Alcance y dificultad del tema Al comenzar este tema, confesamos que nos acompañan dos sentimientos importantes: primero, que no vemos que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús –que hoy llamamos Misa o Eucaristía- tal como El la vivió y nos la quiso transmitir. Y segundo que, de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos de la vida cristianas la visión originaria de Jesús.
Si uno está un poco
familiarizado con la liturgia eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema
obsesivo el del sacrificio y el de que Jesús se convierte en altar, víctima y
sacerdote. La Ultima Cena se reduce a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima
santa e inmaculada , que nos redimió del pecado original y queda , por tanto, como
víctima preparada por el Padre para la Iglesia.
Creemos que transcurre por ahí el meollo de la cuestión: la ideología de
sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es
sacrificio, por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué
significa propiamente esa reducción? ¿Cómo habría que entenderla y qué reformas
serían necesarias?
Cuatro consideraciones previas
1.La Cena pascual de Jesús
La pascua judía coincide con aquel mes de Nissan (Marzo-Abril) en que la
naturaleza se libera de las cadenas del invierno y que el israelita asimila con
la esclavitud , cadenas que los padres tuvieron que soportar en Egipto durante
siglos.
Esclavitud y liberación son, pues, las piedras fundantes de Israel, una
experiencia que requiere una continua travesía , de manera que ninguno olvide
la alianza que Dios quiso establecer con un pueblo de esclavos. La cena pascual
es la madre de todas las fiestas. El Exodo de Egipto indica la necesidad de una
liberación permanente.
Jesús, en su pueblo de Nazaret, revivía cada año en familia esta fiesta de la
liberación del Faraón. La celebran en casa, sentados, en torno a una mesa con
parientes y amigos, con los elementos que les llevan a recordar la historia de
la liberación. Tal comida no se celebraba en la sinagoga ni el templo, ni
contaba con sacerdotes, ni con lecturas estandarizadas, gestos ritualmente
definidos, hábitos o útiles “sagrados”.
Hoy, sin embargo, la Eucaristía presenta una articulación estricta y meticulosa
según el canon de cuanto en ella se desenvuelve. Y esto de manera uniforme, una
y mil veces, por uno y mil sacerdotes, en todos los rincones de la tierra, y
aunque se trate de una variedad infinita de personas, edades. situaciones,
pueblos y culturas distintas.
La manera monóloga y
ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de
millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca
nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente
idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones.
2.El Sacrificio de Jesús en el
rito, clave de bóveda que sostiene el modo celebrativo de la Eucaristía actual
El concepto de sacrificio aplicado a la Eucaristía, subyace como base de un
proceso histórico de la Iglesia, que condiciona la desigualdad entre sus
miembros con la división entre clérigos y laicos y la sacralización de un poder
destinado a mantener un orden y clases sociales.
Basta con recordar algunos
textos del Magisterio elesiástico hasta el concilio Vaticano II: La comunidad
de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran
los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales” (Constitución
sobre la Iglesia, Vaticano I, 1870). – Por su misma naturaleza, la Iglesia es
una sociedad desigual con dos categorías: la jerarquía y la multitud de fieles;
sólo en la Iglesia Jerarquía reside el poder y la multitud no tiene más derecho
que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores” (Pio X,
Vehementer, 12.)
Estas ideas han arraigado
profundamente en la cristiandad. Tan profundamente que aún hoy son guía y
criterio de muchos.
La Cena del Señor centro de la liturgia de la Iglesia
1º) La Cena de Jesús como sacrificio
El concepto de sacrificio reaparece como centro de la oración de la liturgia.
He aquí tan sólo unos textos: -“Oh Señor, que te sea agradable nuestro
sacrificio que hoy se cumple delante de ti” .-“Padre clementísimo, te
suplicamos que aceptes estos dones, este santo e inmaculado sacrificio”.- “En este
sacrificio, oh Padre, nosotros tus ministros y tu pueblo santo, celebramos el
memorial de la santa pasión del Cristo tu hijo”. -“Mira con amor, oh Dios, la
víctima que tú mismo has preparado para la Iglesia” (SC, 7).“Orad, hermanos,
para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre
todopoderoso”.
