“HE VENIDO A TRAER FUEGO A LA TIERRA”
1.“Os
invito”.
En estos días recibiréis, hermano y amigos, numerosas felicitaciones rebosantes
todas ellas de besos y abrazos deseándoos “¡feliz
Navidad y próspero Año Nuevo!”. ¿Cómo voy a faltar yo en desearos y
compartir vuestras alegrías si, justamente, corrí la increíble aventura de
hacerme vuestro Hermano y Amigo, siendo Dios, para que tengáis una vida
desbordante y seáis felices? Pero, mirad, lo mío no es sólo “desearos” que seais felices en estas
fiestas y en toda vuestra vida, sino para “ayudaros”
a serlo de verdad; por el único camino posible, que fue el mío: ayudar a
otros a que lo sean. Como certeramente decía Albert Camus, “no se puede ser feliz a solas”. Por eso, habéis acertado al optar
por vivir y crecer en comunidad.
Con
frecuencia los amigos, para gozar y crecer en la amistad, se invitan: “Vamos a
la casa del pueblo, a un lugar solitario, para convivir más intensamente, para
dialogar y compartir más. Al término de la convivencia, se sienten más unidos,
más amigos. A esto os invito en este tiempo de Adviento y Navidad, a
comunicarnos más, a que me escuchéis más atenta y profundamente para que
salgáis más unidos a mí y entre vosotros. Sabéis muy bien, lo fuerte e insidiosa
que es la tentación de la rutina. Es la polilla que termina por destruirlo
todo. Decía mi gran amigo convertido Charles Peguy: “Hay algo peor que ser un
mediocre; es ser un rutinario”. Recordad el pensamiento de Benedicto XVI: “Está
más cerca de mí un ateo o un agnóstico sincero que un cristiano rutinario”.
¿Qué liberaciones, qué experiencias nuevas, qué descubrimientos nuevos, qué
nuevas alegrías vais a celebrar en estas fiestas? Porque, si no hay “novedad”, no hay verdadera “navidad”. ¿Será una navidad nueva o
será una navidad repetida? Pablo, a pesar de la unión mística que tenía ya
conmigo, confesaba al final de su vida: “Aunque nuestro exterior va decayendo
por los achaques, lo interior se renueva de día en día” (2 Cor 4,16).
2.“Creed en mi amor”. La revolución interior, el encendido
llameante de la hoguera de vuestro interior, empieza porque os sintáis
locamente queridos por mí, por el Padre y por el Espíritu. ¿Cuándo creeréis de
verdad, cuando experimentaréis gozosamente mi amor? ¿Qué más tengo que hacer
después de haberme hecho un crío pobre y desvalido, y después de haber muerto
como un delincuente común en una cruz? Y eso, por ti, como sabiamente lo sentía
Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). Yo no entiendo de colectivos,
sólo entiendo de personas, como cada uno de vosotros. Sólo los santos lo
entienden bien. Esto, justamente, es lo que enloquecía y enloque de entusiasmo
a todos ellos: a Agustín, a Francisco de Asís, a Juan de la Cruz, a Teresa de
Jesús, a Antonio María Claret, a la Madre Teresa de Jesús. Juan de la Cruz se
pasaba noches enteras abrazado a mi cruz, llorando de emoción y lamentado a
gritos: “¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es Amado!” ¿Cuándo, por fin, creréis
esto hasta las lágrimas? Dejaos querer por mí de una vez por siempre. Por
supuesto que volvería a correr la misma aventura de mi vida, pero siento que no
acertéis a vivir ébrios de alegría por este amor loco que os profesamos.
3º “Si
conocierais…”. Si
conocierais los sueños que tengo sobre vosotros, sobre cada uno de vosotros y
sobre vosotros como comunidad, os quedaríais asombrados. Si vierais mis brazos
llenos de dones valiosiosimos que deseo ardientemente entregaros, os quedaríais
estupefactos. ¡Cuánto me duele que muchos de mis discípulos no estén con los brazos
abiertos en actitud de recibirlos! Si cayérais en la cuenta de cuanto deseo que
viváis una vida desbordante, llena de entusiasmo y alegría, os sentiríais
conmovidos. Haríais como Francisco de Asís, del que dicen sus biógrafos que
bailaba y cantaba delante del primer belén que él había construido “como un
hombre que ha perdido el juicio”. Haríais como san Pascual Bailón, que cantaba,
bailaba y danzaba como un hombre ebrio ante mí, presente en la Eucaristía, por
eso le pusieron el sobrenombre de “Bailón”. Haríais como San Felipe Neri que,
con su buen humor, era la alegría de los que le rodeaban. Afirmaba: “El que no
vive alegre como unas pascuas es que no ha comprendido lo que significa la
Navidad ni el banquete del Reino”. Quiero daros transfusiones de mi vida, para
reanimaros, para foguearos el corazón. Recordad: “He venido para traer fuego a
la tierra, ¡y cuanto deseo que arda!” (Lc 12,49). Si conocierais las grandes
energías que tenéis dormidas dentro de vosotros, de cada uno y de la comunidad
en cuento tal; si conocierais lo mucho que depende de vosotros, no saldríais de
vuestro asombro.
