En este segundo artículo que escribo con motivo del centenario del nacimiento del filósofo y teólogo Raimon Panikkar analizaré su original concepción de la religión.
Dos han sido las grandes visiones con las que la humanidad ha expresado la comprensión de sí misma y del cosmos que la penetra y rodea: la monista, que reduce el todo y la diversidad a uno: todo es Dios, o Ser, o Espíritu, o Materia, o Energía, o Nada; la dualista, que reduce la realidad a dos esferas, ambas enfrentadas: la material y la espiritual.
Dos han sido las grandes visiones con las que la humanidad ha expresado la comprensión de sí misma y del cosmos que la penetra y rodea: la monista, que reduce el todo y la diversidad a uno: todo es Dios, o Ser, o Espíritu, o Materia, o Energía, o Nada; la dualista, que reduce la realidad a dos esferas, ambas enfrentadas: la material y la espiritual.
Panikkar aprecia dificultades graves en ambas cosmovisiones. El monismo da prioridad y preeminencia a lo estático, lo inmutable, lo absoluto. La pura racionalidad del monismo puede terminar por asfixiar al ser humano, que no puede reducirse a pura razón. El dualismo privilegia lo dinámico, el cambio, lo provisional. La principal objeción a hacerle es que pierde el sentido de la globalidad.
Panikkar se distancia de ambas concepciones de la realidad, que de una u otra forma están vigentes en la cultura dominante, y propone una cosmovisión alternativa, que llama “intuición cosmoteándrica” en una libro del mismo título (La intuición cosmoteándrica, Trotta, Madrid, 1996). Constata que el primado de la razón ha impuesto un “absoluto”, bien sea el mono-teísmo bien la mon-arquía, la verdad una, el pensamiento único, etc., para evitar la irracionalidad, el caos y la inhumanidad. Sin embargo, la conciencia humana entiende la realidad en su carácter tridimensional: el cosmos, el ser humano y lo trascendente o divino.
En palabras del propio Panikkar, “la realidad no está formada ni por un bloque único indistinto –sea este divino, espiritual o material- ni por tres bloques o un mundo de tres niveles…, como si de un edificio de tres pisos se tratase”, sino “por tres dimensiones enlazadas las unas con las otras…, de manera que no solo la una no existe sin la otra, sino que están imbricadas inter-inde-pendendientemente”.
Con esta visión no-dualista de la realidad, ¿Panikkar está negando o poniendo entre paréntesis la razón? No. Lo que hace es invitar a ampliar el horizonte de la razón sin incurrir en ninguno de sus contrarios, el irracionalismo y el sobrenaturalismo.
Con esta visión no-dualista de la realidad, ¿Panikkar está negando o poniendo entre paréntesis la razón? No. Lo que hace es invitar a ampliar el horizonte de la razón sin incurrir en ninguno de sus contrarios, el irracionalismo y el sobrenaturalismo.
Las religiones se merecen, en buena medida, la mala fama que las acompaña ya que dan muestras de haberse olvidado de sus orígenes, imponen afirmaciones dogmáticas, refuerzan los elementos identitarios excluyentes y consolidan las estructuras institucionales despersonalizadas y deshumanizadas. Con este juicio tan rotundo se abre el libro de Raimon Panikkar La religión, el mundo y el cuerpo (Herder, Barcelona, 2014), cuyo objetivo es devolver a las religiones su autenticidad, su verdad y su coherencia.
Para ello comienza por definir el rico y plural significado de la palabra “religión”, que remite a “re-ligar” (Lactancio), conectar de nuevo a unos con otros, vincular al ser humano con la naturaleza, restablecer el contacto con el misterio, reconducir lo humano hacia el umbral del más allá (no espacial, sino de sentido), reconectar, pero también desbloquear, los vínculos que bloquean, reconstruir la unidad dinámica de cuerpo, mente y espíritu.
La religión es un proyecto que tiende –aunque con frecuencia no lo consigue- re-ligar al ser humano, a nivel individual y colectivo, con la totalidad de lo real, liberarlo del solipsismo y establecer vínculos liberadores con los otros seres humanos y con la naturaleza. Lo que quiere decir que no se encierra en un mundo religioso aislado, sino que re-liga con la sociedad, con el cosmos, con la tierra. En ese sentido Panikkar describe la religión como “camino para la paz” y “paz en la tierra”, y no solo “gloria a Dios en el cielo”.
