miércoles, 12 de agosto de 2020

Fragmento final

 Casaldàliga ha mantenido hasta sus últimos días una vida enérgica de activismo local y global. Esquivar la muerte innumerables veces le ha ofrecido al obispo una longevidad llena de admiración, respeto y sabiduría. Es escuchado como profeta y, sin exagerar, adorado por muchos como santo. Defensor de una reforma agraria "justa y radical", del Movimiento Sin Tierra y de territorios indígenas libres de la agresiva a-culturización civilizatoria, el sacerdote catalán, incansable, ha dado todas esas luchas en la práctica y en todas las esferas de su vida. La puerta de su casa siempre estuvo abierta, el párkinson había transformado su gesto y su postura, pero el obispo Pedro mantuvo su mirada dulce y penetrante y ese apretón de manos cálido, familiar, reconciliador. Siempre fue una invitación a preguntarle por el futuro, por el cambio, por el cómo:

"Viviendo en nuestros lugares, en nuestras conciencias. Vivir con sinceridad, radicalidad en la injusticia y en la esperanza – afirmaba hace poco más de dos años, cuando empezaba a ser complicado seguir una conversación con él–. Somos soldados de una causa invencible y la causa invencible es la derrota del capitalismo, del maléfico sistema neoliberal que domina el mundo".

¿Cómo derrotarlos? "Viviendo cada día con espíritu de solidaridad, a lo largo de la vida. 'Amunt i crits, amunt i crits'". Creo, con la más estremecida convicción evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o cristiana, o es pobre y/o aliado o aliada visceralmente de los pobres, o no es cristiano, no es cristiana. Ninguna de las famosas notas de la Iglesia se mantiene en pie si se olvida esta nota fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los pobres.



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