Por primera vez en dos mil años, nadie en la llanura de Nínive celebrará la Navidad. Por primera vez en dos mil años, no queda ni un cristiano.
Once
poblaciones. Más de treinta mil familias. Era la mayor concentración de
cristianos que quedaba en Iraq y desapareció el pasado verano. Las
fuerzas kurdas que controlaban la llanura se largaron un día hacia el
este, hacia Irbil, y los cristianos, aterrados, metieron lo que pudieron
en sus coches y corrieron detrás. Llegaba el Estado Islámico.
"Lo
último que nos han dinamitado, hace tres semanas, es el convento de las
Hermanas del Sagrado Corazón de Mosul", explica el padre Behnam Benoka.
Los
cristianos de Nínive dan por terminados sus veinte siglos de
existencia. Asirios todos, herederos de Mesopotamia: caldeo-católicos,
sirio-católicos y sus variantes ortodoxas. Saben que no regresarán.
"Ya
no tenemos a nadie con quien convivir. ¿Con quién podemos hacerlo? La
historia del cristianismo en Nínive se ha cerrado", dice el sacerdote.
Primero
fueron los shabak, la minoría chií de la llanura. Con el apoyo del
Gobierno chií de Bagdad presionaron a los cristianos para que empezaran a
marcharse. Políticamente. Luego llegó el Estado Islámico. Crucificando.
"Suníes y chiíes tienen cada uno su parte de Iraq. Tienen dónde ir. Los cristianos y los yazidíes no tenemos nada".
¿Y
ahora qué? ¿Emigrar o resistir en el territorio kurdo que les acoge? En
los años noventa, Iraq tenía casi un millón y medio de cristianos. Hoy
quedan poco más de cien mil.
"La iglesia no quiere que nos
vayamos", dice Marln, un joven refugiado sirio católico de ojos azules.
Los quiere en el Kurdistán, cerca de Nínive. Pero hay ganas de irse
lejos, donde les dejen santiguarse en paz. Primero intentan marchar a
Turquía, Jordania o Líbano, y desde ahí dar el salto a Europa, América o
Australia. Vaciando de cristianos el Antiguo Testamento. Al menos dos
mil familias han abandonado Iraq desde que el Ejército Islámico
conquistó Nínive.
Marln malvive con varios cientos de refugiados
en el Shlama Mall, un centro comercial a medio construir. Un esqueleto
de cemento. La decoración navideña, plastificada y china, deprime
todavía más la escena. Sólo el pesebre desprende calor, montado como lo
hacían en Nínive: con frutas en el establo para que los enfermos las
tomen y se curen.
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