2 de febrero de 2014
Presentación del Señor (A)
Lucas 2, 22-40
Presentación del Señor (A)
Lucas 2, 22-40
Fe sencilla
El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un
pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que
buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado,
recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres. Al parecer, Lucas
siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado
del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el
Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías
enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser
desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a
su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de
unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no
encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento
de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que
predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más
tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús
no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a
vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de
Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga
vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son
personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la
anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos representan a tanta gente de fe
sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su
confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de
Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que
no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su
bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la
“liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que
ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que
sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva
es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre
en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas,
que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no
tiene ningún problema en entender y acoger.
José Antonio Pagola
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