jueves, 21 de noviembre de 2019

Recibido de VIGO, nuestro hermano ATILANO siempre comparte los trabajos de su Ceb con nosotros, su Ceb de ultramar


Queridos amigos y sobrinos:          Como estamos en noviembre, os envío este texto para reflexionar sobre nuestros difuntos, un texto que hemos utilizado aquí para la reflexión   de los grupos que animo.
 Besos y abrazos,            Atilano
NUESTROS DIFUNTOS Y NOSOTROS

1.“Más unidos que nunca”. La memoria de nuestros difuntos nos invita a evocar su presencia entre nosotros y a acoger la interpelación que nos hacen con su vida. Con frecuencia se habla de los difuntos como de los que “se fueron”, “nos dejaron”, “ya no están”… Los difuntos, después de su muerte, nos están más presentes que nunca. Es lo que nos garantiza la Iglesia: “La unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes al contrario, según la fe perenne de la Iglesia, se fortalece con la comunicaciones de bienes espirituales” (LG,49). Como han señalado Juan Pablo II y Benedicto XVI, “el cielo no es un lugar geográfico, sino un lugar del corazón”. Porque los difuntos han superado las categorías del tiempo y del espacio, por eso nos están siempre presentes, no sólo ocasionalmente como en los tiempos de convivencia terrena. Nos están presentes, pero no como meros espectadores, “sino para “comunicarnos los bienes espirituales” (LG,49). Nos enriquecen cuando recordamos sus hechos, sus gestos de bondad, sus esfuerzos, sus dichos certeros: “Mi padre, mi madre, mi hermano/a, mi abuelo/a, mi amigo/a, mi compañero/a, tenía la sana costumbre de…, hacía, “solía repetir”…, “nos aconsejaba”… De algunos proclamamos, sin duda: “Era un/a santo/a. ¿Cuáles son los recuerdos más vivos que ahora mismo tengo de ellos?
2. Nuestros intercesores. Como Jesús, “están siempre vivos para interceder por nosotros” (Hb 7,25). ¿Por qué vamos a pedir exclusivamente la intercesión de los santos proclamados como tales por la Iglesia? También nuestros difuntos, como Jesús, nos dicen: “No os dejaremos desamparados” (Jn 14,18), “voy a prepararos lugar para esta con nosotros” (Jn 14,3). “En el cielo rogaré por vosotros”, prometió santa Teresa del Niño Jesús a las personas de su entorno. Hay quienes dan testimonio de esta ayuda: “Yo siento que mi padre, mi esposo, mi hermano/a me siguen ayudando”. Nos siguen amando, por supuesto, y si durante su vida terrena intercedieron por nosotros, ¿cómo no lo van a hacer ahora en su vida bienaventurada? Pero hay un momento especialmente privilegiado para orar los vivos por los difuntos, y los difuntos por los vivos: Es  Eucaristía, en la que se celebra el encuentro de toda la comunidad eclesial. Nosotros, en este sentido, sabemos que tenemos una comunidad de cuarenta y dós bienaventurados que interceden por nosotros. La liturgia hace memoria de ellos para ofrecer su entrega y para que unan su plegaría a la de Cristo y María por nosotros: “Hacemos memoria, de Santa María, de los santos y de todos los difuntos”. Lo que, sobre todo, hemos de suplicarles es que pidan para nosotros los dones del espíritu para que vivamos lo mejor que hubo en la suya. 