Entiende la paz como la fusión de tres elementos inseparables: la armonía, la justicia y la libertad. La armonía es, al mismo tiempo, cósmica y personal. Expresado en lenguaje teológico de Pablo de Tarso, sería “la recapitulación de todas las cosas en Cristo”. La categoría fundamental es la Vida. La justicia se concibe colectivamente, es decir, se muestra sensible a los obstáculos para construir un orden social justo y tiende a conseguir el bienestar de la humanidad. La libertad remite a los otros dos elementos: la armonía y la justicia.
La fe religiosa no puede utilizarse como escudo protector o arma defensiva frente a la intemperie en la que tenemos que vivir nuestra existencia, ni se asienta en seguridad alguna que nos proteja de la duda. Implica apertura y disponibilidad, y al no basarse en garantía alguna, comporta un riesgo que la persona creyente debe asumir. La religión es un proceso, no un patrimonio doctrinal inmodificable. Por eso debe adaptarse a los tiempos, renovar su lenguaje, la forma de pensarse y de vivirse.
Panikkar cree que las religiones no tienen el monopolio del sentido religioso de la vida. Son solo uno de los posibles soportes y transmisores. A su vez, piensa que no debe darse valor absoluto a la propia religión, ni utilizar sus categorías como paradigma interpretativo para comprender al otro, ni someterla a las tradiciones religiosas y cultuales. “El peor servicio a la tradición es ponerla en hibernación” (p. 35).
El teólogo y filósofo intercultural entiende el estudio de la religión como un estudio intelectual y existencial de las raíces de nuestro ser y estar en el mundo, y de nuestro destino como seres humanos implicados en el tejido de la realidad en su totalidad. Ahora bien, a diferencia de otras disciplinas, no puede obviar el componente axiológico, en otras palabras, el estudio del fenómeno religioso de no puede ser ajeno a los valores. Y, muy importante, ha de tener un carácter inter-disciplinar e inter-cultural.
Para él, la tarea de los estudios sobre religión consiste en investigar críticamente los caminos hacia la paz “con todas las series concomitantes de símbolos, mitos, creencias, ritos, doctrinas, instituciones, etcétera, que los seres humanos creen que portan el significado último del peregrinaje humano o de la existencia en general” (p. 34).
A la hora de identificar el objeto de la religión, afirma, con osadía intelectual y heterodoxia religiosa, que “no es Dios, sino el destino humano” (p. 35) como ser social, especie, género, en las diferentes auto-comprensiones de los pueblos y las culturas. Ahora bien, el último destino del ser humano no es el más allá meta-histórico y meta-terreno. La vida eterna, el nirvana, el moksa dependen de la existencia continuada sobre la vida terrena. En consecuencia, la amenaza de destrucción que pende sobre nuestro planeta por mor del actual modelo científico-técnico de desarrollo, anti-ecológico y anti-humano, debe ser motivo de preocupación religiosa.
Panikkar presta especial atención a la relación entre religión y cuerpo desde un planteamiento no dualista. El cuerpo no es simple carnalidad; remite a vida, símbolo, misterio, y es compañero de viaje irrenunciable del ser humano. “El cuerpo –afirma- es dimensión (y no parte) de la realidad” (p. 82). No hay religión sin corporeidad. Cuando se crea un ámbito estrictamente “religioso” separado del cuerpo y del mundo, la tendencia es a apoyar ideologías totalitarias tanto en el terreno de la política como en el de la ciencia. Más aún, sin el cuerpo,
Su reflexión sobre la corporeidad en la religión le lleva derechamente a considerar la relación entre medicina y religión, salud y religión, que define como “ontonómica”. Ambos campos no deben confundirse, pero tampoco considerarse independientes; se caracterizan por una inter-dependencia armónica. “La religión es cura y salud… La religión sin medicina –concluye- se deshumaniza, se torna cruel y aliena a los seres humanos de su propia vida en esta tierra…., se vuelve patológica” (p. 112).
Su reflexión sobre la corporeidad en la religión le lleva derechamente a considerar la relación entre medicina y religión, salud y religión, que define como “ontonómica”. Ambos campos no deben confundirse, pero tampoco considerarse independientes; se caracterizan por una inter-dependencia armónica. “La religión es cura y salud… La religión sin medicina –concluye- se deshumaniza, se torna cruel y aliena a los seres humanos de su propia vida en esta tierra…., se vuelve patológica” (p. 112).
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