Un destacado y veterano vaticanista italiano, Marco Politi, llama al 'librogate' el primer episodio de una “guerra civil” vaticana entre los dos Papas. Me parece un poco exagerado, tratándose de dos Sumos Pontífices y dos Santidades. Creo que es más ajustado hablar de pulso y de ataque preventivo.
En este sentido, no importan tanto, pues, los dimes y diretes sobre la autoría total o parcial del libro por parte del Papa emérito. Lo vivido estos días, al respecto, me parece rocambolesco, chusco un poco ridículo y de vergüenza ajena, si no afectase a la credibilidad social de la Iglesia. Al final, la gente se queda con esta canción: “En la Iglesia, hay dos Papas y, encima, se llevan a matar”.
Lo que no sabe la gente de la calle es que lo que estamos viviendo es un pulso no sólo entre dos Papas, sino entre dos modelos de Iglesia, y un ataque preventivo. Es decir, una enmienda a la totalidad, disfrazada bajo el manto de una advertencia sumaria: el celibato no puede tocarse, porque hay un vínculo “ontológico” entre éste y el sacerdocio. Al ala más conservadora eclesial no les gusta la Iglesia en salida de Francisco y prefieren la del Concilio congelado y la los “principios innegociables”. Incluso si son discutidos y discutibles. Incluso si no afectan a los dogmas, sino a una simple ley disciplinar de la Iglesia.
En el fondo, es un intento, afortunadamente fracasado, de decirle a Francisco: “Nos tienes enfrente en este tema secundario y nos tendrás mucho más en otro tipo de temas, que se puedan debatir y consensuar en esa Iglesia sinodal que has puesto en marcha”. Una palanca sin apoyo, una palanca sin fuerza doctrinal, pero que les da pie para aglutinar a las huestes y prepararlas para el cisma.
Porque, en realidad, el pulso de Ratzinger-Sarah a Francisco es una especie de ataque preventivo contra el proceso sinodal alemán, que ya está en marcha y que pretende fundamentar doctrinalmente una Iglesia sinodal de facto, en salida, abierta al mundo y que necesita implementar cambios profundos en sus estructuras, en sus dinámicas internas, en la integración de la mujer, en el respeto a los derechos humanos, en la desclericalización y, sobre todo, en la puesta al día de la moral sexual. El Sínodo de la Amazonía les pareció folclórico, pero también un precedente peligroso. El alemán, les da grima y lo temen más que al diablo.
Y para intentar frenarlo de raíz, Ratzinger-Sarah acuden (“siempre en obediencia a Dios y a la conciencia, por lo que no pueden guardar silencio”) a uno de los principales caballos de batalla del más rancio clericalismo. Si los eclesiásticos, que son funcionarios de lo sagrado, se quedan sin celibato, pierden su carácter sagrado y, por lo tanto, tiran piedras contra su propio tejado. Es decir, contra la casta clerical, que es la que está dinamitando desde dentro el Papa Francisco y que es la que más se opone al evangelio de Jesús.
Por eso, Ratzinger-Sarah eligieron el tema del celibato, porque saben que gran parte del clero les sigue. Y que con ellos van cerrar filas, prietas y marciales, todos los rigoristas que en el mundo son. Y, además, se van a volcar en su cruzada, que, so capa de defender el celibato, lo que trata de verdad es de agostar la primavera de Francisco. Con este nuevo ataque contra Francisco, se demuestra una vez más que aquello a lo que realmente le temen los rigoristas es a que cuajen las reformas de Bergoglio. Y es que Francisco está demostrando que se puede reformar a fondo la iglesia sin tocar al núcleo doctrinal. Y por ahí no pasan, incluso a riesgo de que la institución caiga en la irrelevancia más absoluta y en la pérdida total de la credibilidad social.
Pero, al menos por ahora, les ha salido el tiro por la culata y Francisco que, como se dice de algunos entrenadores, parece tener una flor en el culo, sale reforzado del 'incidente'. E, incluso, a partir de ahora se puede permitir el lujo de poner en marcha el estatuto del Papa emérito. Un estatuto que no existe en la actualidad y en el que quede claro que Papa sólo hay uno, el reinante. Y que el emérito deja de ser Papa, para convertirse en obispo emérito de Roma. Y, por lo tanto, debe dejar de utilizar la sotana blanca y los títulos papales (Santidad, etc) y abandonar Roma. Para que nadie pueda pensar, ni remotamente, que en Roma hay dos Papas, como, de hecho, suele creer mucha gente poco informada.
En cualquier caso, Francisco, sin mover un dedo, le ha ganado a los rigoristas una batalla crucial, que pretendían convertir en un órdago a la grande. Tanto es así que lo que más claro ha quedado de todo este episodio es que, para salir mínimamente airosos, los implicados (el cardenal Sarah, el secretario de Ratzinger, monseñor Gaenswein, y el propio Ratzinger) se pelean entre sí y se lanzan las culpas unos a otros en un espectáculo grotesco y denigrante.
Han querido utilizar al Papa emérito o éste se ha dejado utilizar (algo que sólo él sabe), pero han fracasado tan clamorosamente que le han dejado el campo expedito para que la primavera de Francisco siga floreciendo, en Roma y en el mundo. Y han desactivado, para siempre, el estandarte del cisma, que hasta ahora enarbolaban unos cuantos rigoristas irredentos en solitario y, ahora, querían colocar en las manos nada menos que del Papa emérito.
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