jueves, 17 de junio de 2021

Ni "ÉXITOS" ni "FRACASOS" son nombres de Dios Reflexión de Rosa RAMOS.- Amerindia

 Antes iban de profetas, ahora el éxito es su meta…

Más que náusea, dan tristeza, no rozaron ni un instante 

la belleza, la belleza, la belleza

Luis Eduardo Aute

Muchos quedaron espantados al verlo, pues estaba tan desfigurado 

que no tenía ya aspecto humano (Is. 52, 14)

 

En estos días los acontecimientos y su difusión en los medios inquietan y agobian tanto que que es necesario detenerse, sopesar la información y buscar claves hermenéuticas que nos ayuden a no perdernos en el aturdimiento. Encontré esa clave de lectura en un libro que había leído hace diez años: Ventanas que dan a Dios, de José Antonio García, sj. Ciertamente lo tenía muy subrayado, pero no recordaba nada, de tal modo que lo leí como “nuevo”.

 

Cuando llegué al capítulo 7, me sorprendió el título: “Éxito” no es ninguno de los nombres de Dios. Tampoco “fracaso”. En vez de leer, cerré el libro para abrirme a la espera de las imágenes y recuerdos, que tal expresión sugeriría. Enseguida aparecieron esos versos de Aute citados, y la cruda descripción de Isaías del siervo sufriente. Otros recuerdos asomaron: el suicidio de un amigo “que tenía todo para ser feliz” a los ojos de la mayoría, aunque yo conocía sus cuitas; la vida “tan pequeña y gris” de otra amiga, que no deseaba para mí, aunque me interpelaba su riqueza interior, su grandeza de alma. Fueron desfilando ante mí rostros, escenas e historias de abundancia y de carencia, de visibles despliegues y de oscuras rutinas, muchas de ellas tan meditadas y hasta escritas. Entonces una vez más se me hizo patente el gran misterio humano fascinante y tremendo que desborda toda etiqueta, que no cabe en ninguna.

 

Probablemente, ese binomio: éxito-fracaso, sea una de las claves hermenéuticas para entender el vértigo y la angustia-ansiedad que caracteriza a nuestro tiempo. Sin embargo, las cosas se complican más cuando intentamos esclarecer qué entendemos por uno y por otro. 

 

Éxito y fracaso, además de no ser nombres de Dios, son términos vidriosos. ¿Quién califica de exitosa o de fracasada una vida? La sociedad y los valores de cada tiempo lo hacen, sin duda, pero si nos asomamos descalzos al misterio humano, perdemos esa seguridad de juicio, y sólo queda el asombro reverente ante el misterio. ¿Quién conoce los rincones oscuros de las personas más brillantes?, ¿quién descubre los matices de la alegría serena de aquellos que viven sus vidas casi sin ser vistos?, ¿quién -más allá de la curiosidad- quiere escuchar los auténticos temores de los jóvenes atraídos por el éxito y aterrorizados por el fracaso, o las honduras del corazón de los ancianos que tras pasar por cumbres y por valles van llegando, con paz o con angustia, al final de sus vidas? 

 

Nuestra cultura actual, si es que no ha sido siempre así, estimula a vender el alma al diablo por obtener el tan preciado éxito, bajo el nombre de riquezas, poder, reconocimientos, primeros puestos, ser noticia, tapa de revista… Debe ser muy antiguo este afán, pues la historia está plagada de personajes coronados de laureles, que se encumbran sobre miles o millones de cabezas pisoteadas, cuerpos destrozados y sangre derramada en conquistas, construcciones faraónicas, saqueos, guerras, y violencia variopinta. Quizá la novedad es que antes eran pocos los que podían aspirar a tal destaque, en tanto hoy la globalización hace universal ese deseo tan embriagante como peligroso de ser “ganadores”. Los aplausos, las fotos, las luces, seducen y encandilan; hacen perder pie de la realidad, si no estamos muy atentos.

 

Por otra parte, el fracaso ha pasado a ser la peor maldición. Antes se consideraban malditos quienes padecían enfermedades o malformaciones, las mujeres que no podían ser madres, los que merecían -o no- el peor castigo como la lapidación, la crucifixión y otras formas de dar en forma pública muertes vejatorias y ejemplarizantes. En el mundo de hoy en que sólo vale el primer puesto -ya el segundo es una deshonra- el peor insulto a una persona es llamarla “loser”, perdedor. Esa persona es condenada a la caída libre social y también al autodesprecio.

