Va delante (Juan 10, 1-10)
Cuando alguien es elegido para un cargo de responsabilidad en la
sociedad o en la iglesia, se lo felicita, como si fuera un éxito importante en
su carrera.
Tal vez convendría simplemente ofrecerle apoyo y solidaridad para
que pueda ejercer mejor su servicio, haciéndose “el último de todos y el
servidor de todos”.
Después de sanar a un ciego de nacimiento, Jesús
declara que hay una ceguera física, de que no hay culpa; pero hay bien otra ceguera, la de los fariseos, que pretenden guiar al pueblo y no quieren
reconocer en Jesús la revelación del Padre. A esos ciegos Jesús intenta
iluminarlos con dos comparaciones, tomadas de la vida del pueblo y de su propia experiencia: la figura del pastor de ovejas y la imagen de la puerta.
El mismo Jesús se declara como el verdadero pastor, y dice que las
ovejas “escuchan su voz” y él “las llama por su nombre y las hace salir”.
Discípulo y discípula son los que escuchan la voz de Jesús, y se dedican al
conocimiento y la realización de su palabra. Saben discernir, entre tantas
voces que les llegan y los agreden, la voz del Señor que les habla en la
claridad de su consciencia. Se sienten reconocidos por él y valorados en su propia identidad: “Las llama por su nombre”. Hay una relación de profunda intimidad y total confianza entre el Maestro y el discípulo, entre el pastor y las ovejas:
“Él las hace salir”, las libera, las saca del corral de un sistema opresor, las guía en la construcción de una sociedad justa y digna, y las conduce hacia la plenitud de la vida.
Y “va delante”. Se sabe que el pastor tiene que caminar delante para
que las ovejas lo sigan. Y Jesús va delante, viviendo primero lo que enseña a los discípulos: “Les he dado el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que yo he hecho”, “ámense, como yo los he amado”. Un amor hasta dar la vida: “El buen pastor da la vida por sus ovejas”.
Pero hay otros que no son pastores, sino que son “ladrones y bandidos”,
que sólo vienen “para robar, sacrificar y destruir”. Atrás de este duro juicio
de Jesús está el recuerdo de las invectivas de los profetas contra los malos
pastores del Antiguo Israel, que “se apacentaban a sí mismos en lugar de
apacentar a las ovejas”. Jesús las actualiza contra los fariseos. Aunque tengan títulos y apariencia de pastores, son extraños y las ovejas “nunca seguirán a un extraño”. Al verdadero pastor “las ovejas lo siguen, porque conocen su voz”. Es la voz que transmite seguridad, cariño, que abre a nuevos horizontes.
Totalmente diferente es la relación con “el que no entra por la puerta en el
corral de las ovejas, sino trepando por otro lado”. Las ovejas “huirán de él,
porque no conocen su voz". La comparación que hace
Jesús parece tan evidente que no deja lugar a dudas. Pero Juan comenta que los fariseos “no comprendieron lo que les quería decir”. No sólo son ciegos, sino también sordos. Su mundo es totalmente diferente del mundo de Jesús. Para entenderlo tendrían que abandonar demasiados intereses y privilegios, renunciar a todo su poder sobre el pueblo.
Jesús insiste con otra comparación: la de la puerta: “Yo soy la puerta de las ovejas”. La puerta une dos ambientes, y también los separa. Puede separar dos mundos: el que está fuera y el que está dentro. Las antiguas iglesias y las grandes catedrales tienen puertas artísticamente muy elaboradas, para indicar que pasando por esa puerta se abandonaba el mundo profano y se entraba en un espacio sagrado.
Ahora, para entrar en un mundo nuevo, el verdadero espacio sagrado de la
transfiguración interior y del cambio de la sociedad, hay que pasar por Jesús, la puerta siempre abierta para todos los pueblos, dar la adhesión a él. Su palabra y su enseñanza son el alimento necesario para “tener vida en abundancia”. Una vida no guardada para uno mismo como un privilegio, sino ofrecida solidariamente para que todos tengan vida. Bernardino
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