"Loreto me ha enseñado a vivir, a comprometerme por los demás, a intentar ser muy humano. Pues algo muy importante y destacable, por encima de todo, era su inmensa humanidad"
"Regálanos tu esperanza, tu alegría, tan vitales y necesarias hoy para nosotros y nosotras como el pan y la luz de cada día"
Loreto Rey Arnáiz ha dejado una huella indeleble en mucha gente y su labor, a lo largo de los años que ha vivido, ha sido muy beneficiosa y fructífera, una llamada permanente a vivir gozosamente por los demás, sobre todo por quienes más sufren en nuestro mundo.
Podría empezar esta semblanza diciendo de ella que ha pertenecido a la comunidad cristiana Vanguardia Obrera desde sus inicios, sufriendo multitud de registros por parte de la policía franquista en la calle Argumosa. O que fue una de las cofundadoras de los Comités de Solidaridad Óscar Romero de España y de Comunidades Cristianas Populares.
Allá por 1990 hicieron un viaje varias compañeras y ella al antiguo Zaire, respondiendo una llamada de las comunidades de allí, para que conocieran su realidad y difundieran la verdad de su opresión, su empobrecimiento, sus luchas y esperanzas. Vinieron tan sumamente impactadas que decidieron fundar los Comités de Solidaridad con África Negra, el primero en Madrid, en septiembre de 1991; ahora son diez, extendidos por nuestra geografía. En Zaire una nueva opción atravesó su corazón por completo, la pasión y la vida africana y, desde entonces, se desvivió en solidaridad, verdad y cariño por África y sus gentes.
Es un currículum magnífico, si la tuviéramos que entregar una medalla a su labor solidaria durante toda una vida que, sin duda alguna, se merece. Pero no es solo eso lo que motiva estas líneas sino, sobre todo, mi experiencia vital a su lado durante unos 35 años, todo lo que hemos compartido, tanto como me ha enseñado día a día.
Nuestra amistad y el trabajo solidario en el que hemos colaborado, tiene sus orígenes en la Comisión de Solidaridad con los Pueblos Empobrecidos, de la Iglesia de Base de Madrid, desde su creación en 1986 hasta que decidimos su cese, pues ya había cumplido su función y estábamos duplicando las labores que hacían otras asociaciones solidarias.
A la vez y también posteriormente creamos el grupo Munzihirwa, intentando ofrecer nuestra solidaridad con los pueblos africanos, además de una información alternativa sobre los conflictos y la realidad que se vivía en África Negra, principalmente. Creamos el boletín A Fondo, que aún se sigue publicando y distribuyendo por los Comités de África Negra.
Cuando terminábamos las reuniones, aún nos quedábamos Loreto y yo revisando el correo del Comité, contestando, reenviando, solicitando más información, desde el quinto piso de la calle Argumosa, donde nos reuníamos.
En la última etapa de trabajo conjunto, el alzheimer ya estaba haciendo acto de presencia en su vida. Sus ojos no veían ya apenas nada, teniendo que utilizar una lupa de muy alta graduación para leer y utilizando un ordenador especial de la ONCE para seguir comunicada diariamente.
Nada le impedía continuar participando en las reuniones de su comunidad, en el comité de África Negra de Madrid algunos días a la semana, en el puesto de libros y artesanía que cada año ponían en el Congreso de Teólogos/as Juan XXIII de Septiembre. Así hasta el final, cuando no dieron más de sí ni su capacidad ni sus fuerzas.
Loreto me ha enseñado a vivir, a comprometerme por los demás, a intentar ser muy humano. Pues algo muy importante y destacable, por encima de todo, era su inmensa humanidad. Cada principio y final de curso, en los cumpleaños, cuando nos comunicaban una victoria solidaria… todo era importante para celebrar y entonces sacaba cervezas, refrescos, unas patatas fritas y allí comentábamos, bromeábamos y reíamos toda la gente del grupo.
Después de terminar el trabajo en el comité nos quedábamos charlando y yo la acompañaba a coger un taxi. Esas conversaciones son para mí inolvidables. Todo fluía por ellas: la Iglesia, la fe, la sociedad, la política, los comités, mi familia, la suya, nuestras experiencias íntimas, profundas, cotidianas…
La información que leía, contrastaba, compartía, eran parte de su oración y de su reflexión. Realizaba una hora de meditación todas las mañanas y hacía habitualmente ejercicios espirituales, encarnados en la realidad concreta que vivía. Toda la vida era para ella motivo de contemplación, de agradecimiento, de esfuerzo solidario, encarnando así su fe cristiana en Jesús y el Dios Padre y Madre de los pobres, para hacer viable su incombustible esperanza.
Las últimas veces que fui a verla a su casa, solía repetirme: “¡Cuántas cosas hemos vivido juntos, Miguel Ángel. Cuánta gente buena y comprometida hemos conocido. Qué suerte hemos tenido!”. Y es verdad.
Este pasado 21 de Marzo Loreto nos dejó, para iniciar una nueva primavera. No podré escuchar más sus sabias palabras, su aliento permanente para seguir siempre adelante, ni sentir sus abrazos intensos, ni oír su risa estentórea y contagiosa.
Pero todos estos recuerdos, estas vivencias ya forman parte de mí, están palpitando muy adentro, en mis entrañas, en mi corazón. Ella seguirá viva en los almendros en flor de esta primavera, en los barrios pobres de Kinshasa, en la memoria de Pedro Casaldáliga o Munzihirwa y tantos otros mártires, en la memoria de tantas amigas y amigos que ha dejado esparcidos por medio mundo.
Loreto, querida hermana y amiga, ya has recuperado tu completa lucidez y tu mirada atenta, penetrante, profética, contemplativa. Sigue acompañándonos, por favor. Son tantos los que se van marchando, que nos sentimos huérfanos sin vuestra presencia… Regálanos tu esperanza, tu alegría, tan vitales y necesarias hoy para nosotros y nosotras como el pan y la luz de cada día.
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