tradiciones?"
José María Castillo: "La
muerte de Jesús no fue un 'sacrificio religioso'"
"La
suya era la muerte de un rebelde político, como advierte Flavio Josefo"
José
María Castillo, 10 de abril de 2017 a las 12:54
(José María Castillo).- Una de las cosas que quedan
más claras, en los relatos de la pasión del Señor, que la Iglesia nos recuerda
en estos días de Semana Santa, es el miedo que da el Evangelio. Sí, la vida de Jesús nos da miedo.
Porque, a fin de cuentas,
lo que no admite duda alguna es que aquella forma de vivir -si es que los
evangelios son el verdadero recuerdo de lo que allí pasó- llevó a Jesús a
terminar sus días teniendo que aceptar el destino más repugnante que una
sociedad puede adjudicar: el destino de un delincuente ejecutado (G. Theissen).
La muerte de Jesús no fue un
"sacrificio religioso". Es más, se puede asegurar que la muerte de
Jesús, tal como la relatan los evangelios, fue lo más opuesto que, en aquella
cultura, se podía entender como un sacrificio sagrado. Todo sacrificio
religioso, en aquel tiempo, debía cumplir dos condiciones: se tenía que
realizar en el templo (en lo sagrado) y se tenía que hacer cumpliendo las
normas de un ritual religioso. Ninguna de estas dos condiciones se dio en la
muerte de Jesús.
Más aún, Jesús fue
crucificado, no entre dos "ladrones", sino entre dos lestaí, una palabra
griega de la que sabemos que se utilizaba para designar, no sólo a los
"bandidos" (Mc 11, 17 par; Jn 28, 40), sino además a los
"rebeldes políticos" (Mc
15, 27 par), como advierte F. Josefo (H. W. Kuhn; X. Alegre). Por eso se
comprende que, en su hora final y decisiva, Jesús se vio traicionado y
abandonado por todos: el pueblo, los discípulos, los apóstoles... Aquello, de
religioso, tuvo los sentimientos del propio Jesús. Y sabemos que su sentimiento
más fuerte fue la conciencia de verse abandonado incluso por Dios (Mt 27, 46;
Mc 15, 34). La vida de Jesús aconteció de forma que acabó así: solo,
desamparado, abandonado.
¿Qué nos viene a decir
todo esto? La Semana Santa nos viene a decir, en los textos bíblicos que leemos
estos días, que Jesús vino a poner en cuestión la realidad en que vivimos.
La realidad violenta, cruel, en la que se impone "la ley del más
fuerte" frente a "la ley de todos los débiles".
Sabemos que Pablo de Tarso
interpretó el relato mítico del pecado de Adán como origen y explicación de la
muerte de Jesús, para redimirnos de nuestros pecados (Rom 5, 12-14; 2 Cor
12-14). Es la interpretación de la que echan mano los predicadores, que centran
nuestra atención en la salvación del cielo. Eso es bueno. Pero tiene el peligro de
desviar esa atención nuestra de la trágica realidad que estamos viviendo.
La realidad de la violencia que sufren los "nadies", la corrupción de
los que mandan y, sobre todo, el silencio de quienes saben estas cosas y se las
callan para no perder su poder, sus dignidades y sus privilegios.
La belleza, el fervor, la
devoción de nuestras liturgias sagradas y de nuestras cofradías nos recuerda la
pasión del Señor. Pero, ¿nos pone en cuestión la durísima realidad que están
viviendo tantos millones de seres humanos? ¿Nos recuerda la vida que llevó a Jesús a su fracaso final? ¿O nos distrae con devociones,
estéticas y tradiciones que utilizan la "memoria passionis", el
"recuerdo peligroso" de Jesús, para pasarlo bien con buena
conciencia?
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