4.Depende de vosotros. La milagrosa transformación interior
que quisiera realizar en vosotros, el comienzo de una nueva vida, el
afloramiento de las energías dormidas en vuestro interior, el que pueda “encender una fiesta continua en vuestros
corazones”, como dicen los de Taizé, depende enteramente de vosotros. Os
digo a cada uno de vosotros y a la comunidad lo que dije a la de Laodicea:
“Mira que estoy a la puerta llamando; si uno me abre, entraré y cenaremos
juntos” (Ap 3,20). Se trata de una cena festiva y jubilosa que uno no se puede
perder. ¿En qué consiste abrir la puerta para que pueda entrar? Ya lo dijo el
profeta Isaías: “Que los montes se allanen, que las hondonadas se rellenen, que
los caminos torcidos se enderecen” (Is 40,3-5).
“Que los montes se allanen”. Hay que empezar por liberarse de
toda autosuficiencia; es presciso salir del engaño de creer que estamos
viviendo la mejor de las vidas. Hay que empezar por reconocer nuestras propias
miserias. Os digo a cada uno de vosotros y a la comunidad en cuento tal lo que
dije a la comunidad de Laodicea, una comunidad común y corriente que había
caído un tanto en la rutina: “Aunque presumas de rico y lleno de vida, aunque
pienses que nada te falta, eres desventurado y miserable, pobre ciego y
desnudo” (Ap 3,17). No hay nada que hacer con los que se creen ricos,
satisfechos y orgullosos de sí mismos y miran por encima del hombro a los
demás. En los que están llenos de sí mismos no hay lugar para mí ni para el
prójimo. Ya lo cantó certeramente mi Madre: “A los hambrientos, a los saben
pobres, les lleno de bienes, pero a los orgullosos los despido vacíos” (Lc
1,53).
Es
necesario también que rellenar las
hondonadas. No hay nada que hacer con los depresivos, con los que dicen que
no hay nada que hacer ante todas las situaciones, con los que, con espíritu
fatalista, sentencia: “genio y figura hasta la sepultura”? Sólo en el que tiene
fe en mí puedo hacer milagros, como ocurrió en mi vida terrena. ¿No os dais
cuenta de los milagros que he verificado y verifico cada día en los que tienen
esa fe? ¿Me llamáis Salvador y no esperáis que os salve de nada? Os repito para
la oferta que hice a los miembros de la comunidad de Laodicea: “Te aconsejo que
me compres oro acendrado a fuego, así serás rico; y un vestido blanco para
ponértelo y que no se vea tu vergonzosa desnudez, y colirio para untártelo en
los ojos y ver” (Ap 3,18-19).
Es
también absolutamente necesario para que pueda daros transfusiones de vida que
los caminos tortuosos se enderecen.
Ya lo proclamé en las bienaventuranzas: “Sólo los sencillos y sinceros, los
transparentes, podrán ver el rostro del Padre” (Mt 5,8). Sigo dando gracias al
Padre por ello: “Bendito seas, Padre…, porque, si has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; bendito seas,
por haberte parecido eso bien” (Mt 11,25-26). Repito: “Os aseguro: si no
cambiáis y no os hacéis como niños, no podéis pertenecer al Reino de Dios” (Mt
18,3-4). Sólo en las aguas limpias se puede reflejar el rostro de nuestra
Familia Divina. Los espíritus enrevesados están incapacitados para gozar del
misterio jubiloso de la Navidad.
5.Con los otros.Se requiere otra condición imprescindible
para que yo pueda entrar en vuestro interior y podamos celebrar gran fiesta
juntos en vuestros corazones: que abráis
también la puerta a mis hermanos. Yo nunca entro solo. Los de Emaús
pudieron gozar de mi presencia porque invitaron a pernortar en su casa al que
creían que era un compañero de viaje cualquiera, pero que era yo. Yo hago como
aquel hombre distinguido que tenía un hermano pobre. Le invitaban los amigos a
fiestas en sus casas, pero él les advirtía: “Yo, siempre con mi hermano; acepto
la invitación si le invitas también a él”. Cuando abrís la puerta al hermano,
entonces, sólo entonces, entro yo para hacer fiesta. Aquel niño pobre que nací
en una cuadra hace vintiún siglo, hoy soy todo aquel que está a la intemperie.
De verdad. Estas condiciones para la fiesta no son ocurrencias mías; sin ellas,
no puedo hacer nada.¡Cuánto me gustaría que la celebración de mi nacimiento significara para vosotros un re-nacimiento! ¡Os amo tanto! No sólo os
deseo que seáis más felices; os señalo la forma y os ayudo a serlo, con la luz
y la fuerza de mi Espíritu. Brindaremos con el mejor de los vinos de solera: mi
propia Sangre. ¡Aquello sí que será fiesta! Vuestro Hermano y Amigo, Jesús de Nazaret.
PARA LA REFLEXIÓN, LA ORACIÓN, EL
DIÁLOGO Y EL COMPROMISO1º-¿Qué reacciones, qué sentimientos y
qué comentarios suscitan en mí las lecturas bíblicas y esta reflexión? 2º-¿Qué
actitudes necesito (necesitamos)asumir para tener una experiencia nueva de
encuentro con el Señor? 3º- ¿Qué pasos hacia adelante creo que he dado (hemos
dado) en el 2016? 4º- ¿Qué pasos hacia adelante creo que espera de mí (de
nosotros) el Señor en el 2017?5º ¿Qué propuestas puedo hacer para el bien
personal, grupal o comunitario?
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