3.“Los santos de la puerta de la puerta de al lado”. San Agustín, al describir al grupo de amigos señala: “Es propio de los amigos enseñar los unos a los otros, aprender unos de otros”. Y esto tanto si están vivos como si están muertos”. Y santa Teresa, por su parte, nos aconseja: “Es muy ventajoso fomentar la compañía de amigos fuertes de Dios”; y esto, naturalmente, tanto si está vivos como si están muertos. El escritor Miguel Ángel Velasco nos presenta el testimonio de Santos para andar por casas, testimonios de santos que no tienen imagen ni hornacina en los altares, pero que son santos de verdad. El Papa Francisco nos invita a recordar a los “santos de la puerta de al lado” para que alienten y acompañen. Señala: “En la carta a los hebreos nos invita a reconocer que tenemos “una nube ingente de testigos” Hb 12,1), que nos alientan a no detenernos en camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre o nuestro propio padre, una abuela o un abuelo, un tío, un primo u otras personas cercanas, como le ocurrió a Timoteo, colaborador de Pablo (cf 2 Tm 1,5) (…) Podemos decir que, como señaló Benedicto XVI, que “estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios (…). No tengo que llevar yo sólo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce” (Papa Francisco, Alegraos y regocijaos, 3-4). Y agrega  “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor y sacrificio a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad”. Dejémonos estimular por los signos de la santidad que el Señor nos presenta través de los más humildes miembros que “participan también de la función profética de Cristo difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad” (LG, 12). Pensemos, como nos sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de muchos de ellos se construye la verdadera historia” (PapaFrancisco, Alegraos y regocijaos, 7, 8). Cada uno ha de echar una mirada para descubrir los “los santos de la puerta de al lado”con los que ha convivido y convive en su familia, en la vecindad, en su trabajo, en su grupo de amigos, en el grupo y en la comunidad San Pablo. Refiriéndonos a la comunidad San Pablo, todos estamos de acuerdo en que hemos tenido y tenemos una larga letanía de ellos, que nos han impulsado y nos impulsan a seguir cada vez con más generosidad y entusiasmo a Jesús de Nazaret.
4.El desafío de su vida. Pero los que nos precedieron nos invitan e incitan a renovar el compromiso de vivir cada día más fecundamente para nosotros y para los que nos rodean. En gran parte vivimos de su herencia de los “santos de nuestra puerta de al lado”, de su educación, de los valores evangélicos que vivieron y nos transmitieron. ¿En qué medida estamos enriqueciendo nosotros a los que la vida, Dios, han puesto a nuestro lado? Somos los unos responsables de los otros, ¿nos preocupamos de transmitir bondad, amistad, alegría, solidaridad? O, tal vez, transmitimos mediocridad, pesimismo? ¡Qué gran poder el que tenemos de hacer el mayor de los milagros: ayudar al otro a crecer por dentro, a ser más persona, a que sea más feliz por toda la eternidad! ¿Qué herencia espiritual estamos dejando a los que quedarán detrás de nosotros? Recordamos con gratitud las huellas de familiares, amigos, miembros de nuestra comunidad y grupo, pero esto nos lleva a hacernos una pregunta inevitable y punzante: “Qué huella quedará de nuestro paso por la tierra? Hemos de asombrarnos ante el hecho de que, incluso después de mi muerte, seguiremos influyendo, para bien o para mal, en los que vienen detrás de mí. Seguiré estimulando con el recuerdo de todo lo bueno que hay en mi vida; y seguiré empobreciendo con lo que hay de mediocre y negativo en ella. Como nos ocurre con los que nos precedieron.
5º- Aquí en la tierra como en el cielo. Ésta nuestra vida terrena está llamada a ser un anticipo de la futura. Lo que en el más allá constituirá nuestra bienaventuranza después de nuestra muerte ha de constituirlo en esta vida. La Iglesia señala que, en la vida futura seguiremos disfrutando de los verdaderos valores que aquí hemos gozado aquí, pero con mayor plenitud y pureza (GS,39). ¿En qué consistirá nuestra vida bienaventurada? Básicamente en la vivencia más ardiente y gozosa del amor. “El amor atraviesa la frontera entre este mundo terreno y el mundo celestial: “El amor no falla nunca” (1 Cor 138). “Nadie es más feliz que un cristiano fiel” (B. Pascal), fiel a la consigna de amor de Jesús. Nadie es más feliz que los santos, porque fueron los que más amaron. El cielo consistirá en una comunión inimaginable con la Familia Divina, como hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos del Espíritu. Por eso los santos ansiaban la muerte, como Pablo, “para estar cara a cara con Cristo” (Flp 1,23). “¿No es ya hora de que nos veamos?”, interpelaba Teresa de Jesús al Señor. Esta comunión mística será fuente de gozo en el “más allá” porque lo ha sido en el “más acá”. Por eso la vida del cristiano ha de ser un proceso creciente de la comunión amistosa con el Señor. Fuente de alegría en la vida gloriosa será también la comunión fraterna, la amistad, el ser todos uno, el sentirnos miembros vivos del cuerpo místico, cuya cabeza es Jesús de Nazaret; se cumplirá la plegaria de Jesús, el sueño del Padre: “Que seamos uno” (Jn 17,21). Cuando hay una convivencia gozosa, en la familia, el grupo de amigo, en la comunidad cristiana, se suele decir: “Estamos en la gloria”; esto es una gran verdad; estamos pregustando la dicha eterna. Por eso precisamente la Iglesia ha dicho: “En la Cena de Comunión fraterna pregustamos el banquete    celestial” (GS, 38,2). En la vida gloriosa recuperaremos esos gozos vivenciados en la tierra, pero purificados y transfigurados, cada uno al nivel que los vivenció. Afirma el Salmo 133,1: “Ved qué bello y qué gozoso es que los hermanos vivan siempre unidos”. ¿Cuál es nuestro desafío de cristianos? Ser uno de esos santos “de la puerta de al lado”, ser “un cielo” para los demás, y el que es un cielo para los demás, es él mismo está en el cielo. Hay que preparar entre todos con nuestra vivencia fraterna la dicha eterna. Que no nos va caer llovida del cielo, sino que será la proyección de ésta. Y, así, dichosos aquí y dichosos allí. ¡Qué suerte!


      Lecturas bíblicas´
      Juan 14,1-7; 1 Cor 15,35-49
PARA LA REFLEXIÓN, EL DIÁLOGO Y EL COMPROMISO
1º- ¿Qué párrafo, pensamiento o afirmación quiero subrayar porque me parece más importante y más impactante para mí? ¿Por qué?
     2º- ¿Me relaciono con las personas cercanas que han fallecido? En caso afirmativo, ¿cómo lo hago? ¿Qué supone para mi su recuerdo?
3º- ¿Qué miembros de mi grupo o de la comunidad han dejado huella en mí? ¿En qué aspectos? ¿Por qué?
4º- ¿Qué compromisos suscita el Espíritu Santo en mí con las lecturas bíblicas y esta reflexión? ¿Qué sugerencias he de hacer para nuestro crecimiento personal y el de mi grupo y comunidad?




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