El mismo concilio Vaticano II recoge esta tradición, aun cuando luego la
modifique y enriquezca profundamente: “Nuestro salvador, en la última Cena,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con que perpetuara
por los siglos , hasta su vuelta, el Sacrificio, memorial de su muerte y
resurrección, y así confiara a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte
y resurrección; signo de unidad, vínculo de caridad , banquete pascual, en el
cual se come a Cristo” (SC, 47).
2º) La interpretación dada a la
Cena como sacrificio
Admitamos que la Ultima Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido?
La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: El es un profeta, se
opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad
interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin
fín y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el
Templo, asociado a mercado y cueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos
no oficiales, atestigua con autoridad que en el Reino del Padre entran primero
los samaritanos que los fariseos, las prostitutas primero que los justos, los
que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón
primero que los poderosos, los operadores de la paz y de la justicia primero
que los mojigatos que sacrifican animales.
Ciertamente, Jesús no dice que va a morir por los pecados del mundo, sino que
es espiado, perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo
de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del
Gobenador romano. Y, para estos casos, las autoridades reservan la crucifixión.
3º) El sacrificio de los fieles
La ideología del sacrificio deforma ciertamente la figura histórica de Jesús y
también de los congregados en su nombre en la asamblea de los fieles.
En la Cena última, Jesús trata de que los discípulos aprendan a hacer lo que él
hizo, volviéndose disponibles y serviciales para que otros se beneficien. Es
una cena pedagógica, internamente estimuladora.
La Eucaristía de hoy es, por lo general, impositiva, hay que limitarse a
escuchar, repetir y hacer mecánicamente cuanto está reglamentado. La relación
entre el sacerdote y la asamblea es vertical. Un único actor en escena, varón y
ordenado, célibe, sentado sobre un trono, separado de los “súbditos”, y detrás
del altar sacrificial, incapaz de intercambiar con los otros sus experiencias,
por lo que lógicamente acaban por sentirse extraños los unos a los otros. La
imagen del celebrante arriba y de los fieles abajo, visibiliza la separación de
ambos polos. A través del rito se sanciona, en nombre de Dios, la disyunción
irreparable entre quien retiene el poder de la palabra y quien está privado de
ella; entre quien ordena y obedece; entre quien está sobre y quien está abajo;
entre quien está sentado en un trono y quien es siervo.
5º) ¿Tran-sustanciación del pan
o de los cristianos?
Primero. El concilio de Trento es taxativo: “En la Eucaristia, después de la
consagración del pan y el vino, Jesucristo se contiene verdaderamente,
realmente y sustancialmente bajo la apariencia de esas cosas sensibles”.
Son dos las condiciones para que Jesús descienda a la Asamblea: 1.Que esté la
materia (pan y vino de uva). 2.Y que haya un celebrante (ordenado, célibe y
varón).
Si el sacramento no es administrado por un sujeto “ordenado” tal sacramento no
se da. Paradójicamente, la Misa es nula si se celebra por una comunidad reunida
en nombre del Señor pero sin un sacerdote. Y es válida si se celebra por un
célibe “consagrado” de una forma absolutamente privada.
En buena lógica, es así: si la
Eucaristía es sacrificio y no Cena en recuerdo del Nazareno, entonces puede
bastar el celebrante-sacrificante, dado que los sacrificados no tienen ninguna
importancia. Una misa, en esta perspectiva, se considera válida aun con
ausencia de los fieles. Un poco como si Jesús hubiera celebrado la “Cena de
pascua” en soledad monacal. Queda así desfigurada la memoria de la Cena del Señor.
Cuando, sentado a la mesa, Jesús toma el pan y el vino y dice a sus amigos:
cuando os reunáis en mi nombre, haced memoria de mí, de lo que ha sido mi vida
y mi proyecto, salid dispuestos a perpetuar esta mi forma de vida, mi forma de
entender a Dios y de trataros los unos a los otros: “También vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros, como yo os los he lavado”.
Segundo: Se trata, por tanto,
de saber no cómo ni cuándo se verifica la trasformación de la sustancia del pan
y del vino en la del cuerpo y de la sangre del Señor, ni quién tiene autoridad
para hacerlo, ni vivir pendientes de si la transustanciación se ha realizado en
las condiciones debidas y si bajo la apariencia externa del pan y del vino está
Jesús realmente y podemos adorarlo permanentemente.
