los más importantes de la zona metropolitana.
La ciudad de Pétion-Ville, que forma parte de la zona metropolitana de Puerto Príncipe –la capital haitiana– y que desde el terremoto de 2010 es el principal centro comercial del país, con los principales hoteles y supermercados, fue el epicentro de las mayores destrucciones. Al día siguiente de los motines la zona parecía el escenario de una guerra. Y estas imágenes se repitieron en el área cercana del aeropuerto, donde se encuentran los mayores concesionarios de venta de vehículos. En las ciudades de la provincia se vieron las mismas escenas, pero sin destrucción de negocios.
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