lunes, 25 de septiembre de 2023

A QUIÉN INTERESE.- De Rosa RAMOS.- ¡ NO ES FÁCIL y SOLOS NO PODEMOS !!

 “Conocerse, claro está, necesita su tiempo,

con años que albañilean y años 

de desmoronamiento”        Eduardo Darnauchans

Las relaciones humanas, ¡eso es lo difícil!, cuando las fricciones y los malos entendidos son tan frecuentes y producen tanto dolor. A veces se disipan rápidamente como nubes que pasan, en las familias estos desencuentros son muy frecuentes, otras llegan a encapotar totalmente el cielo de la pareja, la amistad, la familia. Los versos de Darnauchans se refieren a la compañera, pero bien podemos aplicarlos a otras relaciones, que vemos crecer con gozo como las construcciones y a veces vemos -entre angustiados e impotentes- su inestabilidad, su fragilidad y/o su caída.                                  Todos tenemos experiencia de relaciones sólidas y hermosas como catedrales. Relaciones que surgieron de muy diversos modos: una mirada, una complicidad, un asombro compartido, una lucha que batallamos juntos, un examen a preparar, un trabajo proyecto a sacar adelante, una causa social en la que nos descubrimos comprometidos. Desde una fiesta a un riesgo corrido juntos, desde el compartir diario de un espacio laboral a coincidir casualmente en un viaje… Así empezaron a gestarse una gran amistad, una pareja, un “gran equipo”. Y fuimos ladrillo a ladrillo consolidando esas relaciones en las que nos sabemos constructores, construidos y y sostenidos.                    También, todos tenemos experiencias de desgastes en las relaciones, de diferencias que van poniendo distancia, de descuidos y falta de cultivo en un mundo de tantas exigencias y distracciones. Y sabemos de relaciones que, de pronto, sufren un desencuentro grande, una fractura que “desmorona” una relación de mucho tiempo. A veces somos conscientes del error cometido que provocó el quiebre, otras veces lo ignoramos, o apenas conocemos el emergente, pero nos resulta difícil ir más allá; descubrir la erosión que estaba latente, como una osteoporosis por la cual la caída provocó una fractura dolorosa, que lleva tiempo curar para ponerse en pie nuevamente.                            ¿Qué hay detrás de la dificultad para edificar y mantener relaciones sanas y humanizantes? Nuestra fragilidad humana, nuestras historias personales, heridas remotas, o modelos relacionales equivocados que hemos mamado siendo muy pequeños. Nuestras inseguridades y temores, así como las demandas y exigencias infantiles fijadas. También provoca dificultades la falta de educación afectiva, ese analfabetismo para el cuidado de nosotros mismos y de los demás, para el respeto a la integridad de cada uno y el crecimiento fraterno.                                                                                                   A nuestra fragilidad creatural, se suma la fragilidad cultural, lo que en un artículo Armando Raffo llamaba los demonios propios de cada cultura (recordemos que el término hace referencia al que separa o divide). En la nuestra el individualismo, la autocomplacencia, la impaciencia, la urgencia por resultados, la competencia, la dificultad para aceptar diferencias y dialogar sobre ellas. En nuestras sociedades occidentales tan plurales, que parecen acoger la diversidad, notamos que crece la crispación, la agresividad e intolerancia, la generación de grupos cerrados por intereses, de “socios” (recordemos la crítica del Papa en Fratelli tutti a esa forma de egoísmo). O, la coexistencia aparentemente pacífica, en tanto el otro o “el diferente” no perturbe ni contradiga, vale decir que cada uno “haga la suya”. La inestabilidad y el cambio continuo es otro rasgo cultural actual.                                                              La comunión en una pareja, en una familia, entre amigos, no es fácil, ni es continua, ni es estática. Saberlo y apostar a la relación, supone emprender un camino largo, estando dispuestos a una ascesis personal, así como al cuidado consciente y delicado de los vínculos. También estar abiertos al perdón -a pedirlo, a darlo- y a la reconciliación. Más allá de la experiencia repetida de “albañilear” y de las ayudas, hasta profesionales necesarias, las relaciones humanas se dan entre personas limitadas y libres (con libertad limitada y condicionada también) y no pueden sostenerse pelagianamente: “a fuerza de voluntad”. En su canción dice Darnauchans “ya perdí mi compañera, desatame de este enredo”. No era religioso, que yo sepa, pero se confiesa impotente y clama.                                                                                                       En términos cristianos, apelamos a la gracia, al auxilio de Dios, al soplo de su Espíritu para que las relaciones humanas crezcan, maduran, pueden ser sanas o sanar. No estamos solos en su construcción, y en última instancia ante Dios las ofrecemos, las entregamos. El compañerismo en nuestros ambientes, una gran amistad, una hermosa pareja y familia, son gracia, las recibimos como regalo a cultivar, pero pueden perderse, por diferentes motivos, no son “propiedades”. La muerte, el fracaso, los quiebres, existen. Y, sin embargo, volvemos a intentar amar y ser  amados.                                                           Siendo difícil y frágil, exigiendo atención, trabajo y tiempo, no obstante, deseamos la comunión profunda, esa construcción sólida, en la que habitar con otros, ser con otros, que nos revela nuestro más hondo ser. En ese deseo hondo y hermoso de comunión, podemos ver el gran deseo divino de un mundo de hermanos y hermanas todas, de relaciones horizontales, de caminos y mesas compartidas que Jesús asumió como su mensaje fundamental, su causa, llamándolo “reinado de Dios”. En cada encuentro atisbamos el Encuentro, en los abrazos, en las risas, en las comidas compartidas, anticipamos la fiesta del Banquete prometido.                                                                                            Rosa Ramos


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