LE PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS
Entre los hebreos no se le ponía al recién nacido un
nombre cualquiera, de forma arbitraria, pues el «nombre», como en casi
todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera
identidad, lo que se espera de ella.
Por eso el evangelista Mateo tiene tanto interés en explicar desde el
comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de quien va a
ser el protagonista de su relato. El «nombre» de ese niño que todavía
no ha nacido es «Jesús», que significa «Dios salva». Se llamará así
porque «salvará a su pueblo de los pecados».
En el año 70, Vespasiano, designado como nuevo emperador mientras
estaba sofocando la rebelión judía, marcha hacia Roma, donde es recibido
y aclamado con dos nombres: «Salvador» y «Benefactor». El evangelista
Mateo quiere dejar las cosas claras. El «salvador» que necesita el mundo
no es Vespasiano, sino Jesús.
La salvación no nos llegará de ningún emperador ni de ninguna
victoria de un pueblo sobre otro. La humanidad necesita ser salvada del
mal, de las injusticias y de la violencia; necesita ser perdonada y
reorientada hacia una vida más digna del ser humano. Esta es la
salvación que se nos ofrece en Jesús.
Mateo le asigna además otro nombre: «Emmanuel». Sabe que nadie ha
sido llamado así a lo largo de la historia. Es un nombre chocante,
absolutamente nuevo, que significa «Dios con nosotros». Un nombre que le
atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos
acompaña, nos bendice y nos salva.
Las primeras generaciones cristianas llevaban el nombre de Jesús
grabado en su corazón. Lo repetían una y otra vez. Se bautizaban en su
nombre, se reunían a orar en su nombre. Para Mateo, el nombre de Jesús
es una síntesis de su fe. Para Pablo, nada hay más grande. Según uno de
los primeros himnos cristianos, «ante el nombre de Jesús se ha de doblar
toda rodilla» (Filipenses 2,10).
Después de veinte siglos, los cristianos hemos de aprender a
pronunciar el nombre de Jesús de manera nueva: con cariño y amor, con fe
renovada y en actitud de conversión. Con su nombre en nuestros labios y
en nuestro corazón podemos vivir y morir con esperanza.
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