¿Y Jesús? No podemos hablar de Jesús en los términos de la metafísica dualista que subyace a los dogmas: como si Dios fuera una “substancia” distinta y separada del mundo, como si en Jesús asumiera “nuestra substancia” por primera y única vez, de manera singular y milagrosa, como si Dios no fuera el verdadero Ser de todo cuanto es, como si todo ser humano no fuera divino por el mero hecho de ser bueno.Jesús fue un hombre bueno, un hombre libre, y ahí se resumen todos los dogmas. Así de simple. Fue un individuo admirable de esta nuestra pobre y maravillosa especie humana; judío galileo. “Fue” y sigue siendo –porque la Vida que se da no muere- profeta o sacramento o símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora; vivió la indignación y la paz, la rebeldía y la esperanza; no le importó la religión, sino la misericordia; no le importó la culpa, sino la curación; él no se opone ni excluye ni incluye a ningún otro sacramento de la Compasión divina, y será plenamente Cristo o Mesías o liberador, en comunión con todos los profetas y liberadores del pasado y del futuro, cuando todos los sueños que él llamaba “reino de Dios” se cumplan del todo. Jesús es un Cristo o Mesías en camino (J. Moltmann, otro de los autores que me han resultado más inspiradores, salvo en su idea de la expiación y sus elucubraciones trinitarias). Necesariamente imaginó a Dios a la manera de su cultura y religión, en forma “teísta”: como Ser Supremo, como Padre, como Rey, como Juez, como Alguien personal a imagen de las personas humanas que conocemos, Alguien con psicología humana, aunque sin cuerpo ni genes ni neuronas. Esas ideas de Dios ya no sirven hoy a muchas y muchos cristianos sinceros que quieren dejarse inspirar por Jesús y compartir su esperanza y practicarla.
No podemos hablar de la revelación y de la encarnación de Dios como si este planeta fuese el centro del universo y como si la especie humana fuese el culmen de la evolución de la vida. El universo no tiene centro ni medida fija. Tampoco podemos hablar del ser humano como si la biogenética y las neurociencias no hubieran demostrado que no tenemos más conciencia y libertad que aquellas de las que nos hacen capaces los genes y las neuronas. Y no es poco, pero tampoco es tanto (todavía). La libertad está en camino, como el cosmos, la vida y la conciencia. La libertad es la meta de toda la creación. ¿Y el pecado? El pecado no es la culpa contraída con una divinidad, sino la herida, el error, la finitud y el daño. Pero podemos acogernos, amarnos y seguir confiando los unos en los otros: eso es el perdón, y así encarnamos el misterio de Dios.
Y así deberíamos seguir revisando todo lo dicho sobre la “salvación” o el “más allá”, para volverlo a decir con palabras libres y metáforas nuevas, pues nada de lo dicho es esencial en la fe, sino justamente lo indecible.
Hoy nos confrontamos con el reto económico, político, filosófico y político más grave jamás imaginado: el reto transhumanista. Por primera vez en la historia, el ser humano se plantea la posibilidad –cargada de enormes oportunidades y de terribles amenazas– de crear un ser (¿humano?), un organismo viviente genéticamente alterado, un ciborg (organismo con implantes cibernéticos supercomplejos) o un robot superinteligente, capaz de decidir. Podrá ser un ángel protector o un monstruo exterminador. Podrá ser más espiritual que el Homo Sapiens (y más que Jesús, por lo tanto) o infinitamente más peligroso y perverso. Y en el mundo podrá haber mucha más armonía, fraternidad y bienestar compartido, o las diferencias y las crueldades podrán aumentar sin medida. Y está en nuestras manos (en buena parte) el que suceda lo primero o lo segundo. El ser humano se enfrenta hoy a la opción más radical de toda su historia. Y su mera hipótesis nos obliga a revisar todos los esquemas teológicos todavía vigentes.
Me sorprende ver que los teólogos apenas se toman en serio todas estas nuevas perspectivas. Grandes teólogos del Estado español que, siendo yo profesor principiante y no tan principiante, abrían nuevos horizontes y a los que tanto debo siguen ahora donde estaban entonces, siendo así que todo ha cambiado tanto. Lo atribuyo a que no están atentos a las ciencias ni se han adentrado seriamente en el mundo de las grandes tradiciones sapienciales del Oriente. Hicieron una revolución, pero se estancaron en ella. Es una pena, pues lo que ha venido luego y seguirá viniendo (no sabemos hasta cuándo) de los actuales seminarios será todavía mucho peor. Por eso me parecen tanto más meritorios quienes han seguido caminando hacia los nuevos horizontes (Xabier Pikaza, José María Vigil y Juan José Tamayo, y Javier Melloni entre los más jóvenes…).
Una conclusión abierta
Sigo caminando, consciente de estar cada vez más cerca de esa fase de la vida en que “Otro te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir”. Allí quisiera justamente querer ir; quisiera ir libremente adonde no quiero. ¿No es eso lo que la vida nos enseña en todo su transcurso? Cuando miro para atrás y considero los pequeños azares de mi vida y de mi humilde camino teológico”, es la sensación que me queda y va tomando cuerpo: Otro/a me llevaba desde el fondo de mí y de todo, a pesar de mí y de todo. Otro/a que es mi Mismidad más honda, el Misterio y el Ser más profundo de todo ser. La Presencia buena, la Compañía fiel en quien “vivimos, nos movemos y existimos”, que nosotros mismos debemos encarnar y ser hasta que Dios sea todo en todas las cosas.
La Creación sigue en marcha. No sabemos hacia dónde, pero también depende de nosotros, seres humanos todavía tan inhumanos. El Espíritu gime en el gemido de todos los seres. Sigamos caminando y conversando, recordando y soñando, hasta la plena liberación de todos los seres vivientes, hasta la plena creación que nunca se detendrá ni acabará, hasta la plena encarnación de “Dios”, Compasión creadora, Aliento vital o Ruah universal más allá de todas nuestras palabras. La santa Creatividad nos empuja y guía. Nos anima la confianza, más allá de toda imagen y certidumbre, de que la santa Memoria o el gran Recuerdo o el Corazón del cosmos guarda misteriosamente vivas, a través de todas las transformaciones, nuestras infinitas formas pasajeras. Vivimos en la gran Pascua o paso de la Resurrección universal incesante y eterna.
Entre luces y sombras, y aunque a veces me alcanza el desaliento a la vista de tanto dolor, camino feliz. Y sigo buscando sin pretender encontrar, pues no hay nada que encontrar. Todo ES, todo RESPIRA.
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