miércoles, 30 de enero de 2019

Gloria BASTOS, nos envió este comentario. Es de Lucas Zanella. lo compartimos. gracias hermana por este aporte.-


En su  tierra.   (Lucas 4,21-30)                                                           Muchas instituciones nacen con
la finalidad de ofrecer un servicio específico a la sociedad, pero luego, con
el paso del tiempo, se consolidan, y de a poco toda la atención y la energía se
vuelcan hacia la continuidad y el fortalecimiento de la misma institución,
hasta el punto que se hace central, y la finalidad original para la cual había
nacido, desaparece o se debilita, o es claramente excluida. ¡Cuántos
movimientos de renovación se han convertido en movimientos fuertemente
conservadores! Esto le puede pasar a las organizaciones civiles y también a las
religiosas.
Leemos en el evangelio de san
Lucas 4, 21-30:
Después que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret,
todos daban testimonio de él y estaban llenos de asombro por las palabras de
gracia que salían de su boca. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Pero él
les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán: Médico, sánate a ti
mismo. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió
en Cafarnaúm”.
Después agregó: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro
que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres
años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó todo el país. Sin
embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en
el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del
profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio”.

Al
oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y,
levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la
colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero
Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Los oyentes de Jesús en la sinagoga de
Nazaret, son todas personas piadosas, que participan en las reuniones del día
sábado, tienen un buen conocimiento de las Escrituras, y se dan cuenta en
seguida que el joven Jesús, que había tomado la palabra para leer y comentar un
texto del profeta Isaías, lo había modificado. La referencia a Isaías era muy
actual, porque los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos de que
hablaba el profeta, todavía representaban simbólicamente las condiciones del pueblo,
dominado por el poder político y religioso. Pero no pueden aceptar
absolutamente la visión universal que Jesús propone, reconociendo igualdad,
participación y justicia para todos los pueblos. Quieren venganza contra los
enemigos. Y se preguntan: al final, ¿quién es él, para presentarse como el que
cumple la profecía de Isaías y pretende extender a todos el “año de gracia”, la
condonación de las deudas? La pregunta que se hacen:
“¿No es éste el hijo de José?”, no quiere simplemente
reconducirlo a la pobreza económica y cultural de sus orígenes, sino
encasillarlo dentro de una tradición patriarcal, donde el padre es el que
transmite la identidad, el reconocimiento social, la cultura, los bienes. Jesús
se estaba saliendo de su lugar, de la pertenencia a su familia, de la
continuidad de la experiencia paterna.
Jesús interpreta los pensamientos de todos. Sin duda piensan que si se
puede hacer algo extraordinario
,
que se comience por su propio pueblo: “
Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió
en Cafarnaúm”.
Lucas sabe en
realidad que Jesús ya había estado en Cafarnaúm, antes de llegar de regreso a
Nazaret, pero adelanta este discurso antes de narrar los acontecimientos de
Cafarnaúm, porque le interesaba presentar primero desde Nazaret el programa de
toda la actividad de Jesús. Y es un programa que manifiesta la apertura
universal de la misericordia de Dios, a pesar de la actitud intolerante de los
conciudadanos de Jesús, frente a la cual él constata amargamente: “
Les aseguro que ningún profeta es bien
recibido en su tierra”. Justo “los suyos” lo rechazan, como habían rechazado y
perseguido a muchos otros profetas anteriores. Y recuerda dos hechos conocidos,
que demuestran la predilección de Dios para con los pueblos paganos: una mujer
viuda, de Sarepta, para la cual el profeta Elías había multiplicado la harina y
el aceite, y resucitado al hijo; y Naamán, hombre de Siria, que el profeta
Eliseo había sanado de la lepra.
La reacción es violentísima:
“Todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo
empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la
que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo”.
No ha llegado todavía “la hora” de su muerte. Es
sólo el anuncio, inmediatamente después del primer discurso público de Jesús.
Por ahora se salva, y puede continuar “su camino”. Pero ya se sabe adónde ese
camino lo llevará.
  
 




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