A Jesús, no le interesa mínimamente modificar de un modo omnipotente un trozo
de pan, ni que los fieles de medio mundo se reúnan para un rito semanal sin
modificar la propia existencia. En continuidad con los profetas, recuerda que
el Padre odia los sacrificios y le agradan sólo las plegarias seguidas de una
cuidadosa atención hacia los necesitados y excluidos, porque ´La santidad
habita en quienes de verdad escuchan la palabra de Dios y la ponen en
práctica´” (Lc, 11, 27-28).
De la vida de Jesús es difícil
deducir que tuviera mucho interés en que la hostia estuviera consagrada por un
erudito representante. Su invitación es que los discípulos se saluden, se
hablen con sinceridad, estén ligados con vínculos de amistad. Que sean una
prolongación de la naturaleza amorosa de Dios.
Tercero: Si a base de repetir el rito del Sacrifico llegamos a convencernos de
que ya estamos redimidos, en lugar de examinar en qué medida estamos cumpliendo
su mandato “En esto conocerán todos que sois discípulos míos en que os amáis
unos a otros”, no es difícil entonces concluir que nuestras eucaristías pasan a
ser una idealización del amor, sin sospechar que a lo mejor estamos
traicionando el sentido original de la eucaristía, pues en lugar de unidos, nos
sentimos extraños; en lugar de pan para compartir una Cena asistimos a un
sacrificio; en lugar de pan para compartir sólo hay “hostias” preparadas
industrialmente; en lugar de presentar y distribuir bienes sólo se alcanza a
dar alguna limosna.
Pese a esta constatación, el
clero sigue validando la celebración de la Eucaristía sin que se cuestionen la
necesidad de renovarla (cfr. SC, 11,14, 21,37) .
Con razón escribe José Antonio Pagola: “La crisis de la misa es, probablemente,
el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo
actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual
de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos , es
insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la
Iglesia.
El alejamiento silencioso de
tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de
los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y
demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están
gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades
una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece
sentirse responsable de lo que está ocurriendo.
Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan
lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación ,
emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía
asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos
atrevemos a plantear”.
La misa no es un sacrificio
1.¿Qué es lo que caracteriza el sacrificio de culto?
El que ofrece el sacrificio a la Divinidad pretende ofrecerle un bien,
grangearse su favor, hacerle intervenir en su provecho o aplacarle por crímenes
cometidos. “Sacrificar es ofrecer algo a la Divinidad como don y, por
consiguiente, perder lo que se ofrece, pero siempre bajo el principio del do ut
des, te doy par que tú me des, es decir, para ganar algo, para recibir algo
mejor que lo que se ha ofrecido o perdió. Y esto que es mejor es la ayuda de la
Divinidad, su favor, su perdón” ( Roger Lenaers, Otro cristianismo es posible,
Ed. Ab-yayala, , 2088, p. 186).
Quien procede así con la
Divinidad es porque cree que a Dios le falta algo y se lo quiere dar. ¿Le
ofrecemos a Dios un sacrificio porque es ávido de cosas materiales: animales,
oro, plata, joyas, vino, aceite, incienso, etc. o más bien porque queremos
demostrar su reconocimiento supremo dando o destruyendo en su honor lo que
poseemos?
El sacrificio de expiación serviría para aplacar a un Dios que se siente
enojado. Si Dios es justo y obra según razón y derecho, ¿qué es lo que lo que
esperamos cuando le ofrecemos sacrificios de intercesión: que cambie, que
revoque algo que no nos conviene, que se deje sobornar…?
Resulta extraño que estas
prácticas hayan calado en la comunidad cristiana, contra la imagen que Jesús
nos da de Dios. Jesús fue crítico con el culto sacrificial: “Misericordia
quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). “A pesar de ello, una manera de pensar y de
hablar cercana a la sacrificial no sólo revivió con fuerza en la Iglesia y
penetró toda la piedad, sino que se impuso como interpretación oficial y
exclusiva incluso de la muerte de Jesús, así como del culto central de los
cristianos, la eucaristía. Esta interpretación de la muerte en cruz de Jesús y
de la eucaristía creció íntimamente unida con la tradición cristiana y por eso
pretende ser valedera” (Idem, p. 189).
