2013-2014
-
15
de junio de 2014
CONFIAR
EN DIOS
El
esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para
exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda
hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a
reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a
acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por
eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de
Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el
mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de
Dios encarnado.
El
misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está
excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y
nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él
conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda
compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra:
“Padre”.
Nuestra
primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio
último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos
ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él
entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos
tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos
al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre.
Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.
También
Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No
viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en
mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos
escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de
actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos
descubre cómo nos quiere Dios.
Por
eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un
Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos
hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en
el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger
el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger
dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del
misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia
continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en
Dios.
Nuestra
vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes
y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia,
también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es
suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de
la vida que es solo Amor.
José
Antonio Pagola
EVANGELIO
Dios
mandó su Hijo para que el mundo se salve por él.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque
Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo se salve por él.
El
que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra
de Dios.
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