Dentro del programa del VIII Encuentro de Redes Cristianas, que lleva por título LAS DESIGUALDADES: DESAFÍOS Y PROPUESTAS, era obligado tratar el tema de las desigualdades en la Iglesia.
Hay dos transversalidades en esta línea: la desigualdad clérigos (todos son varones) vs laicado y la desigualdad de género que, como se ha visto, permea incluso la anterior.
Empezando por esta segunda, es admirable como en pleno siglo XXI, y en el marco de la llamada cultura occidental, donde está ubicada la centralidad de la Iglesia católica (Roma), con una doctrina tan clara sobre los derechos económicos de todas las personas, se mantenga una mentalidad de hace más de veinte siglos respecto a la mujer, por más que perdure por desgracia en otros ámbitos culturales y políticos del mundo actual. Esta iglesia, tan defensora “de los pobres”, está atascada en el laberinto de la feminidad, pretendiendo justificaciones teológicas insostenibles para mantener un estatus retrógrado y ofensivo para la mitad (como poco) de sus miembros.
Quizás el quid de la cuestión está en la primera transversalidad, la concentración del poder en los clérigos, autoprotegidos de la mujer al impedirle el acceso a su “rango”. Bien es verdad que muchas mujeres abominan de ejercer esas funciones, tal como están concebidas institucionalmente. Más allá de la buena práctica de muchos sacerdotes y obispos, estructuralmente se ha identificado el papel de “servidores” de la comunidad con el de “regidores”, y con unificación de todos los poderes en sus manos. Su modelo es la monarquía absoluta, con su cortejo de nobleza que la apoya o tambalea según las circunstancias.
¿Es posible que mantengamos todavía esa mentalidad?
Las estructuras sociales han evolucionado y la Iglesia no puede ser un tren viajando en dirección contraria por la única vía de la condición humana, marchando hacia el pasado. Lo “divino” solo se puede expresar a través de “lo humano” y lo humano es evolutivo.
Hace tiempo que en algunas estructuras eclesiales, como los llamados “movimientos apostólicos”, se diferenciaba entre el consiliario y la presidencia, aunque luego se mantuviese un férreo control si esta última sacaba los pies de las alforjas, como se suele decir. Algunos pasos se han ido dando con timidez, con la creación de los “consejos” parroquiales o diocesanos, pero es necesario profundizar en ellos con valentía.
Muchas propuestas se elevaron en la primera fase del sínodo en marcha, que querríamos revalidar y profundizar en este encuentro.
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