2. La Eucaristía no es el
sacrificio de la cruz
La muerte de Jesús no se la puede seguir interpretando como un sacrificio y
menos como un sacrificio de expiación y , sin embargo, todavía se presenta la
sangre de Jesús como un precio de rescate exigido por Dios.
El concilio de Trento interpreta la eucaristía como la representación del
sacrificio de la cruz y aún, en el mismo Vaticano II, se nos dice que Jesús
está presente en el sacrificio de la Misa: “Cristo está presente en el
Sacrificio de la Misa “(SC, 7); ”Los trabajos apostólicos se ordenan a que
todos participen en el Sacrificio y coman la cena del Señor” (Idem, 10).
3. Seguimos con la idea de la
Misa como sacrificio
Creemos, en primer lugar, que debemos comenzar por abandonar el lenguaje de
sacrificio tan presente en nuestra liturgia y hay que introducir otras interpretaciones
más válidas y con otras palabras. Se puede. La eucaristía no es la
representación incruenta del sacrificio de la cruz y que tiene un valor
infinito. Porque si es un una representación, no es un sacrificio verdadero. Y
si es una representación, tampoco se lo vuelve a hacer presente, pues un hecho
histórico es irrepetible. La muerte de Jesús ni se repite ni se la sustituye.
En segundo lugar, la eucaristía
no es sacrificio porque ni hay víctima (la cual sería Jesús) ni él es el
sacerdote que la inmola (sería autinmolación). Jesús es víctima, ciertamente,
pero “víctima de la alianza entre la razón del Estado romano y el odio de la
Casta sacerdotal judía”.
En tercer lugar, ¿cuál pudiera ser el sentido de repetir constantemente un
sacrificio de un valor infinito? ¿Es de valor infinito y se limita a liberar
las almas del purgatorio? ¿En qué consistiría su eficacia infinita?
Cuando decimos ofrecer este sacrificio a Dios, ¿qué es lo que sacrificamos?
¿Queremos reafirmar que es Jesús mismo quien se sacrifica y pedimos a Dios que
lo acepte? ¿Pero no lo aceptó ya ? ¿Vamos a regalar algo a Dios cuando El nos
ha regalado todo? “Todo el ámbito semántico del sacrificio se nos ha vaciado de
contenido y tal lenguaje no puede ser auténtico”. (Roger Laeners).
Hablemos , pues, de la
eucaristía, pero desde otra interpretación.
“La última Cena es el aspecto privilegiado en el que Jesús , ante la proximidad
de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su
crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el
contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia
los humanos, llevado hasta el extremo. Por eso es tan importante una
celebración de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en
medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término de su vida, plena e
intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que
necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para
abrir caminos al Reino. Hemos de escuchar con más hondura el mandato de Jesús:
“Haced esto en memoria mía” (José Antonio Pagola).
En la Misa hacemos memoria de
Jesús y, con él y como él, tratamos de realizar juntos nuestro compromiso por
la unidad, la justicia, la fraternidad, el amor, el cuidado por los más pobres.
Y tomamos aliento de la vida de tantos seguidores suyos, recordando su vida,
testimonios y enseñanzas. Y esa memoria resulta inquietante, subversiva,
comprometedora.
Cuando el Concilio se propuso
la reforma de la liturgia, era consciente de que en la Liturgia se habían
adherido muchos elementos históricos inapropiados, y así trató de procurar una
reforma que hiciera comprensible la liturgia al pueblo, para lo cual era
prioritaria la educación litúrgica del clero. Y señaló como contrarias a esa
reforma una pretendida uniformidad en la liturgia que no respetara las
cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos, la negación de
variaciones y adaptaciones legítimas a cada lugar, así como que los cristianos
asistieran a la misa como extraños y mudos espectadores.
Epílogo: recuperar el único y común sacerdocio de Jesús
Tras dos mil años de historia, la Iglesia de Jesús ha seguido sus huellas,
nunca perdió su razón de ser, que era vivir y anunciar el Reino de Dios, – el
proyecto de Dios Padre- para fundar una familia universal, de hermanos,
viviendo en igualdad, justicia, solidaridad y paz.
