lunes, 25 de enero de 2021

CELEBRANDO LA VIDA DE PERICO.--La Iglesia y el país le deben mucho a Luis Pérez Aguirre. 22 de Abril de 1941 -25 de Enero de 200

 PUBLICADO EN UMBRALES

CELEBRANDO LA VIDA DE PERICO

Enero de 2001. Calor bochornoso en Porto Alegre. Transcurría la segunda jornada del Primer Foro Social Mundial, una experiencia surgida frente al Foro Mundial de Davos en que se reunían los líderes más representativos del poder económico mundial.

La cercanía de la sede elegida y su ocurrencia en enero, facilitó la presencia de muchos uruguayos, que rápidamente se nuclearon y encontraron un lugar como “espacio de encuentro”.

Llegué allí dispuesta a comentar algunas de las cuestiones planteadas en las sesiones matutinas. Pero de golpe me paró Carlos Baraibar y me dijo “Qué horrible lo de Perico” y así, sin anestesia, supe la tristísima noticia del accidente en bicicleta y su inmediata muerte con la paradoja de haber estado muchas horas en una comisaría como NN. Me abracé con él a llorar. La tecnología de la comunicación no era la de hoy.

Pude con dificultad comunicarme con Montevideo. Necesitaba confirmar lo que era irremediable.

En cuestión de minutos decidí volver a Montevideo esa misma noche lo que me permitía asistir a la misa de cuerpo presente en el Colegio Seminario y posteriormente al entierro.

Son imborrables las imágenes de los chicos de La Huella, quienes habían interrumpido su habitual campamento en Arequita para enfrentarse a la sensación de “intemperie” y dolor.

La lluvia que ese sábado caía sobre Montevideo acompañaba los sentimientos que allí se expresaban, sollozos y abrazos se entremezclaban.

Tengo que remontarme a 1979 para recordar cuando nos conocimos. Se desarrollaba en el Colegio Sacré Coeur (hoy Universidad Católica) el Congreso de la Federación de Religiosos del Uruguay que congregó a 1500 religiosos. El salón de actos desbordaba por lo que se podía seguir lo que allí ocurría desde los escalones que dan a la entrada del salón.

Yo era una de las tantas voluntarias que participábamos ayudando en tareas logísticas. Teníamos amigos en común y alguien nos presentó. Yo hacía cuatro años de integrada a la Parroquia Santa Gema y dos que vivía en Flor de Maroñas. Perico era un referente de los jóvenes nucleados en El  Cabré y La Huella.

Mi integración en Santa Gema y la fundación de la Huella se producen el mismo mes de agosto de 1975.

Allí empezaron a entretejerse los lazos que nos unieron hasta su desaparición física y que ahora respondiendo a esta invitación de evocar su vida, intento pasar por mi corazón: algunas muy personales y otras más institucionales. En ese plano personal  recordaría la presentación de Martha y Mirtha para ir a hacer una experiencia comunitaria en casa, en algo que en esos años se repitió varias veces. La Iglesia se estaba aggiornado y los laicos buscaban formas nuevas de compromiso y la inserción en sectores populares era un camino posible.

Pero también el vinculo con los jesuitas, profundizar el método ignaciano, el frecuentar La Huella, participar en retiros espirituales hasta ser invitada a campamentos en Punta Colorada.

Merece destaque la invitación a formar el grupo inicial del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ) a fines de 1981. La condición de abogada significó una labor muy específica tanto en el inicio formal de redacción y aprobación de Estatutos como de forma relevante en el momento del ayuno de 1983 con la clausura de local y posterior disolución. Provisoriamente el SERPAJ se reunió en diversas parroquias hasta lograr su reaparición en una nueva sede.

Igualmente en los paulatinos intentos de reapertura, debí llevar a cabo los trámites de alquiler de oficina en Plaza Independencia.

En 1982 viajé a Buenos Aires junto a Perico en un Encuentro del SERPAJ dado que una de las temáticas eran las Comunidades Eclesiales de Base, modelo eclesial que vivíamos en Santa Gema.

En esos años se fue destacando el liderazgo de Perico en torno a la inclaudicable defensa de los Derechos Humanos, habiendo debido enfrentarse a muchas detenciones e interrogatorios.

A su vez él buscaba nuclear a otras personalidades  y llevar las denuncias de lo que ocurría en nuestro país al exterior. Su valentía y firmeza fueron siempre características muy salientes.

Dado que en 1984 acepté responsabilidades en cuanto a la recuperación democrática, de carácter partidario, dejé de participar formalmente en el SERPAJ. Esto no significó alejarme de Perico.  Era frecuente encontrarnos a almorzar y compartir un rato intercambiando novedades o reflexionando sobre decisiones a tomar, contándome sus viajes y gestiones. También era frecuente encontrarlo el día de Navidad junto a varios de los chicos de La Huella visitando a la madre de Romi Lezama, su amigo y compañero, quien había muerto prematuramente en 1978.

En 1985 tuve el inmenso privilegio de hacer ejercicios espirituales con su guía. Allí pude redactar mi Credo que hasta el día de hoy me guía.

A fines de 1990 en uno de esos almuerzos me invitó a acampar en Punta Colorada con un grupo de integrantes de la Huella y otros amigos en una experiencia imborrable.

Allí pude aquilatar su profunda espiritualidad. Sus decisiones eran maduradas en largas horas de silencio y oración.

En el año 2000 en ocasión de mi cumpleaños opté por celebrarlo en el Monasterio de los Benedictinos. Como era habitual que muchos vecinos y amigos vinieran espontáneamente a casa a celebrar, dejé pegada en la puerta un dibujo que poco antes me había enviado un amiga. Decía: “Amigo es aquel de quien uno siente el abrazo aunque no esté cerca”.

Cuando recibí un mensaje de correo electrónico de Perico saludándome, le respondí con el mismo dibujo y leyenda. No imaginaba que pocos días después de su muerte, una amiga común me compartiera emocionada la última tarjeta recibida de Perico: era ese dibujo y esa leyenda que había seguido caminando.

Recuerdo muy bien los  últimos encuentros con Perico: en setiembre del 2000 fue nuestro último almuerzo. Lo fui a buscar a la salida de la Comisión de la Paz en la Plaza Independencia.

Tuve todavía dos ocasiones más de encuentro antes de su partida. La primera fue la celebración de las bodas de plata matrimoniales de Luis Carlos Lezama y Graciela Pérez en Las Piedras con quienes los unía una larga amistad. La segunda fue el entierro de la Tota Quinteros en el Cementerio del Buceo.

Fueron más de 20 años de amistad, compartiendo sueños, convicciones, utopías, descubriendo al discípulo del Maestro Jesús.

 Poco después de su muerte se creó la Red de Amigos de Perico, con una vocación de rescatar y difundir su pensamiento y obra de profunda riqueza evangélica.

La Iglesia y el país le deben mucho a Luis Pérez Aguirre.

                       María Josefina Plá

           

 

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