5º domingo de Cuaresma (C)
REVOLUCIÓN IGNORADA
Tampoco yo te condeno.
Le presentan a Jesús a una mujer
sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta
la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como
sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al
varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».
Jesús no soporta aquella hipocresía social
alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no
viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo
verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté
sin pecado, que arroje la primera piedra».
Los acusadores se retiran avergonzados.
Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en
aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de
la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te
condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida
de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».
Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la
tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder
opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió
mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y
justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.
Los cristianos no hemos sido capaces
todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora
de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e
inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de
todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la
vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de "la revolución
ignorada"por el cristianismo.
Lo cierto es que, veinte siglos después,
en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una
sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al
varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al
contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más
sufrimiento genera.
¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer
un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante
en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar
más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa
inteligente y protección eficaz? José Antonio Pagola
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