 

Por otra parte, existen formas de perder, que no se perciben a primera vista como tales y que son realmente un fracaso estrepitoso de la humanidad, más que de una persona o grupo.  En nuestros países estamos asistiendo a una polarización política y social que sí debería avergonzarnos. Allí sí, cuando nos quedan dos mitades enfrentadas e incapaces de dialogar para procurar el bien común, perdemos todos, perdemos democracia y capacidad de convivir. Hasta es posible pensar que la procura del éxito a cualquier precio agudice la polarización.

 

En estos días de tantas muertes violentas en las calles procurando reclamar o defender derechos ignorados o pisoteados, ha circulado un video muy impactante, en que un actor colombiano, Elkin Díaz, declama un texto escrito por una jueza, Raquel Domínguez, que recuerda cómo se conquistan los derechos humanos. A mi juicio, allí se expresa de un modo laico la misma idea y permite reafirmar desde otro lugar, desde la historia civil, que el Dios revelado por Jesús, “que pasó la vida haciendo el bien” y padeció una muerte cruenta, no asume los nombres de “éxito”, ni de “fracaso”. Contemplando la vida de Jesús, revelación plena de Dios, ¿qué es perder y qué es ganar? “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la ganará”. En la misma línea recordé una afirmación que hizo suya don Pedro Casaldáliga: “somos luchadores derrotados de una causa invencible”.

 

Seguía con el libro cerrado cuando recordé la enseñanza recibida de un “viejito” que me quería mucho y en una ocasión, hace muchos años, me buscó para felicitarme, pero también para decirme: “estás en la cresta de la ola… me alegro mucho… pero recuerda que la ola sube, llega alto y luego baja”. Me estaba ilustrando con esa imagen el peligro del deslumbramiento y la relatividad de los éxitos, pero también Victorino me detuvo para decirme con palabras y con gestos casi de abuelo sabio, que recordara que mi valor no estaba en juego ni se medía por aplausos que podían estar hoy y desaparecer mañana: El mar, tu ser, eso es lo que cuenta”. Años después una banda de rock, Cuatro pesos de propina, canta: “Y que crezca hasta el cielo la llama en tu corazón, pa’ que alumbre la mente y florezca la sabiduría en tu interior”

 

Lo que cuenta allende de éxitos y fracasos es quiénes somos para Dios. Eso les enseña Jesús a los discípulos enviados a predicar la buena noticia del reino cuando ellos vuelven felices del éxito obtenido. El Maestro los escucha, seguramente con ojos llenos de ternura y con una suave sonrisa, pero los ubica: “alégrense más bien de que sus nombres están inscriptos en Dios.

 

Sin embargo, no podemos desconocer el deseo de triunfar en lo que emprendemos y el vértigo del temor al fracaso, ni que de hecho vivimos una y otra vez esas experiencias humanas. Pero cuando una persona puede liberarse de esa tensión, de ese vértigo que tanto promueve nuestra cultura, se va convirtiendo, casi sin saberlo, en una ventanita por la que es posible asomarse a Dios. ¡Qué hermoso desafío! Para eso contemplemos a nuestro hermano mayor: ¿Cómo vivió Jesús sus decisiones, sus apuestas, sus riesgos, sus momentos en que “lo seguía una gran multitud”, y los otros en que fueron quedando pocos a su lado? ¿Cómo vivió Jesús el rechazo, la persecución y la huida de sus amigos cuando lo apresaron, lo arrastraron a interrogatorios y luego hasta el Gólgota? Es cierto que “algunas mujeres lo seguían de lejos”. 

 

Es mirando a Jesús, “que se opera una transformación en nuestros modos habituales de valorar la vida.” “Es, pues, en Cristo, en su persona y su amor recibidos por pura gracia y acogidos con inmenso agradecimiento, donde se produce la revelación de lo que son la vida verdadera, la vida lograda, y el fracaso radical.” “La única garantía que tenemos para embarcarnos en esa llamada divina es la promesa de contar siempre con su Presencia” (estas son citas del libro de José A. García). 

 

Estamos llamados a vivir en plenitud en el seguimiento de Jesús y confiando como Él en la Presencia de Dios que suele ser discreta, incluso a veces excesivamente silenciosa.

                                                                                       Rosa RAMOS

 

Imagen: https://assets.entrepreneur.com/content/3x2/2000/20160721214757-Depositphotos-41329325-l-2015.jpeg?width=700&crop=2:1

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