Hoy se celebra en mi país, Argentina, el "Día del Maestro". Se eligió esa fecha por ser la del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, figura discutida, si las hay.
La
"historia oficial" de Argentina llama "Padre del aula" a quien pensaba
que el dilema que aquejaba a su país era "entre la civilización y la
barbarie". Es por eso que, dirigiéndose al general Bartolomé Mitre, le
sugiere: "No trate de economizar sangre de gauchos. La sangre es lo
único que tienen de humanos esos salvajes".
Por
eso, si bien consideraba que la educación debia ser para todos, excluía
a los pueblos originarios, por no considerarlos dignos de ser educados.
Esa
semilla fructificó en las "clases ilustradas" y, lamentablemente,
florece en diferentes épocas y se expresa en corrientes de pensamiento
que, aun hoy, se refieren a "la gente de bien" por oposición a la que no
merece un lugar en este mundo de la meritocracia, que es para unos
pocos.
El
cuento de Iris Teresita López Rolón que aparece en "Historias de la
escuela", editado por la Intendencia Municipal de Montevideo, nos habla
de esa dicotomía existente entre quienes tienen derechos y quienes ni
siquiera pueden aspirar a tenerlos.
La
educación, promesa de crecimiento personal, pero también de
descolonización para un país, se proclama como tal pero a menudo aparece
como una barrera para las clases populares. Y las desigualdades se
hacen patentes cuando esos derechos son atropellados.
Las
ilusiones de la gente sencilla son mancilladas cuando las promesas
devienen en frustraciones, cuando los valores son puestos en cuestión:
la escuela como lugar de contención, de protección, de sueños
compartidos, de ideales patrióticos que se estrellan contra la realidad
de naciones sometidas a la codicia extranjera.
La
niñez vulnerada no es un tema de ayer. Aparece hoy con toda su crudeza
en palpables injusticias. Las aulas fueron reemplazadas por el poder
anónimo y omnímodo de "las redes", que no tienen localización, ni un
nombre que las identifique, ni una cara visible que se presente como
responsable, pero formatean las mentes de niños y jóvenes.
Ya
no está "oficialmente" la señorita Tita, ni la peluquería de Don
Tabares, ni la Sra Maruja que servía el jarro de leche. En mi país, y
tristemente en otros de esta región, millones de niños en edad escolar
no tienen ni en la escuela ni en su casa "el vaso de leche con un
pancito gordito y rico" con el que se los invitaba a crecer, a aprender,
a compartir, a soñar con un futuro mejor. Triste realidad en este "Día
del Maestro"... Alicia.
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