DÁDLES
VOSOTROS DE COMER
Jesús
está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de
todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve.
Mientras tanto, sus discípulos ven que se esta haciendo muy tarde. Su diálogo
con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la multiplicación de los
panes”.
Los
discípulos hacen a Jesús un planteamiento realista y razonable: “Despide a
la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Ya han
recibido de Jesús la atención que necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a
su aldea y se compre algo de comer según sus recursos y posibilidades.
La
reacción de Jesús es sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles
vosotros de comer”. El hambre es un problema demasiado grave para
desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva en su propio
pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino de unirse más que nunca
para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a nadie.
Los
discípulos le hacen ver que solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo
poco basta cuando se comparte con generosidad. Jesús manda que se sienten todos
sobre el prado para celebrar una gran comida. De pronto todo cambia. Los que
estaban a punto de separarse para saciar su hambre en su propia aldea, se
sientan juntos en torno a Jesús para compartir lo poco que tienen. Así quiere
ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué
sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? No los “multiplica”.
Primero bendice a Dios y le da gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son
de todos. Luego los va partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a
su vez, se los van dando a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de
unos a otros. Así han podido saciar su hambre todos.
El
arzobispo de Tánger ha levantado una vez más su voz para recordarnos “el
sufrimiento de miles de hombres, mujeres y niños que, dejados a su suerte o
perseguidos por los gobiernos, y entregados al poder usurero y esclavizante de
las mafias, mendigan, sobreviven, sufren y mueren en el camino de la
emigración”.
En
vez de unir nuestras fuerzas para erradicar en su raíz el hambre en el mundo,
solo se nos ocurre encerrarnos en nuestro “bienestar egoísta” levantando
barreras cada vez más degradantes y asesinas. ¿En nombre de qué Dios los
despedimos para que se hundan en su miseria? ¿Dónde están los seguidores de
Jesús?
¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el
grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?
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