Las palabras de Jesús, que se ha declarado “pan bajado del cielo”, son acogidas con molestia por sus adversarios. No aceptan que Jesús pretenda haber “bajado de Dios”. Ellos quieren reducir a Jesús al ámbito de su familia humana, dentro los límites de la estructura tradicional de la sociedad:
“¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre”. A partir del conocimiento de su origen humano, no pueden aceptar su condición divina. Dios para ellos es otra cosa. No puede mezclarse con el ser humano, y menos con uno que viene de una familia tan insignificante como la de Jesús. El sentido de la encarnación es ajeno a su tradición y comprensión.
Consideran que si hay un poder de mediación entre Dios y el pueblo, ese poder lo tienen ellos, y lo manejan muy bien a su propia ventaja.
Jesús contesta que es verdad que no lo pueden entender. Nadie puede
llegar hasta él, si no es atraído por Dios, “si no lo atrae el Padre”. Es el
Padre que ha enviado a Jesús, para que sea fuente de vida para el que cree en él: “Y yo lo resucitaré en el último día”, el día de su pascua, de la entrega de su vida ofrecida por amor. Sólo escuchando al Padre en la intimidad del corazón, atraídos por su energía de vida y de amor, se puede llegar a Jesús y creer en él, reconociendo en él la presencia de Dios, porque en él se realiza la plena comunión con el Padre. Ninguna experiencia de Dios, por profunda y auténtica que sea, puede ser más plena y directa que la de Jesús: “Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre”.
Jesús manifiesta la conciencia que tiene de sí mismo. A través de él es posible abrirse al insondable misterio de Dios, concebido como padre, dador de vida, aliento, amor y ternura, que la creación recibe y alimenta.
El camino hacia la muerte física es común e inevitable para todos, pero
la fe en Jesús hace posible entrar ya en una dimensión de vida definitiva, que permanecerá también más allá de la muerte física, porque es fruto del amor fiel de Dios. La realidad divina y humana de Jesús, su persona, su enseñanza, se constituyen en verdadero alimento para el creyente, en “pan de vida” para el nuevo éxodo de los que siguiendo a Jesús quieren salir de las condiciones de opresión en que se encuentran.
Ya los padres del pueblo judío habían conocido un alimento extraordinario durante la travesía del desierto en el primer éxodo, cuando salieron de la esclavitud de Egipto. Pero ese alimento extraordinario, el maná, no los preservó de la muerte, y esa generación no pudo llegar a la tierra de la libertad: “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron”. El maná ha sido un alimento temporal y perecedero. En cambio, Jesús, “el pan que desciende del cielo”, ofrece vida plena y la victoria sobre la muerte. Es la vida que viene del Padre, “desciende del cielo”, participada al hombre a través de Jesús, para compartir la misma experiencia de amor.
En el primer éxodo, los primogénitos de Israel se salvaron por la sangre del cordero pascual con que habían ungido el marco de la puerta de sus casas. En el nuevo éxodo, la Palabra hecha carne, la persona de Jesús con toda
la fragilidad de su condición humana, es la fuente de vida para las casas detodos los pueblos: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario