Confieso que este Evangelio siempre me dejaba disgustada con la actitud de Jesús; el problema es que me quedaba trancada en su primera respuesta, y no veía más allá de ella. Y es que no comprendía la postura de Jesús, de que no vino solo para curar enfermos o hacer milagros sino también para despertar la fe y la confianza en Dios que lo envió. Y lo más importante, puse atención en la segunda actitud de Jesús; cambió la postura y la respuesta, se conmovió ante la insistencia, la confianza y la fe de aquella mujer extranjera. Jesús se da cuenta y se convierte. Y la mujer con mucha humildad, se reconoce extranjera, se humilla ante todos, por amor a su hija que sufre, y Jesús se compadece, y le concede lo que pide, más allá de los preceptos de la ley judía.
Ese Evangelio nos hace pensar en nuestra sociedad (nosotros)
que excluimos al de afuera, muchas veces lo vemos como una molestia o una
amenaza a nuestras seguridades (trabajo por ejemplo).
Hay pan para todos, pero sólo se lo damos a los “hijos",
expulsando a la miseria y al hambre a
los pobres, a los perros (que se mueran). Pero una madre luchadora, una mujer
valiente abrió su corazón y le convirtió: No hay hijos y perros, tiene que
haber pan para todos. (perros eran llamados los extranjeros, los de afuera de
Israel).
Si pensamos en nuestra iglesia institucional, hoy me
pregunto, quien abrirá la mente y el corazón de sus cabezas, para que todos los
hombre estén en ella, para que las mujeres sean reconocidas como es debido y se
le dé el lugar que les corresponde, de igualdad e importancia?
¿o
aún siguen siendo más importantes las tradiciones dogmáticas que el pueblo de
Dios?
Porque
en este Evangelio, la respuesta es clara, y Jesús rompe con los dogmas y
prioriza a esa mujer y su fe.
Somos capaces de asumir el coraje y la
perseverancia de esta mujer cananea y gritar hasta molestar a los que se creen
estar en lo correcto, apegados a los cargos de poder y lejos del pueblo?
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