TAMBIEN EN LA EUCARISTIA EXISTE CONTRADICCIÓN
“Este niño está puesto para la caída y elevación
de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción – y a ti misma una
espada te atravesará el - para que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones”.(Lc 2, 34-35)
Cada domingo, en medio de la comunidad cristiana, levantamos un pan para
que sea la presencia de Cristo en medio de la Comunidad. Pero es pan no ha
caído del cielo.
Está atravesado por las injusticias cometidas contra los
campesinos explotados que trabajaron la tierra; por las manos de los
intermediarios que manejan los pesos y los mercados. Este pan está amasado por
manos mal pagadas y por dedos quemado en los hornos de las panaderías.
Cuando llega hasta nuestro altar en la cesta de un muchachito sin
escuela que va recorriendo con sus pies descalzos el caliche de nuestros
callejones, ese pan ya está impregnado de toda la cadena de injusticias que
arranca de la mala distribución de la tierra, que pasa por la explotación de
los peones y la especulación de los mercados.
Este es el pan que nosotros ofrecemos, comprado con los centavos de la
Comunidad se ha quitado de su comida, para que pueda ser repartido a todos.
Este pan es levantado en medio de la Comunidad como un signo de contradicción.
Es al mismo tiempo un signo de explotación y un signo de comunidad; el
permanente recuerdo de la injusticia que padecemos y la esperanza que
afianzamos con fuerza en la comunidad de los Pobres: el signo de un trabajo que
ha enriquecido injustamente a otros y el alimento del cuerpo de Cristo que nos
compromete; el signo de la nueva crucifixión de Cristo en el pobre y de la
fuerza de su resurrección que atraviesa todas las injusticias.
Esta sencilla constatación parece que yo no nos deja espacio para
acercarnos con una mirada inocente a los signos, a las instituciones religiosas,
a los edificios y las teología… Todo aparece marcado por esta contradicción.
Hasta lo más sagrado, la presencia eucarística de Jesús en medio de nosotros,
llega a la Comunidad en un pan que puede librarse de las huellas de la
injusticia. Ya no nos quedan espacios completamente limpios y sagrados cuando
se mira la existencia desde los oprimidos.
El Dios Oprimido. Por Benjamín González Buelta. Página 72-73. Sal
Terrae. 1989.
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