martes, 25 de abril de 2023

AMERINDIA 1. Por Juan José TAMAYO.-Obispo francés Jacques Gaillot.-“Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”,

El 12 de abril falleció a los 87 años en el Hospital Pompidou, de París, el obispo francés Jacques Gaillot, una de las voces más contestatarias dentro del episcopado mundial durante la “larga invernada” del pontificado de Juan Pablo II. Nacido en Saint-Dizier (departamento del Alto Marne). En 1982 fue nombrado obispo de la diócesis de Evreux (región de Normandía), de medio millón de habitantes y en torno a cien sacerdotes, siendo entonces el obispo residencial más joven del episcopado francés, que pronto se convertiría en el más revoltoso. Suele decirse que un obispo es lo más parecido a otro obispo. No fue el caso de monseñor Gaillot, que se mostró disidente de sus colegas y del Vaticano por seguir la guía del Evangelio y fue objeto de sus duras  críticas y constantes amonestaciones. 

 

¿Por qué? Porque no actuó como funcionario de Dios, sino como obispo y profeta libre y liberador y, por ello, religiosa y políticamente incorrecto. “No estoy casado con los obispos. Mi horizonte, mi gozo, mi vida es el pueblo de Evreux. En ese ambiente vuelvo a la vida”, solía repetir cuando sus colegas le afeaban su conducta y le acusaban de romper la comunión eclesial.

 

En el terreno religioso apoyó a las personas homosexuales, justificó el uso del preservativo en contra de la prohibición de la encíclica Humanae vitae, fue partidario de la ordenación de sacerdotes casados, defendió el acceso a la eucaristía de las personas divorciadas vueltas a casar y apoyó a las personas homosexuales. Se mostró muy crítico con la falta de democracia en la Iglesia católica y con la discriminación de las mujeres. Visitó las cárceles y acompañó a las personas presas devolviéndoles la dignidad que les era negada. Pedía a los sacerdotes de su diócesis que hablaran más de la justicia social que de las normas disciplinares represivas en materia de sexualidad. 

 

A su incorrección religiosa hay que sumar la incorrección política.  Apoyó a los objetores de conciencia. Defendió al pueblo saharaui. Se solidarizó con el pueblo palestino, a quien visitó en varias ocasiones, denunció la violencia militar de Israel contra él, defendió la Intifada, mantuvo reiterados encuentros con Yasir Arafat y reclamó el derecho del pueblo palestino a vivir en su tierra sin dependencia de Israel. Participó en la operación “Un barco para la paz” en Atenas y en la cadena por la paz alrededor de las murallas de Jerusalén. Votó en contra del tratado de Maastrich porque sacrificaba a los seres humanos en aras de la economía, se mostró a favor de la construcción de la Europa de los pueblos y denunció la falta de hospitalidad a las personas y los colectivos inmigrantes, refugiados y desplazados. 

 

Asistió a la toma de posesión de Jean Bertrand Aristide como presidente de Haití en solidaridad con “una de las poblaciones más pobres del planeta que padece desde siempre dictaduras, invasiones, colonialismo”. Viajó a Mururoa para protestar contra las pruebas nucleares francesas que se realizaban allí. Fue el único obispo francés que asistió al traslado al Panteón de la cenizas del abate Henri Grégoire, obispo constitucional durante la Revolución Francesa que apoyó la abolición de la monarquía, de loss privilegios de la nobleza y de la Iglesia. Se manifestó contra la guerra del Golfo y se opuso al embargo que penalizaba al pueblo. 

 

Numerosas fueron sus intervenciones en los medios de comunicación para aprovechar la de oportunidad de diálogo con una sociedad en búsqueda, comunicarse con la ciudadanía y demostrar transparencia. En respuesta a las críticas que recibía por ello, respondía: “Cuando voy a los medios de comunicación, es como cuando predico en la catedral. En la catedral me dirijo a los cristianos; en un programa de televisión, aventuro una palabra -sin imponerla- a un público de no creyentes, de gente que busca, de ateos”.  

 

Tras 13 años de obispo, en 1995 fue destituido por el Vaticano quien, en un acto de hipocresía, le nombró obispo de Partenia, diócesis imaginaria de Mauritania en el desierto del Sáhara que había dejado de existir en el siglo VI y que Gaillot convirtió en una Iglesia abierta, inclusiva de las diferentes identidades sexuales excluidas por la Iglesia institucional, sin fronteras étnico-culturales, en salida hacia las periferias, como acostumbra a decir el papa Francisco, quien, en un gesto de acogida y de diálogo respetuoso, le recibió en 2015.  Como obispo de Partenia compartió su vida con las personas excluidas de la calle del Dragón en París, siguió defendiendo las causas perdidas e hizo realidad la consigna del obispo y profeta Pedro Casaldáliga: “Mis causas son más importantes que mi vida” con la convicción de que “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”, título de uno de sus libros más emblemáticos.  

 

Como “enfant terrible” del catolicismo francés mantuvo diálogos públicos con el teólogo y psicoanalista Eugen Drewermann, “enfant terrible” del catolicismo alemán ante públicos numerosos. En el mantenido en la cadena de radio alemana SWF, Drewermann afirmó que “entre nosotros dos hay una profunda armonía en favor del ser humano”, sobre todo, de los seres humanos humillados. 

 

Juan José Tamayo es teólogo y autor de La compasión en un mundo injusto (Editorial Fragmenta).

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