Lo que en un principio expresó
y aseguró este proyecto, fue la vida misma de Jesús, libre ante otros
proyectos, judíos y paganos, que lo desnaturalizaban con jefes, leyes, ritos y
costumbres que establecían clases, desigualdades, discriminaciones y privilegios
entre unos y otros.
1.Jesús no vino a encuadrar su vida bajo el marco de ningún poder religioso o
civil, que lo pudieran apartar del Reino de Dios. Anunciaba lo más sencillo y
primordial: todos éramos criaturas humanas, hechura de Dios, iguales en dignidad,
valor, derechos y corresponsabilidad.
2.Esta igualdad primordial se desvaneció poco a poco apelando al mismo Dios,
estableciendo entre El y la Sociedad una mediación sacerdotal, elevada a clase
superior, dotada con poderes especiales sobre los demás, y que los diferenciaba
esencialmente.
3.Jesús , con su vida,
estableció otro camino para conocer, tratar y llegar a Dios. No exhibió
títulos, cargos u honores que lo colocasen por encima de nadie, por eso no dejó
de ser lo que era, un ser humano –el hijo del hombre por excelencia- igual que
todos, un laico o ciudadano normal, que se proponía reivindicar lo que en las
instituciones religiosas y civiles, respaldadas o no por Dios, aparecía en gran
parte pospuesto y despreciado: el valor sagrado de todo ser humano y, en
especial, de los que menos contaban para el Sanedrín y el Imperio: los
empobrecidos y marginados. Esa iba a ser su preocupación básica, no permitir
que a nadie se le arrebatase esa su dignidad y se lo sometiera a ninguna
opresión o discriminación, por ser, precisamente los más necesitados y
desfavorecidos, los preferidos de Dios.
4.Gran parte de la evolución de
la Iglesia reposa sobre la extraña e histórica división que en ella se hizo
entre clérigos y laicos, razón para justificar que la Iglesia es una sociedad
de desiguales. Urge, por tanto, volver a la comensalidad fraterna, igualitaria
y servicial de la Eucaristía para recuperar el significado auténtico del
sacerdocio de Jesús, común y propio de todos sus seguidores y entender que la
comunidad eclesial, toda ella es sacerdotal, y es ella la que en cada momento y
situación debe determinar las tareas o ministerios que le incumben.
5.Para llevar a cabo esta su misión, él no fue ni se hizo llamar sacerdote al
estilo judío ni de otra religión oriental. El iba a fundar un nuevo sacerdocio,
más adecuado a la voluntad y modo de ser de Dios: desvivirse hasta el extremo
para que nadie fuera menos que nadie, que nadie fuera esclavo, pobre,
subordinado de nadie. Y, en su coherencia, le tocó enfrentarse con los
guardianes del poder religioso y civil, que le exigían dejar de lado su
”heterodoxia”, su manera revolucionaria de presentar a Dios como Padre y
valedor de los más pobres, demoledor a la par del poder, la soberbia,
hipocresía y privilegios de los que decían representarle. Si algo se declaraba
él era ser misericordioso y servidor de los más pobres, de los últimos. Su
destino –obviamente- aparecía irremisible: sería crucificado.
6.Jesús, tras dejar expuesto y
realizado en sí el plan de Dios, -su Reino, su proyecto- convocó a otros a que
le siguieran e hicieran lo mismo. Y se lo dijo, después de vivir y ser
acompañado por ellos, con entrañables palabras en la Cena de despedida: “Cuando
os reunais en mi nombre, haced todo esto en memoria de mí”. Que ese reuniros
para compartir el pan y el vino, en una misma mesa, sirva para recordar el
camino que con vosotros he recorrido, las enseñanzas que os he dado, aquello
por lo que yo he vivido , luchado y por lo que he sido odiado, perseguido y
crucificado. Sólo así seréis comensales míos, auténticos comensales de la cena
a mi lado hoy celebrada, y podréis transmitirla a otros muchos que quieran
hacer suya nuestra causa: el Reino de Dios.
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