VIVIR LA
FE EN TIEMPO
ELECTORAL
En algunos
sectores evangélicos fundamentalistas predomina la idea de que el cristiano no
debe “meterse en política”. Esta
conducta tiene su raíz en un concepto dualista, maniqueo, que divide la
realidad en dos ámbitos separados: por un lado, la esfera espiritual,
algo sagrado, la esencia del ser humano. Por otro lado, lo material, el cuerpo, el mundo donde abunda el pecado y la
maldad. Lo importante es “salvar el
alma”, sin contaminarse con los pecados de de este mundo. Esta espiritualización de la fe lleva a
cierta indiferencia hacia lo político, a autoexcluirse de toda actividad
cívica, o limitarse a cumplir con las obligaciones legales mínimas, sin
involucrarse con ninguna tendencia. Esa
supuesta neutralidad en lo político deja que otros decidan el rumbo de la
economía, la política y aspectos vitales que conciernen y afectan a toda la
sociedad.
Yo
pertenezco a una corriente teológica pastoral que asume una concepción
diferente. Para mí la fe está ligada a
todas las esferas de la vida, pues el evangelio, y también las ciencias
sociales, reconocen que el ser humano es integral, indivisible. Constituido por cuerpo, mente, sentimiento,
espíritu. Por tanto es tan importante
cubrir las necesidades espirituales (educación, cultura, expresiones
artísticas, libertades, vínculos afectivos, religión o creencia), como asimismo
atender las necesidades materiales (alimento, salud, vivienda, abrigo,
trabajo). Cada uno de estos aspectos
contribuye a que la vida adquiera sentido y que la persona se sienta realizada
y en condiciones de crecer. Si el ser
humano es individuo y, a la vez, un ser social que necesita de la comunidad
para poder vivir y definir su propia identidad y pertenencia, es imprescindible
incorporarse al quehacer político, de acuerdo a su vocación, sus dones, sus capacidades
y la disponibilidad de tiempo con que cuenta.
Lo hará en el área donde mejor pueda aportar su experiencia y saberes al
servicio de la comunidad, como creyente y como ciudadano.
El
compromiso cristiano nace de la fe; de la forma en que concebimos las demandas
del evangelio; de la conciencia y la sensibilidad por las condiciones de vida
de la gente. Es nuestra respuesta a la
llamada de Jesús de Nazaret, nuestro referente y guía, quien desarrolla su
ministerio no apartado del mundo como un anacoreta, ni viviendo en una
comunidad ascética, sino mezclado con la gente, en medio del pueblo,
participando activamente en la sociedad de su época.
Reconocemos
que el universo creado por Dios y que ama tanto, es bueno y hermoso, y que
somos llamados a ser sus colaboradores en la tarea de cultivar y promover la
vida, vida humana, animal, vegetal, mineral.
En fin, todas las vidas. Estamos
convencidos de que la práctica de la fe no va en desmedro de la participación
política. Como seres sociales
pertenecemos a una comunidad humana, la sociedad uruguaya, y es aquí, en esta
realidad concreta, donde asumimos la responsabilidad ética de aportar lo mejor
de nosotros mismos, a fin de que sea un espacio democrático, de libertad, de
vida digna, de oportunidades para todos y todas.
¿De qué
manera nos involucramos, como cristianos, en el devenir político? A menudo la realidad escapa a nuestra comprensión. Parece un asunto exclusivo para profesionales
y eruditos en cada materia. Esta idea se
alimenta con el anuncio de cada candidato que tiene “el mejor equipo de expertos” para sacar el
país adelante. La solución en cuanto a
la atención de la salud, la educación, medidas para desarrollar la economía,
aumentar fuentes de trabajo, construir viviendas, mejorar la seguridad, etc. la
tiene su partido. En este clima pre
electoral, de diagnósticos y promesas múltiples, es de fundamental importancia
observar la realidad con ojos críticos,
sin dejarnos aturdir con los eslóganes y frases estudiadas; analizar las
propuestas de cada partido a la luz de los principios y expectativas que
tenemos para nosotros, para nuestros hijos y para el conjunto de la
sociedad. Si bien la Biblia no nos
proporciona ningún programa político, hay orientaciones, pistas, que pueden ayudarnos
a tomar una decisión responsable.
Más allá del discurso de cada candidato, que está respaldado por la
imagen que proyecta, su habilidad para convencer y el trabajo de sus asesores,
creo que es necesario analizar el programa del partido que representa. Preguntar qué proyecto de país propone, qué
políticas y medidas concretas tomará en relación a temas que afectan al país en
su conjunto y a la gente en particular.
De mi parte agrego algunos elementos que para los cristianos tienen gran
relevancia.
-La
idea-fuerza que nos inspira y moviliza es la
utopía del Reino, sustentada en el mensaje del evangelio. Lo que todavía no es realidad, pero
potencialmente puede llegar a ser. El
biblista Pablo Richard lo resume así:
“Es posible construir una sociedad donde quepan todos y todas, en
armonía con la naturaleza”. Una sociedad
justa fraterna y solidaria.
-Que los Derechos Humanos sean reconocidos y
respetados. Este tema incluye las
áreas y aspectos más diversos, muchos de los cuales han sido atendidos e
incorporados en la agenda de derechos aprobados; otros están pendientes para
ser ampliados: investigación sobre
detenidos-desaparecidos, denuncias ante la Justicia, violencia contra niños,
niñas, adolescentes y mujeres, política que atienda la situación de los
encarcelados y liberados, entre otros.
-Defensa de los más débiles y
vulnerables. La Biblia lo enuncia así “Hacer justicia al
huérfano; a la viuda; al extranjero; al oprimido”; Jesüs valora y dignifica a los excluidos y
despreciados por la sociedad: mujeres,
niños, enfermos, indigentes, etc. Esta
apelación desafía no sólo a la
solidaridad personal, motivada por el amor, sino también reclama leyes y
medidas de protección, de Seguridad Social, a cargo del Estado, y
organizaciones sin fines de lucro que
tengan en sus objetivos esta clase de servicio.
-Igualdad y equidad, reconocidas no sólo en
declaraciones, sino a través de políticas afirmativas y leyes que contemplen a
sectores postergados o perjudicados:
pobres, mujeres, discapacitados, etc. Y todos sean considerados con iguales derechos. Partimos del principio cristiano de que para
Dios todas las personas poseen la misma dignidad. Y que esto se debe reflejar en la comunidad
de fe como asimismo en la sociedad. Por
tanto, nadie debe ser excluido de sus derechos ni por su condición social, ni
por su etnia, ni por su orientación sexual, ni por ningún otro motivo. Este criterio debe estar presente también
en la hoja de ruta del Gobierno, en lo jurídico, legal, laboral, cultural,
religioso, etc.
Ademar
Olivera
Pastor de la
Iglesia Metodista
Octubre de
2019.
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